In ictu oculi y Finis gloriae mundi: Los Jeroglíficos de Valdés Leal

Sevilla es una ciudad que rezuma historia por todos los rincones. He tenido la suerte y el inmenso privilegio de vivir en ella durante toda mi vida, empapándome de sus costumbres y su rica cultura. En el terreno del misterio no se queda atrás, y existen no pocos lugares con historias muy interesantes que desvelar. En este caso, les quiero hablar de dos obras pictóricas que se encuentran en el barrio del arenal, dentro de la hoy privada iglesia y museo del Hospital de la Caridad. Allí, en dos frisos de las paredes laterales del sotocoro de la iglesia, podemos observar el legado macabro que nos dejó el pintor sevillano del siglo XVII Juan de Valdés Leal (1622 – 1690).

A pesar de haber sido un destacado pintor de tema religioso durante toda la vida, el sevillano es más conocido por sus cuadros conocidos como los ‘jeroglíficos de las postrimerías’, verdaderos cantos a la muerte, que nos acecha en cada rincón, como Valdés Leal debió sentir al final de sus días. Cierto es que los elaboró gracias a un encargo del noble Miguel de Mañara, Hermano Mayor de la Santa Caridad. Aunque una cosa no quita la otra, y es que ambas obras destilan una sensación de impotencia ante la muerte que muy pocas veces – por no decir nunca – se han plasmado de forma tan espectacular en una imagen.

In ictu oculi

Hablo de Miguel de Mañara porque su aportación a las obras de Valdés Leal es fundamental. Junto a él trabajó Murillo, que realizó ocho obras, de las cuales hoy faltan cuatro, sustraídas en 1810. También debo decir que Murillo fue mucho mejor pagado que Valdés Leal, que no tenía tanto caché, o no pidió tanto dinero por su obra, quién sabe. La leyenda rodea a Mañara, de quien se cuenta que fue todo un vividor durante su juventud, hasta que un día encaminó sus pasos a la calle del Ataúd (ya que allí se enterró a una prostituta hebrea) para retozar con una moza apodada la Gitanilla. En eso estaba cuando llegaron tres hombres para atracar a Mañara, desatándose una pelea de la que el caballero sale mal parado. Tan mal está, que al parecer sufre una alucinación que cambiaría su vida para siempre: es testigo de su propio entierro. Se recuperó, pero nunca volvió a ser el mismo. Cambió su estilo de vida, decantándose por una de oración y penitencia, ayudando a los necesitados. De ahí que se dedicara en cuerpo y alma al Hospital de la Caridad. No olvidó su visión, lo que nos lleva hasta las obras de Valdés Leal, que vamos a analizar ahora mismo, porque no tienen desperdicio.

El primero de esos ‘jeroglíficos’ es In ictu oculi (en un abrir y cerrar de ojos), donde podemos observar a un imponente esqueleto que porta un ataúd y una guadaña, mientras que su otra mano se extiende en busca de la llama de una vela, en actitud de apagarla. La vela hace alusión a la vida, una llama que arde fuerte mientras somos jóvenes, pero que pierde fuerza conforme pasan los años hasta que, finalmente, se apaga sin remedio. Si nos fijamos en uno de los pies de la calavera, podremos comprobar que se posa sobre un globo terráqueo, dejándonos claro que su influencia llega a todos los rincones del mundo. Para mayor demostración de poder, vemos junto al globo una tiara papal, dos coronas, un cetro, un toisón de oro, libros científicos y religiosos, una armadura, una espada o telas. Todo ello sirve para dar testimonio de una realidad que tratamos de ignorar a lo largo de la vida pero que se acerca inexorablemente, sin descanso: la Muerte al final llega para todos. Reyes, Papas, nobles, caballeros, agricultores o vagabundos. Nadie, absolutamente nadie, es capaz de escapar de las manos huesudas y el frío aliento de la Muerte.

 

Finis gloriae mundi

La siguiente obra de los ‘jeroglíficos’ tampoco se queda a la zaga en cuanto a su poder de transmisión, ya que su mensaje es tan contundente como In ictu oculi. Finis gloriae mundi nos muestra los momentos posteriores a la muerte, cuando el alma de cada fallecido ha de enfrentarse al juicio por el cual se determinará si ha sido alguien bondadoso o pecador en la vida. Vemos una cripta, donde reposan tres cadáveres: un obispo devorado por gusanos, un caballero de la Orden de Calatrava (Miguel de Mañara) y un tercer cadáver que se encuentra oculto entre las sombras, junto a una lechuza que simboliza el reino del más allá. Cristo sostiene una balanza, en uno de cuyos platos se hallan representados los siete pecados capitales y las palabras “ni más”. En el otro, objetos que simbolizan la oración, penitencia y caridad, junto a las palabras “ni menos”. Ya pueden imaginar que lo que más pese servirá para dictar sentencia. Difícilmente encontraremos mejor representación de lo que sería el juicio de las almas.

Como señala Jesús Callejo en La España fabulosa, el legendario alquimista Fulcanelli estuvo en Sevilla y se inspiró en este segundo cuadro para dar nombre a su última obra, que por desgracia quedó inconclusa por culpa de la muerte, que le sobrevino antes de que diera final a su Finis gloriae mundi particular.

Fuentes:

Callejo Cabo, Jesús: La España Fabulosa, Booket Planeta, 2016.

Valdivieso, Enrique: Juan de Valdés Leal, Ediciones Guadalquivir S.L, 1988.

Acerca de Félix Ruiz

Trabajador Social de formación y apasionado de las temáticas relacionadas con el misterio desde siempre. Redactor de noticias, escritor novel, lector compulsivo y buscador incansable de preguntas que compartir con todo aquel que sea curioso y quiera saber más.

Comentarios cerrados.