Durante estos días he aprovechado la ocasión para leer el libro del invitado al último programa de Misterio en Red, Manuel Jesús Palma Roldán, sobre el impactante tema de los pactos demoníacos. La Estirpe de Fausto, título del monográfico, ofrece gran cantidad de datos de interés sobre este asunto, que trasciende los márgenes de la propia religión cristiana, afectando a otras grandes confesiones de su entorno (judaísmo e islamismo) además de a otras de carácter más animista o politeísta. En este contexto, al adentrarme en una lectura tan atrayente, me he zambullido en algunos de los relatos sobre personajes reales que al parecer firmaron algún tipo de acuerdo con el Diablo, el mismísimo Satán cristiano y cabeza visible del Infierno, en algún momento de sus vidas. Aceptar que leyendas de este tipo tienen algún tipo de veracidad supone que creemos en la concepción de los demonios que nos ofrecen las grandes religiones monoteístas, pero esa es otra historia. Lo importante aquí es que se ofrecen datos sobre algunas de las grandes historias referentes al tema, como las de Robert Johnson o Gilles de Rais, entre otros. Aunque, sin embargo, una de las que más me ha impactado a sido la dedicada a Teófilo de Adana, mal llamado por algunos católicos San Jerónimo, pues no pertenece a su santoral, aunque sí que es considerado así en Oriente.
La historia de Teófilo de Adana o Teófilo el penitente (? – 538 d. C.) es significativa, ya que es la más antigua historia de un pacto con el Diablo. Al menos, en lo que al contexto cristiano se refiere. Teófilo fue el archidiácono de Adana, Cilicia, territorio de la actual Turquía. En un primer momento, fue elegido por todos sus compañeros para ser el nuevo obispo, cargo que sorprendentemente rechazó, se dice que por una simple cuestión de humildad. Se decía de él que era alguien siempre cercano a los necesitados, un buen orador que era capaz de encender a sus feligreses, siendo un gran observador de los preceptos religiosos. Todo ello no iba en contra de su deseo de ascender en la curia, por lo que a aquellos que le conocían les resultó extraño que se negara a hacer suyo un cargo tan importante como el de obispo. El caso es que no tomó esa responsabilidad, que recayó en otra persona.
¿Por qué se negó exactamente Teófilo a ser obispo? Las malas lenguas decían que se trataba por una cuestión económica, ya que era tesorero, lo que le permitía tener muy cerca los tesoros de la localidad, algo muy jugoso y tentador. Si dejaba ese puesto no podría seguir disfrutando de ese placer que es el dinero. Ya saben eso de “quien parte y reparte, se lleva la mejor parte”. Las habladurías llegaron a oídos del nuevo obispo, que no dudó un instante en relegar de sus funciones a Teófilo, a pesar de no indagar demasiado. El perjudicado no paraba de negar su culpabilidad, pero eso no evitó que perdiera la gracia de sus compañeros y superiores.
Nuestro protagonista quedó profundamente tocado en lo anímico, aunque la determinación por probar su inocencia le llevaron, dice la leyenda, a contactar con un viejo mago, que le recomendó la acción más arriesgada, a la vez que efectiva, para recuperar su posición. Aquí entra en juego el mítico cruce de caminos, lugar donde uno puede tener un encuentro con algún ser demoníaco si su deseo es fuerte y hace el pertinente ritual. Para eso tenía Teófilo al buen mago a su lado, para que arreglara un encuentro entre el clérigo y el Diablo. Dicho y hecho. Allí apareció el funesto ser, si hemos de creer en la leyenda. El tiempo de los seres infernales no sale gratis, y menos aun si se trata de conceder favores. Muy pronto lo supo nuestro protagonista, que deseaba con todas sus fuerzas recuperar sus privilegios, cosa a la que el Diablo no se negó, siempre y cuando firmaran un pacto según el cual Teófilo debía comprometerse a renegar de Dios y la Virgen. Eso se hizo, y como resguardo quedó una firma del de Adana, hecha con su propia sangre, como sello definitivo.
Poco tardó nuestro amigo en darse cuenta de que el acuerdo fue un éxito. El obispo le llamó para mostrarle su arrepentimiento sobre lo sucedido y reintegrarle en su puesto. Todos comenzaron a verle de nuevo como el honrado hombre que siempre creyeron que era. Todo iba sobre ruedas, salvo aquel asunto de dar la espalda a Dios y la Virgen. Esto, junto con el lógico miedo hacia las repercusiones de un pacto con el Diablo, no paraban de atormentar a Teófilo, que poco a poco se arrepintió de haber llevado a cabo semejante herejía. Es por ello que imploró a la Virgen que le perdonara. Lo que seguro que no esperaba es que la misma madre de Dios se iba a presentar ante él, primero para regañarle por cometer tanta estupidez, y después para decirle que Dios le había perdonado por ello. No se contentó con ello la Virgen, sino que se convirtió en espía y ladrona para arrebatarle el pacto al Diablo y así deshacerse de él. El final varía según la versión que leamos, pero en todas Teófilo se libra de responder ante Satán, siempre debido a la intercesión de la Virgen.
El caso es que, a pesar de no tener constancia histórica clara de la veracidad de esta historia, sí que se comenzó a contar casi desde los mismos años en que se produjo. El pacto demoníaco quedó así como parte del catecismo, como símbolo de lo que nunca se ha de hacer para lograr éxito y favor en la vida. Jugar con la oscuridad no era cosa inteligente y siempre tenía consecuencias negativas, a pesar de que quizás Dios intercediera por aquellos que se atrevían a seguir adelante con la herejía. El mayor testimonio de esta historia se halla en el transepto norte de la catedral de Notre Dame de París, donde podemos ser testigos de la intercesión de la Virgen. Esto es una muestra de la infinita bondad de Nuestra Señora, tan de moda en los tiempos en los que las catedrales góticas se levantaban hacia el cielo como símbolo de amor a esa Virgen que tanto daba que hablar.
La literatura tampoco hizo caso omiso de esta leyenda. En el siglo IX, la historia aparece en un texto cristiano llamado Miraculum Sancte Marie de Theophilo penitente. Este texto introduce la figura de un judío como el mago que llevó a Teófilo hasta el cruce de caminos donde invocó al Diablo. Mala época aquella para los judíos, que protagonizaron una campaña de desprestigio que les llevó a ser expulsados de muchos lugares, incluida España, como tristemente sucedió siglos después. En el siglo X, la monja poetisa Hroswitha de Gandersheim adaptó este texto para un poema narrativo que elabora sobre la bondad intrínseca del cristiano Teófilo e internaliza las fuerzas del Bien y del Mal. Según su modelo, la Virgen devuelve a Teófilo el contrato maléfico para que se lo enseñe a su congregación, muriendo poco después.
Gautier de Coincy (1177/8 – 1236) escribió un largo poema al respecto titulado Comment Theophilus vint a pénitence. Este texto sirvió de base para una obra teatral de Rutebeuf, Le Miracle de Théophile (siglo XIII) donde Teófilo desempeña un papel central, con la Virgen y el Obispo en el lado del Bien y el judío y el Diablo, en el lado del Mal.
San Bernardo afirma con fuerza esta verdad en el Memorare:
“Acuérdate, oh piadosísima Virgen María, que jamás se ha oído decir que ninguno que haya acudido a tu protección, implorado tu ayuda, o procuraban tu intercesión, haya sido desamparado.”
Fuentes:
La Estirpe de Fausto. Manuel Jesús Palma Roldán, Almuzara, 2017.