H. G. Wells y Los primeros hombres en la Luna: del imperialismo a la rivalidad con Verne

De Herbert George Wells se conocen, sobre todo, sus novelas científicas. Las mismas que fueron un pilar fundamental de la incipiente ciencia ficción. Cosa que no gustaba a muchos, entre ellos al insigne Julio Verne. Una influencia que permaneció vigente con mucha fuerza hasta bien entrado el siglo XX. Pero Wells era mucho más que eso. De hecho, no consideraba aquellos grandes éxitos como el mayor logro de su carrera. Su pensamiento político y su visión de la sociedad fueron otro hilo argumental de sus trabajos. Los primeros hombres en la Luna aúna algunas de sus preocupaciones fundamentales.

Cuando Wells finalmente publicó la última entrega de esta novela científica – el término que posteriormente se convirtió en ciencia ficción – en el Strand Magazine, ya había saboreado las mieles del éxito con La máquina del tiempo (1895), La isla del doctor Moreau (1896), El hombre invisible (1897) o La guerra de los mundos (1898). Si se hace un rápido repaso a estos títulos, será fácilmente demostrable que se tratan de obras clave en el imaginario colectivo de los amantes del género. Pero en 1901, Wells tenía solo unos “insultantes” treinta y cinco años de edad. En España es conocido básicamente por estos títulos, pero resulta que, como se ha indicado en la introducción, el propio Herbert veía en esos libros un trabajo menor, aunque no acabó odiándolos, ni mucho menos.

Sus lecturas de juventud incluyeron a Dickens, Inving, Platón o Voltaire. Todo ello, junto a su defensa a ultranza del feminismo, del sufragio universal, de los valores del evolucionismo de Charles Darwin o su convencimiento en los valores socialistas originales completan un carácter lleno de aristas y de puntos grises muy destacable. Sin embargo, la mayoría se queda solo con su autoría en esos éxitos, sin ir más allá. Un más allá al que este autor tampoco se había acertado hasta hace poco, cosa a la que animo a los lectores.

Su visión de los posibles horrores tecnológicos futuros chocó casi frontalmente con los de otro insigne y casi divinizado autor, como Julio Verne. Wells era de la opinión de que, si bien el francés había protagonizado una novedad en el mundo literario, pronto cayó en una popularización de ideas científicas actuales y posibles a corto o medio plazo, sin ir más allá. Su estilo realista dentro de todo este movimiento de la novela científica difería del suyo propio, que no atendía tanto a los razonamientos verosímiles como a la intención oculta de sus historias, donde los movimientos sociales eran básicos para comprender lo que quería trasladar.

De ese esfuerzo nace Los primeros hombres en la Luna, donde se refleja a una sociedad selenita extravagante. Un argumento en el que Wells no fue pionero, pero en el que dejó su propia impronta, tratando de desmarcarse de quienes hicieron esfuerzos parecidos con anterioridad, entre ellos el propio Verne. Ya por aquel entonces era miembro de la Sociedad Fabiana, grupo al que habría que dedicar un artículo aparte, como a cada aspecto de la vida de Herbert. Mientras tanto, estos párrafos se extenderán en su propia versión de la fiebre lunática.

Las peripecias interestelares de Cavor y Bedford

Luciano o Cyrano de Bergerac ya habían dado sus propias pinceladas al asunto lunar, que no viene a ser sino uno de esos temas universales que se trataban de cuando en cuando. La mirada al cielo, el papel de la humanidad en la realidad o la vida más allá de las fronteras planetarias se fueron convirtiendo en opciones cada vez más presentes en la literatura.

El Strand Magazine se convirtió en el hogar que acogería, mes a mes, las aventuras de dos hombres con objetivos muy diferenciados. Uno amaba el conocimiento y el otro el dinero. Ambos formaron una dupla que fue capaz de desplazarse al satélite para intentar cumplir sus respectivos sueños.

Aunque la novela no estuvo exenta de polémica, que conviene ahora resaltar antes de entrar en materia. A Wells se le acusó de plagio por hacer uso de un elemento relacionado con la antigravedad. La persona que impulsó esa historia fue el irlandés Robert Cromie, quien en su novela A Plunge into the Space (1890) hizo uso de ese método para elevar la nave, como también sucede en The History of a Voyage to the Moon (1864) de Chrysostom Trueman. Si por herramientas de propulsión, tipos de nave, fauna extraterrestre y demás minucias se tratase, muchísimas novelas posteriores serían plagios descarados. Aunque quizá hubiera algo de verdad en aquellas acusaciones, ante las que Wells contestó que no tenía conocimiento alguno sobre esas otras novelas. Una salida, por otra parte, reproducida hasta la saciedad.

Los primeros hombres en la Luna presenta a ese nuevo agente antigravedad que es la cavorita. Como antecedente del viaje e inicio de la novela, se nos presenta al dúo protagonista. Bedford es un hombre arruinado, cuyos negocios se frustraron de manera estrepitosa, viéndose obligado a retirarse a la campiña. Allí conoce por casualidad al excéntrico físico Cavor, creador de ese nuevo y revolucionario elemento.

Cavor es todo un científico genial y carismático, capaz de lograr una empresa a priori imposible. En la actualidad, y gracias sobre todo al cine, las grandes empresas científicas son descritas como un trabajo irritantemente complejo, que lleva muchos años de investigación e involucra a muchísimas personas para completar su desarrollo. Sin embargo, en la época de aquellas novelas científicas todo eso era obra de una sola persona, capaz de sacarse de la chistera un elemento capaz de solucionar la papeleta con inusitada facilidad. ¿Qué había que ir a la Luna? Pan comido para Cavor.

¿Qué es esa cavorita tan mencionada? Wells no era alguien que se adentrara en descripciones complejas y sesudas de los elementos puramente científicos y tecnológicos de sus relatos, cosa que tampoco hizo con esta aleación de varios minerales y de éter. Los componentes de esta aleación repelen todo cuanto tocan (incluida la propia corteza terrestre). El material es capaz de ser opaco a la fuerza de la gravedad tal y como, se explica, otros lo son a la refracción de la luz o a la conducción del calor.

El viaje a la Luna era posible, y Bedford no tarda en ver el posible negocio que se desprende de él. Así que decide unir su suerte a la de Cavor y su nave, de forma esférica. Las explicaciones son escasas, y Bedford, curiosamente, se acuerda del ingenio ideado por Verne para De la Tierra a la Luna, escrita en 1865. Sin embargo, en ese momento Wells lanza un dardo envenenado al bueno de Julio: “…pero Cavor no era lector de historias de ficción…”.

El poliedro de vidrio estaba cubierto en cada una de sus caras por una especie de persiana de cavorita. Para hacerla vagar por el espacio, todas esas “persianas” debían encontrarse bajadas, haciendo a la nave inmune a la atracción gravitacional. El alunizaje se hacía posible liberando de la capa de cavorita ala cara que apuntara al satélite. Si la velocidad de descenso era peligrosa, solo había que usar el lado opuesto para frenar esa fuerza mediante la atracción ejercida por la alejada Tierra. Una vez allí, nuestros intrépidos aventureros descubren que el lugar no está vacío ni muerto.

La sociedad selenita presentada en Los primeros hombres en la Luna vivían bajo la superficie. Había flora y fauna, días de calor asfixiante y noches heladas. Y seres de aspecto insectoide que parecían ser la especie dominante. El contacto, que en la literatura y en otros campos como la ufología se entiende como la interacción entre humanos y otras especies o seres, tiene su pistoletazo de salida precisamente aquí. Pero Herbert fue más allá e ideó toda una estructura social para esos insectos lunares, cuya clase más baja es con la que se encuentran Cavor y Bedford. Precisamente el primero, la mente científica y aparentemente más racional, es quien llega a la conclusión de que las clases dominantes debían habitar en el núcleo de la Luna:

«Su mundo central, su mundo civilizado, debe de hallarse mucho más lejos, en las profundidades más próximas a su mar. Esta región de la corteza lunar en la cual nos encontramos debe de ser como un distrito fronterizo, un especie de región de pastores. […] Los selenitas con los que nos hemos encontrado probablemente se correspondan a nuestros pastores, o a nuestros obreros…».

Los protagonistas entablan combate con los insectos que hayan cerca de la superficie, saliendo victoriosos con excesiva facilidad. Tanto que parece que Wells se regodea de esa aparente inferioridad de los extraterrestres de clase baja. Algo que para muchos expertos choca con sus convicciones socialistas, pues se ha de recordar que en aquel momento era integrante de los Fabianos. La respuesta parece estar en la intención del autor de mostrar los efectos más gráficos y violentos del colonianismo, ese en el que el Imperio Británico era un experto. La matanza de inocentes, cuyas tecnología y medios parecen inferiores a los de esa “raza superior” que acude a llevar “sus bondades” al lugar. Además, la campaña de Bedford no responde más que al interés puramente económico. La búsqueda de riquezas y recursos siempre ha sido uno de los pretextos usados a lo largo de la historia para conquistar nuevos territorios. Tras esos primeros embates, el otrora empresario de éxito fantasea con una invasión con muchos hombres y armas.

«¡Esos seres contra los que hemos combatido no eran sino campesinos ignorantes, habitantes del margen exterior, rústicos todavía próximos al salvaje! […] ¡Quizás en las orillas [del mar] se alzan potentes ciudades donde pulula una población regida por instituciones de sabiduría tal que la imaginación humana no alcanza a concebir!… ¡Y ahora estamos condenados a morir aquí, y a no ver nunca más a los grandes maestros que sin lugar a dudas gobiernan y dirigen tantas cosas dignas de admiración sin límites!»

Cavor aparece en un segundo plano en estos momentos. Sus observaciones sobre los estratos de la sociedad selenita utópica le permiten conocer que son pacifistas, que llevan a cabo prácticas muy cercanas a la manipulación genética (con la especialización de individuos para unas tareas concretas), y que su forma de convivir se acerca mucho al leninismo, con estratos superiores que dirigen a las masas de trabajadores supercualificados. Todos están comandados por el Gran Lunar, una especie de pudin encefálico endiosado. Ahí no caben las decisiones del pueblo, ni las guerras entre clases. Únicamente la obediediencia y la continuación de la labor asignada.

Sentido, influencias y críticas

El desarrollo de la trama hace que los roles de los protagonistas se vayan diferenciando cada vez más según transcurren las páginas. Bedford se muestra cada vez más despreciable, mientras Cavor intenta conocer más sobre los selenitas, a pesar de sus deducciones un tanto cuestionables sobre seres con los que se van encontrando. El rechazo entre ambas especies es recíproca, como señaló acertadamente Rubén Lardín en el número 5 de la revista Graphiclassic, número monográfico dedicado a la figura y obra de H. G. Wells, pero uno de ellos intenta saber más sobre esa otra especie. Cavor no contaba con la traición de Bedford.

Dos fueron los viajeros, pero uno el que hace el viaje de vuelta. Bedford cae en el océano, cerca a su Inglaterra natal. Dejando la esfera recubierta de cavorita en una playa, recobrará fuerzas en una posada, para descubrir luego que la esfera ha partido a los espacios siderales con un niño dentro. Un pobre chico del que jamás se conocerá su destino. Bedford abandona el lugar con el oro y otros materiales que pudo traerse en la nave ideada por Cavor, a la postre un refugiado interestelar que trata de comunicarse con los selenitas y hacerse entender.

El científico logra que se transmita su mensaje a los insectos lunares, mostrando el funcionamiento básico de la sociedad humana. Pero la forma de vida de aquellos seres, pese a sus imperfecciones, parece ser mucho más bondadosa que la que tiene lugar en la Tierra. No hay guerras ni lucha de clases, a pesar de contar con un líder supremo. Si bien este punto, unido al de la supremacía de unos grupos sobre los trabajadores, puede ser perjudicial, Cavor cavila que el principal error humano está en ese instinto de lucha fraticida y en ese afán conquistador insaciable. Su contacto con el Gran Lunar evidencia su fatal destino: nadie más conoce la fórmula de la cavorita, por lo que el rescate es inviable. De alguna forma, Cavor logra llevar a cabo una transmisión con destino a la Tierra, en un intento desesperado de compartir los secretos de su nuevo material, pero esa comunicación se ve interrumpida. Fin de la novela. La humanidad no podrá, al menos de momento, repetir la hazaña de aquel par de hombres con desigual destino. Aunque ambos desgraciados, de una forma u otra, ya que Bedford seguirá siendo un hombre despreciable y sin acceso a los ricos materiales de esa Luna hueca a la que llegó lleno de ambición y esperanza.

En el tiempo en que Julio Verne y H. G. Wells escribieron sus respectivos libros sobre viajes a la Luna (con 36 años de diferencia), aquellos sueños se habían fusionado en con los avances científicos y tecnológicos que poco a poco hacían vislumbrar un futuro prometedor en torno a la exploración de los cielos. Verne y Wells revelaron que el viaje lunar era en cierta forma posible, casi inevitable.

Julio Verne tenía setenta y tres años cuando se publicó por primera vez Los primeros hombres en la Luna, y no tardó en ser crítico con el estilo aparentemente superficial de Wells, sobre todo en lo que concierne a los elementos físicos o tecnológicos. Parecía empeñado en mostrar al inglés como alguien falto de credibilidad, y es cierto que su novela adolece de ella si se atiende a criterios puramente superficiales. Es cierto que, aunque Wells lograra que todo lo contado en torno a la cavorita sonara plausible, pronto perdió vigencia, lo que hizo a su novela envejecer peor que otras, como las del propio Verne. Sin embargo, su mensaje y sus intenciones sí que han pervivido en el tiempo, puesto que su punto fuerte se encuentra precisamente en sus descripciones de esa sociedad utópica y los contactos entre especies, trasunto de las relaciones entre dominadores y dominados.

Verne tenía bastante claro un punto diferenciador entre sus libros y los de Herbert: él usaba la física mientras Wells inventaba. El autor de De la Tierra a la Luna se basaba en invenciones e investigaciones en boga en su época y trataba de llegar más allá en sus aplicaciones, logrando en no pocas ocasiones hacer predicciones que aún hoy sorprende a muchos, que le consideran una especie de vidente capaz de rasgar el velo del tiempo y prefigurar cosas que tardarían décadas en llegar. Su opinión sobre las novelas científicas del británico se resumía en una sola palabra, muy fácil de deducir: ficción. Aunque dignas de elogio, eso sí. Anticipación contra especulación. Una cuestión que se encuentra en el alambre del debate en torno a estas dos figuras que fueron contemporáneas y que tuvieron una suerte de rivalidad basada en el atrevimiento del más joven. Sus obras inspiraron otras novelas, cómics o películas. Precisamente, El viaje a la Luna de Georges Méliès se inspira, en su tono burlesco, en Wells, a pesar de que siempre se ha señalado a Verne como su principal influencia. Se hicieron metrajes posteriores basados directamente en la novela. Una en 1919 de la que apenas hay rastro. Otra de 1964 en forma de adaptación homónima de Nathan Juran, llamada La gran sorpresa. Una última adaptación reseñable se efectuó en 2010 en forma de telefilme británico que trató de ser lo más fiel posible a la obra original pero cuya factura técnica afeó sus posibilidades.

H. G. Wells tuvo una trayectoria literaria mucho más extensa y amplia, pero su dedicación a las novelas científicas se fue apagando poco a poco, y fue precisamente Los primeros hombres en la Luna el inicio de ese abandono. Esa novela supuso una aventura con el tono cómico que siempre acompañó a sus obras, aunque en este caso evolucionó a la sátira grotesca que se hace patente en sus críticas al colonianismo y a las prácticas que tienen que ver con la guerra. A pesar de que la novela parezca anticuada, su mensaje más fuerte sigue siendo actual: el deseo de que la humanidad no caiga en la autocomplacencia, sino que debe continuar explorando, extendiéndose y descubriendo nuevos mundos.

Fuentes:

  • VV. AA. Jules Verne Tomo I, el futuro sobrepasado, Graphiclassic número 3, Ponent Mon y Asociación Cultural Graphiclassic, 2016.
  • VV. AA. H. G. Wells, el hombre que inventó el futuro, Graphiclassic número 5, Ponent Mon y Asociación Cultural Graphiclassic, 2018.
  • Verne, Julio. De la Tierra a la Luna, Planeta, 2019.
  • Wells, Herbert George. Cuentos completos, Valdemar, 2019.
  • https://steampunk.fandom.com/wiki/The_First_Men_in_the_Moon_(novel)
  • https://blogcritics.org/graphic-novel-review-graphic-classics-h-g-wells-edited-by-tom-pomplun/
  • http://www.conceptualfiction.com/first_men_in_the_moon.html

Acerca de Félix Ruiz

Trabajador Social de formación y apasionado de las temáticas relacionadas con el misterio desde siempre. Redactor de noticias, escritor novel, lector compulsivo y buscador incansable de preguntas que compartir con todo aquel que sea curioso y quiera saber más.

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