Virales: teoría, ciencia y riesgos

Antes de avanzar en esta cuestión, hay que conceptualizar debidamente lo que se entiende por viral en el ámbito audiovisual. Desde esta perspectiva, se trata de una grabación que ha sido ampliamente difundida a través de Internet, bien sea mediante publicidad o envío de unos usuarios a otros, por correo electrónico, mensajería instantánea, blogs o webs. Los vídeos virales suelen ser (al menos una parte de ellos, generalmente los más inocuos) de carácter humorístico, y pueden proceder de programas televisados o de videoaficionados que los han subidos sin una clara intención de convertirlos en un fenómeno de este tipo. Asimismo, se pueden englobar aquí eventos naturales o de otro tipo.

La globalización masiva de este tipo de material se debe, sobre todo, al acceso generalizado a móviles y otros dispositivos similares con cámara. Los siguientes pasos serían la edición y difusión de esos vídeos. Se ha de recordar que hasta el momento no se ha hecho referencia a ninguna connotación negativa de esta realidad, sino que se siguen comentando aspectos más “pequeños y caseros” de la misma. En ella, los vídeos no son comerciales y la única intención de quienes los publican es compartirlos en su círculo social más cercano.

Una vez aclarados estos primeros conceptos, se puede lanzar una pregunta muy importante, quizá la más potente: ¿qué hace que los vídeos se vuelvan virales? No es una cuestión sencilla, y en el último programa de Misterio en Red se trató de ahondar al respecto. Consejos al respecto hay para dar y tomar. De hecho, hay toda una estructura perfectamente encasillada y localizada para lograr ese objetivo de la viralización. Tutoriales y consejos de todo tipo prometen el éxito en un lapso de tiempo ínfimo. Con unos simples pasos, prácticamente cualquier contenido puede hacerse famoso. Solo hay que saber dónde publicarlo, cómo “moverlo” por la web, para que llegue cada vez a más seguidores.

Ahora sería conveniente que los lectores se hicieran otra serie de preguntas. ¿Por qué interesan estos contenidos? ¿Los consejos que se dan son realmente efectivos?

La ciencia de la viralidad y el impacto de las redes sociales

Hay una idea básica que tener clara: la clave está en la emoción. Muchos de los investigadores que han tratado y continúan indagando al respecto aluden a ese impacto en el subconsciente, que puede llevar a cualquier material derecho al estrellato. Las emociones a las que se apuntan están en polos opuestos, ya que pueden ser positivas y negativas. Es decir, cuando un contenido produce, por ejemplo, alegría, empatía, miedo o furia, todo en cantidades generosas, se comparte con mayor facilidad. Esta sensación común en cientos de miles de personas hace que las cifras se eleven hasta alcanzar la “calificación” de contenido viral.

Si bien estos generan habitualmente emociones como la alegría o el miedo, la emoción negativa dominante que puede influir en la alta difusión de estos materiales es la sensación de sentirse diferente. Aparentemente, la comparación entre lo que hacen quienes protagonizan esos vídeos y lo que el usuario que los difunde haría, motiva a muchos usuarios a compartir este tipo de contenidos. Todo lo anterior se apoya en conceptos de psicología, que estudian el efecto de las emociones en el comportamiento de los individuos.

Estos aspectos están bien delimitados, y han sido expuestos con mayor o menor acierto en los últimos quince años. Un ejemplo muy bueno es un estudio publicado dentro del libro Going Viral (2016), que detalla elementos básicos presentes en vídeos de la web que hacen su poder viral más elevado que otros. El doctor Brent Coker, especialista en Psicología del Consumo de la Universidad de Melbourne y autor del libro, encontró cuatro factores que pueden hacer que tal o cual material sea visto por muchas personas.

Coker comentó con el sitio Phys.org sus apreciaciones sobre estos elementos de viralidad potencial en videos de la web:

«Entendemos que la gente que ve un vídeo emotivo y exitoso con estos cuatro factores tiene una respuesta biológica similar a cuando alguien se encuentra con un depredador e instintivamente pasa a un estado de pelea o huida. Mi investigación encontró que cuando esta liberación de adrenalina y endorfinas se combinan con ciertas memorias hace más propenso que un usuario comparta un vídeo y así convertirlo en viral […] Desplazar a la gente rápidamente a través de ciertas emociones es una táctica sumamente exitosa que también hace que se comparta el contenido en sus diferentes canales de redes sociales

Los puntos a los que alude Coker se pueden resumir de esta forma:

-Capacidad de compartir: el vídeo tiene que ‘hacer quedar bien’ al usuario que comparte frente a los miembros de su red social. El tono del contenido (ya sea divertido, informativo o de otro tipo) deberá ser congruente con las necesidades y gustos de la propia red de personas que rodean al usuario que distribuye el contenido.

-Conexión con el contenido: hacer surgir recuerdos con música o con elementos nostálgicos es vital para hacer que la audiencia conecte con el vídeo.

-Rango emocional amplio: aquellos vídeos que llevan al usuarios desde emociones ‘bajas’ (tristeza o injusticia) hasta niveles de emociones ‘altas’ como alegría, amor y justicia, son más susceptibles a ser virales.

-Estremecer a la audiencia: aquel contenido que provoque alguna respuesta emocional, hasta el punto de hacer que el usuario sienta escalofríos, seguramente se volverá viral.

No hace falta ser especialmente perspicaz para darse cuenta de que gran parte (o todos) los virales más famosos de los últimos años hacen uso de estos pasos. Muchos de ellos han sido fenómenos globales. Compartidos y repetidos hasta la saciedad. Y, de paso, reportando determinados beneficios (no siempre económicos) a quienes los han creado y difundido en primer lugar.

Aquí entra en juego otro aspecto fundamental de todo el fenómeno. Un creador de contenido de este tipo puede ser a la vez a la vez agencia de medios, periodista, representante y protagonista. Eso rompe de alguna forma con la comunicación de masas tradicional, donde cada papel era asumido por diferentes actores, que a su vez servían como “filtros”. Ahora no hay ningún tipo de filtro. Únicamente los que cada creador ponga, y esos van desde la ética hasta la intención con la que ejecuta sus acciones. Debido a estos y otros aspectos proliferan, por ejemplo, bulos para todos los gustos. Porque otro problema hace acto de presencia: cada vez son más los que se informan, casi completamente, a través de las redes sociales.

Según un informe del Pew Research Center, de noviembre de 2018, el 65% de los jóvenes de entre 18 y 29 años reconocía abiertamente recibir información a través de redes sociales y el 37% pensaba que era útil y efectiva para sus vidas, además de verídica. En agosto de 2019, SurveyMonkey and Common Sense Media confirmó que más del 75% de los usuarios encuestados (1.000 adolescentes estadounidenses de entre 13 y 17 años), consumía Social Media (Youtube y redes sociales varias) para estar informados sobre actualidad, frente al 41% que usaba también medios analógicos y prensa digital y un 37% cuya fuente principal era la televisión.

Cualquiera puede subir, compartir y legitimar información, a pesar de que la misma pueda no ser veraz o venir de fuentes dudosas. Según Common Sense, el 60% de los usuarios de Youtube se informan principalmente a través de Youtubers e influencers, sin tener en cuenta la ética o la calidad objetiva de la información que dan los mismos.

Hay otro problema más que hay que tener en cuenta. Uno especialmente hiriente, y que tiene su base en eso que se viene a llamar la “economía del tiempo”. Según el Digital News Report 2019 del Reuters Institute, los jóvenes se informan de esta manera, rápida y sin veracidad certera, a través de apps de redes sociales, y por las tardes o fines de semana en stories, podcast o copies. Se lee poco, de forma ligera e inconstante, con textos escasos o casi nulos, primando el contenido audiovisual. El espíritu crítico brilla por su ausencia, y recuperarlo se antoja cada vez más complicado.

Es únicamente la punta del iceberg. Se ha mencionado la discutida veracidad de la información que se consume a través de estos medios, además de sus tibias intenciones. Pero se puede y se debe ir un paso más allá. Y no es cuestión de alarmismo, sino de poner las cartas encima de la mesa. Porque está claro que, si hace unos años era complicado dar fe de esa veracidad de las informaciones que llegaban a la opinión pública a través de los medios, ahora es más difícil aún.

El mundo del fake

En España acabamos de vivir otra nueva campaña electoral, con sus debates, sus argumentos y sus llamadas al voto. Todo un circo mediático que sigue aconteciendo pero que se transforma con los nuevos tiempos. Aunque se parte de los mismos supuestos que se han dado siempre. La desinformación, la propaganda y las operaciones psicológicas (PsyOps) siguen estando a la orden del día.

En estos últimos quince años, las redes sociales han servido de caldo de cultivo y cuna a nuevas tácticas de desinformación basadas en la tecnología. Aquí cabe todo lo que se puede catalogar como fake, lo falso como forma de llegar a cuanta más gente, mejor. En el terreno de la información, se encuentran las fake news, cuya definición canónica podría ser la siguiente:

Información deliberadamente engañosa, que se difunde con apariencia de noticia real con intención de confundir o generar un daño reputacional y que se crea de forma que se facilite su transmisión (voluntaria) de forma viral por un gran número de personas en un corto periodo de tiempo.”

Los objetivos de estas noticias pueden ser diversos, incluyendo los económicos, reputacionales, tácticos o de tipo hacktivistas. La influencia en la opinión pública es un objetivo básico. Ahí tenemos casos muy recientes. Los Trump, Brexit, Cataluña o cambio climático son ejemplos muy claros. El principal problema con este tipo de actividades (en muchos casos orquestadas por agencias de inteligencia o crimen organizado con gran disponibilidad de medios) es que no es sencillo identificar fuentes ni asociar dicha actividad con zonas geográficas concretas. Las identidades falsas y las actuaciones bajo “falsa bandera” son comunes. La viralidad es otro arma más al que acudir para propagar determinados mensajes que respondan a los objetivos antes mencionados.

Aquí no caben escrúpulos ni sentido común. Cuanto más llamativa (o escandalosa) parezca la información recibida, más se compartirá. Esta comunicación puede ser realizada a través de redes sociales como Facebook o Twitter, donde terceros y autoridades podrán observar el proceso, y en Whatsapp, donde estas transferencias funcionan como un vulgar rumor y son mucho mas difíciles de trazar o incluso perseguir.

Es sencillo crear una identidad falsa y de forma manual o automática (bots) generar información “falsa o preparada” con intención de que esa noticia tenga un eco importante. Si esa noticia consigue calar en un grupo inicial de personas, la viralidad hará el resto, generando un impacto social elevado teniendo la noticia en sí misma muy bajo nivel de confiabilidad.

Un reciente informe del MIT confirma que este tipo de noticias se transmiten por Internet a una velocidad muy superior a las “reales”. Con este tipo de técnicas, agentes maliciosos podrán crear y hacer crecer noticias escandalosas, malintencionadas y casi siempre confusas con intención de, por ejemplo, polarizar opiniones sobre líderes/partidos políticos, con las instituciones de un país o en sucesos que se utilizan como núcleos de discusión especialmente activos (violencia, videojuegos, crímenes…).

Muchas personas que consultan noticias en el teléfono móvil raramente verán los informativos de televisión con la debida atención o leerán prensa escrita. De esta forma, no habrá una fuente confiable para contrastar la noticia y será fácil impresionar a una audiencia que, cada vez más, confía o decide no dedicar mucho tiempo a analizar la fiabilidad de la información que le llega.

En España, el caldeado ambiente político actual del país no hace más que acrecentar el temor a que como sociedad seamos víctimas de múltiples fake news. El gobierno español ha creado, para este caso (elecciones generales, europeas y autonómicas), un equipo que intentará detectar y neutralizar dichas fake news de forma que el esperado impacto no se produzca o lo haga solo de forma anecdótica. Para ello, se ha creado un grupo en el que se integran expertos del Departamento de Seguridad Nacional, la Secretaría de Estado de Comunicación y de los ministerios de Interior, Defensa y Exteriores.

En este mundo digital del siglo XXI nuevas regulaciones intentarán que este fenómeno tenga el menor impacto posible en la convivencia y en la paz internacional, pero es evidente que el desafío es muy importante. Solo con ayuda de herramientas automáticas (IA) y un mayor nivel de concienciación como sociedad, podremos afrontar un futuro más objetivo y libre de intromisiones.

¿Información libre y gratuita?

Si se pregunta a los conocidos sobre la libertad de información, muchos de ellos dirán que es un derecho y debería ser inviolable. Otra cosa distinta es que cualquier información sea digna de tal garantía. La universalización de Internet trajo consigo la que se podría considerar como la herramienta definitiva de la expansión del conocimiento, que sin embargo está siendo sometida a un proceso de adulteración peligroso, que lleva consigo aspectos negativos como la desinformación o la ignorancia. Se debate aquí en torno a un axioma que se ha unido a Internet desde su nacimiento: “la información quiere ser libre”.

Esta idea se atribuye a Stewart Brand, fundador de la comunidad virtual The Well, quien, se dice, postuló esta frase en la primera Hacker Conference. Aunque esta afirmación no es del todo cierta. Brand dijo mucho más:

«Por una parte, la información quiere ser cara, porque tiene un precio. La información correcta en el lugar correcto cambia tu vida. Por otra parte, la información quiere ser libre, pues el costo de sacarla se hace cada vez más bajo. Así que tienes estas dos cosas peleando entre sí

Un argumento demoledor, vigente con una fuerza atroz. Porque cualquiera puede informar, cierto, pero el precio a pagar es muy alto, y tiene que ver con esos dos aspectos tan importantes como son la veracidad y la capacidad crítica. ¿La tecnología digital (sobre todo la que tiene que ver con la comunicación) va contra los intereses de la humanidad?

En una charla, Sam Harris habló con Douglas Rushkoff, el teórico de medios que recientemente publicó un libro clave para entender la situación actual de la red. Rushkoff notó que una importante razón por la cual Internet adoptó esta noción de que la información debía ser libre fue porque en un principio se trató de un proyecto académico, sin fines de lucro. La información era usada para colaborar y acelerar el conocimiento. Pero todo esto cambió cuando las corporaciones empezaron a colonizar el Internet y se aprovecharon de estos ideales. Los usuarios no iban a pagar por recibir información, pero a cambio aceptarían que las grandes corporaciones utilizaran su información para, supuestamente, darles mejor servicio. Esto hizo que, finalmente, se convirtieran no en los clientes, sino sobre todo en el producto. ¿Qué hace Facebook sino comercializar lo que sabe de nosotros?

El problema de que la información sea libre o gratuita es que la información pierde calidad y, por otro lado, genera publicidad agresiva. La información es usada para crear algoritmos que pueden incluso predecir el comportamiento y manipularlo. Echando un vistazo al otro polo, se puede hacer un ejercicio de imaginación para dilucidar qué pasaría si la información tuviera siempre un precio elevado. La palabra que vendría rápidamente a mentes y lenguas sería elitismo. Y he aquí la clave de todo el asunto: en sentido estricto, existe elitismo intelectual, pues las personas que no están bien educadas circulan por sitios de información basura o falsa, consumiendo el equivalente en información a comida chatarra. La responsabilidad individual y colectiva respecto a la información pasa por saber dónde están los límites.

Fuentes:

• https://phys.org/news/2016-03-recipe-video-viralresearch-key-ingredients.html
• https://www.fayerwayer.com/2016/03/investigacion-revela-4-puntos-clave-en-videos-virales/
• https://theobjective.com/further/estos-son-los-10-videos-mas-virales-de-2018-en-espana/
• https://theobjective.com/further/youtube-se-convierte-en-la-fuente-de-informacion-de-los-jovenes/
• https://www.commonsensemedia.org/about-us/news/press-releases/new-survey-reveals-teens-get-their-news-from-social-media-and-youtube
•https://www.pewresearch.org/internet/2018/11/28/teens-and-their-experiences-on-social-media/
•https://reutersinstitute.politics.ox.ac.uk/sites/default/files/inline-files/DNR_2019_FINAL_27_08_2019.pdf

Acerca de Félix Ruiz

Trabajador Social de formación y apasionado de las temáticas relacionadas con el misterio desde siempre. Redactor de noticias, escritor novel, lector compulsivo y buscador incansable de preguntas que compartir con todo aquel que sea curioso y quiera saber más.

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