Siempre que he leído alguna novela de ciencia-ficción me he sentido fascinado por la imaginación desbordante de sus autores. Crear arte es uno de los mayores valores de la humanidad, y si a ello le sumamos la capacidad de dejar volar la mente hasta lugares maravillosos e inexplorado y ser capaz de plasmar esa experiencia en papel o en una obra cinematográfica, el resultado solo puede ser algo digno de admirar. A cada cual podrá gustarle lo que tiene ante sí en mayor o menor medida, pero eso no resta mérito a la capacidad creativa, que tanto impulso ha dado a la inteligencia y el alma humanas. En el imaginario colectivo actual sobresalen sobre todo películas como las pertenecientes a las sagas Star Wars o Star Trek, solo por nombrar un par de ejemplos emblemáticos. Pero hay mucho que explorar en este campo, y en ese sentido la literatura esconde muchos secretos que, por desgracia, no son conocidos por el público en general.
En mi mente se dibujan claramente los relatos de Julio Verne, uno de esos adelantados a su tiempo que han sido capaces de traspasar el velo del tiempo y conseguir que sus relatos sean inmortales. En ellos nos hacía partícipes de relatos curiosos, llenos de artilugios y conocimientos que posteriormente han visto la luz. El proceso según el cual el maestro acertaba en sus predicciones sigue siendo un asunto sin esclarecer. Él mismo aseguraba que procuraba estar al tanto de cada avance científico que se producía en su tiempo, lo que le permitía ir un poco más allá gracias a su imaginación y diseñar artilugios que pronto podrían ver la luz. En cambio, hay quien opina que se trataba de una especie de profeta, alguien con una capacidad especial para ver más allá de su tiempo presente y vislumbrar retazos del futuro. La lógica ha llevado a otros a pensar que, a pesar de que es cierto que el maestro poseía el don de escribir sobre unos inventos sorprendentes, todo no es más que pura ciencia-ficción que posteriormente ha servido de inspiración a inventores y científicos para dar un paso adelante y traer a nuestras vidas materiales lo que antes solo estaba en la mente de una persona en concreto.
Un dibujo de Los Estados e Imperios de la Luna
La musa de la inspiración puede acechar en cada esquina, y nunca sabremos cuándo nos toparemos con ella. Parece que nos encontramos ante una especie de ser – un daimon, como lo definiría Patrick Harpur en su maravilloso trabajo Realidad Daimónica – inmaterial que nos susurra al oído mientras dormidos, mientras trabajamos o mientras observamos algo que nos llama la atención, y logra con ello hacer saltar un resorte oculto dentro de nuestro ser, que nos lleva a crear. Tras ello, depende de nosotros seguir o no esa llamada. Lo único cierto en todo este asunto es que ha habido a lo largo de la historia una serie de personas que han contribuido de manera decisiva a que nuestro actual mundo sea el que es. Hoy no me toca hablar de Julio Verne, sino de otros dos literatos ilustres, dotados de su mismo toque mágico. El primero de ellos es el poeta y dramaturgo Cyrano de Bergerac, inmortalizado por la obra teatral de Edmond Rostand.
Hercúle Savinien de Cyrano de Bergerac nació en París en 1619. Su faceta de pensador crítico hacia las instituciones religiosas y sociales le convirtieron en poco menos que un libertino a ojos de sus detractores y de buena parte de la sociedad de su época. La sátira liberal y provocadora fueron el eje de sus obras publicadas en vida. Cyrano vivió a su manera, coqueteando con la filosofía, ejerciendo de dramaturgo e incluso con la ciencia y la alquimia, pues poco antes de morir en 1655 comenzó a escribir el primer capítulo de lo que en el futuro sería su Trattato di fisica, por desgracia inconcluso. Pero lo que aquí nos interesa fue una obra póstuma, dividida en dos partes, que se publicó bajo el nombre de El otro mundo. Como acabo de decir, estaba dividida en dos partes, siendo la primera Los Estados e Imperios de la Luna y la segunda Historia cómica de los Estados del Sol. Ambas fueron publicadas en 1657 y 1662 respectivamente, y son un claro antecedente de ese gran género literario que tanto ha influido en la sociedad del siglo XX, la ciencia-ficción.
En ellas, Cyrano mismo es quien se convierte en protagonista, hablando en primera persona y haciéndonos partícipes de sus intentos por llegar a la Luna. En primer lugar, podemos leer en la primera parte de la obra cómo nuestro personaje relata los fracasos de aquellos que habían tratado antes que él de alcanzar el mismo objetivo, para posteriormente pasar a exponer su verdad: él había conseguido la victoria donde otros solo encontraron la derrota. Y es aquí donde topamos con una gran sorpresa, pues nos topamos con una desconcertante descripción de lo que siglos después sería un cohete espacial. Según el relato,alguien se lo robó antes de probarlo, por lo que el protagonista no duda en lanzarse en su busca. Atentos a las palabras de Cyrano:
Busqué durante mucho tiempo mi máquina hasta que la encontré en medio de la plaza de Quebec, cuando iban a pegarle fuego. El dolor de encontrar la obra de mis manos en tan peligro me trastornó de tal manera que corrí a detener el brazo del soldado que encendía el fuego, y le arrebaté la antorcha, lanzándome furioso sobre mi máquina, para deshacer el artificio con que la habían revestido, pero llegué tarde, porque apenas había metido mis pies en ella, cuando me vi arrebatado hacia las nubes. El espanto que me dominaba no trastornó hasta tal punto mis facultades, que no recuerde todo lo que sucedió en aquel instante. Ya que, cuando la llama hubo devorado una hilera de cohetes que habían estado dispuestos de seis en seis por medio de una atadura que reunía cada media docena, otra serie se encendía, y luego otra; de manera que el salitre, al encenderse, alejaba el peligro aumentándolo al propio tiempo.
Retrato de Cyrano, creador de El otro mundo
El viaje de Cyrano comenzó de forma abrupta. Encontró su máquina en Canadá, pero fue lanzado por los aires en cuanto dio con su paradero. La ignición del mismo, tal como fue plasmada en el texto, recuerda en gran medida a la de los cohetes múltiples que fueron ideados en pleno siglo XX en la carrera espacial. Tres etapas de seis cohetes, encendidos sucesivamente, y que servían para impulsar la nave de Cyrano hacia los cielos, tal como la NASA norteamericana y los programas espaciales de la desaparecida URSS harían con sus enormes ingenios en la segunda mitad de la pasada centuria. La famosa máquina de Cyrano fue capaz de salir de la Tierra, en un viaje que acabaría en la Luna. Pero si seguimos el relato de la primera parte de El otro mundo toparemos con que el dramaturgo francés – que, no lo olviden, vivó en el siglo XVI – también fue capaz de vislumbrar que su máquina estaba dividida en tres partes diferentes, que iban desprendiéndose del cuerpo principal según se agotaba su combustible. Y aun hay más, pues la cápsula donde se haya nuestro insólito “astronauta” es independiente de los cohetes que se desprendían hacia la Tierra:
El artificio estaba sujeto al exterior y su calor, por lo tanto, no me podría incomodar.
Volviendo a la carrera espacial, no es ningún secreto que al mismo contribuyeron de forma decisiva una serie de científicos que anteriormente trabajaron para el régimen nazi alemán. Entre ellos, destaca el nombre Wernhner von Braun, que ideó el cohete Saturno, idea que finalmente conseguiría llevar – o no, según los conspiranoicos – al hombre a la Luna en 1969, tras ser llevado a Estados Unidos tras la Segunda Guerra Mundial dentro del marco de la Operación Paperclip. Pero eso ya lo sabemos todos, o deberíamos saberlo. Lo que quizá no sepan algunos es que el joven Wernher leía a algunos autores del grupo de los precursores de la ciencia-ficción. Entre ellos, H.G. Wells, Julio Verne y… Cyrano de Bergerac.
¿La inspiración del cohete Saturno llegó a von Braun a través de Los Estados e Imperios de la Luna? Ojalá pudiéramos dar una respuesta, pero eso no es posible. Lo que sí está a nuestro alcance es leer la obra de Cyrano y ser partícipes de su visión – luego satírica en cuanto a la religión y costumbre de los habitantes de nuestro satélite y del Sol – de un viaje que aun tardaría algo más de tres siglos en producirse. De hecho, el viaje imaginario del protagonista del texto nos brinda otra imagen típica dentro de cualquier viaje espacial: la ingravidez. En su viaje, cuando alcanzó el punto donde la tracción recíproca de la Tierra y la Luna se anulan, Cyrano experimentó como sus pies se elevaban en el aire, un tiempo antes de que su máquina iniciase su descenso vertiginosos hacia la Luna:
Cuando había cubierto, según el cálculo que hice después, mucho más de las tres cuartas partes del camino que media entre la Tierra y la Luna, vi que de pronto los pies se me iban en alto, sin haber caído de ninguna manera…
Como decía al principio, el debate está servido entre quienes opinan que todo esto no es más que simple creación literaria y los que optan por hacer de este autor una suerte de visionario que fue capaz de rasgar el velo del tiempo y traer hasta sus escritos adelantos propios del mundo moderno. El relato está ahí, disponible para quien desee enfrentarse a él, mientras Cyrano seguirá siendo el mismo libertino para unos y el mismo genio para otros. A pesar de todo lo comentado, su vida y su obra continuarán siendo parte del gran libro de los episodios curiosos y misteriosos de la historia. Puede que Antonio Ribera no se equivocara cuando lo incluyó en su Galería de condenados, pues parece que este episodio será siempre un expediente sin resolver…
Fuentes:
– García Gual, Carlos: Viaje a la Luna: De la fantasía a la ciencia-ficción. ELR Ediciones, Madrid, 2005.
– Ribera, Antonio: Galería de condenados. Planeta, Barcelona, 1984.