Los arqueólogos encontraron los restos tan bien conservados que era posible identificar un lunar en su rostro. Además, el cuerpo tenía una costura áspera en la piel de la zona del abdomen, lo que indicaba un intento de momificación artificial. Sin embargo, en el momento del hallazgo, no se encontró ningún signo de que se tratara de una mujer.
“Recientemente tuvimos la oportunidad de realizar pruebas para determinar el sexo, la edad y la afiliación genética de la guerrera enterrada“, afirmó Marina Kilunóvskaya, quien participó en la expedición arqueológica, citada por The Siberian Times. “Así que nos complace decir que hemos logrado un resultado tan impresionante“, agregó.
El cuerpo fue enterrado entre finales del siglo VII y principios del siglo VI a. C. junto con varias armas, que incluían un hacha, un arco de abedul y un carcaj con diez flechas de unos 70 centímetros de largo, dos de madera, una con punta de hueso y el resto con cabezas de bronce. El ataúd, tallado en una sola pieza de madera, se encontraba enterrado a poco más de medio metro de profundidad y orientado hacia el suroeste.
“El entierro de la niña con armas da una nueva pista de la estructura social de la sociedad nómada primitiva“, explicó Kilunóvskaya. “Esto abre un nuevo aspecto en el estudio de la historia social de los pueblos escitas y nos devuelve involuntariamente al mito de las amazonas que sobrevivió gracias a Heródoto“, subrayó.
Aparte del historiador Heródoto, el médico griego Hipócrates, que vivió aproximadamente entre los años 460 y 370 a. C., escribió que las mujeres guerreras entre los sármatas –un pueblo escita famoso por su dominio del arte de la lucha a caballo–, “cabalgaban, disparaban, lanzaban la jabalina y luchaban contra sus enemigos“.