Buena parte de la población mundial, sobre todo el las zonas más afectadas por la actual situación, ha dejado de poder dormir por culpa del coronavirus. Los valiums, y el Diazepam y el Lexatin están en auge. En Estados Unidos la búsqueda “¿por qué tengo sueños tan raros últimamente?” se ha cuadriplicado. En España también se ha multiplicado por tres las veces que la gente ha tecleado “insomnio” en su buscador.
Un paseo por Twitter con algunas palabras clave arroja decenas de resultados, muchas de ellas también empiezan con un “soy sólo yo o”, o “¿a vosotros también os pasa que…”. Anteriormente, los chinos también constataron el extraño fenómeno entre sus amigos durante la cuarentena. La conclusión es que la realidad confinada ha trastocado por completo los ciclos del sueño de media humanidad en sus dos vertientes, los que no pueden conciliar antes de rendirse al sueño y aquellos que tienen multitud de microdespertares a las tantas de la madrugada.
Lo más curioso es que en muchos casos esos extraños sueños que está teniendo la gente no están siquiera relacionados con el coronavirus. Aunque hay multitud de sueños en los que las amenazas naturales omnipresentes e invencibles (un tsunami o un ejército de cucarachas) no dejan de ser un suplente semiótico de esos organismos. Pero no, la gente está teniendo sueños de toda índole, donde la realidad bunkerizada, el distanciamiento social y la crisis sanitaria no hacen acto de presencia. La gente está teniendo (o recordando) más sueños vívidos, pesadillescos, pero de cosas de lo más prosaicas.
Principalmente, porque muchas personas están pasando por un período de incertidumbre personal que conduce al incremento pronunciado del estrés, como ya demostraron los estudios sobre las consecuencias del Covid-19 entre la población de Wuhan. El estrés fomenta que nuestros ciclos del sueño acaben trastocados, y a eso sumamos que muchas personas también están desajustando sus horarios habituales.
Ambos factores desembocan en que muchos vivan los ciclos REM de una manera distinta a la que venían practicando. La mayoría tienen los momentos más vívidos del sueño durante la fase REM, y sus ciclos son más largos y profundos a medida que avanza la noche. A más horas dormidas, más posibilidades de despertar en medio de un ciclo REM, y en tal caso es más fácil recordar el contenido de los sueños.
Es más, hay quién dice que algo hay de profecía autocumplida en lo que a recordar los sueños se refiere. Los estudios muestran que cuanto más esfuerzo se ponga en revivir los recuerdos nocturnos (como, por ejemplo, llevando un diario o corriendo a contárselo a alguien), es más fácil recordar los de mañana, como si de un músculo se tratase.
Es también una pes(c)adilla que se muerde la cola. El trastorno por pesadillas es aquel en el que los sueños vívidos y angustiosos empiezan a afectar al tiempo de vigilia, y el trastorno se agrava cuando suben los niveles de estrés y ansiedad, algo que puede potenciarse si no se duerme bien. A más pesadillas, más probabilidades de volver a toparse con ellas, más angustia y vuelta a empezar.
Como cuenta para The New York Times Deirdre Barrett, psicóloga en Harvard Medical School, el momento actual es una mina de oro para los siempre escasos de recursos polisomnógrafos (estudiosos del sueño nocturno). Pocas veces pueden recopilarse los efectos en el sueño para una extensa población que ha visto súbitamente desaparecer su contacto social y con un estrés personal alto.
Pero sí hay un par de ejemplos en los registros históricos. Uno de ellos es el diario del comandante Hopkins, que durante la Segunda Guerra Mundial guardó los diarios oníricos de 74 soldados británicos en campos nazis. En este caso los oficiales eran en su mayoría reclutas novatos, apresados al inicio de la contienda. Los alemanes les trataban bien, sin torturas, llevaban una alimentación suficiente y se les permitía mandar cartas a sus familiares. Al ser moneda de cambio con los otros soldados apresados por las filas británicas, tenían el retorno a casa bastante asegurado.
¿Y qué decían esos diarios oníricos de individuos con la movilidad reducida y una fecha de liberación incierta? Para sorpresa del investigador, no se trataban tanto sueños espantosos como lúcidos. En ellos abundaban los planes frustrados, los sentimientos de abandono pero también de buen porvenir. Sus historias eran menos agresivas y desafortunadas que las de las pesadillas clásicas. Había en ellos muchos episodios coloquiales, de viajar al hogar o la región de la infancia, pero también menos interacciones sociales. También era notoria la falta de sexo.
Por último, cabe la posibilidad de que la mente esté jugando a todos una mala pasada. Es sabido que las personas tendemos a infraestimar el tiempo que pasamos dormidos, que cuando creemos que apenas hemos pegado ojo tres horas lo podemos haber hecho cinco o seis.
Lo mismo ocurre en situaciones de conflicto nacional. Durante la Primera Guerra del Golfo, en 1991, los misiles nocturnos caían sobre las ciudades de Israel sin apenas aviso, lo que convirtió el sueño en algo peligroso. En ese tiempo los oficiales reportaron un mayor índice de registros telefónicos de gente diciendo que estaba teniendo problemas de sueño. Sin embargo unos investigadores que monitorizaron la calidad del sueño en un porcentaje de la población no encontraron que su cantidad de sueño hubiese mermado. ¿A qué se debía entonces la inferior sensación de descanso? Entre las diversas teorías, una: que sus sueños estuviesen siendo más intensos.
Por suerte, y aunque mucha gente crea que no está pegando ojo, la higiene del sueño de mucha gente durante la pandemia estará siendo mejor de lo que cree, pese a ese misterioso desencadenamiento de fuerzas del inconsciente que está asediando cada noche.