Una legumbre petrificada, un diminuto trozo de carbón y una astilla de hueso han reabierto el debate entre los historiadores sobre quién fortificó Jerusalén hace tres milenios y dónde se encontraría realmente la ciudad santa original. Los restos orgánicos fueron extraídos bajo los pilares de una fortificación que supuestamente protegía el manantial “Guijón”, crucial fuente de agua al sur de la actual ciudad vieja de Jerusalén, con la intención de afianzar la fecha que los arqueólogos pusieron a esa torre de vigilancia mediante pruebas de carbono 14.
“Pensamos que ajustaríamos la fecha 50 años para arriba o para abajo, pero los resultados nos dejaron sorprendidos”, dijo al diario Haaretz el investigador Joe Uziel, de la Dirección israelí de Antigüedades.
Y es que en lugar de probar que data de mediados de la Edad de Bronce -entre el 3.500 y 4.000 a.C.-, como aseguran los principales arqueólogos después de veinte años de trabajo, la degradación radiactiva del isótopo de carbono apunta a que los cimientos de la torre podrían ser de una época mucho más tardía, alrededor del siglo IX a.C.
De confirmarse, tiraría abajo las teorías más tradicionales acerca de la historia de la ciudad en sus primeros días.
Según el libro bíblico de Samuel, que narra brevemente el episodio, el mítico rey David marchó contra Jerusalén y “conquistó la fortaleza de Sion” entrando por un “túnel de agua”, un lugar que por todo tipo de restos de cerámica y su particular diseño cananeo se supone que fue junto a la torre de vigilancia del manantial.
De ahí se desprende que Jerusalén ya estaba amurallada de alguna manera en tiempos de los jebuseos, hace unos 3.000 años, y que David la convirtió en un importante centro de gobierno de la zona.
Pero las mediciones del carbono 14 indicarían ahora que las murallas podrían haber sido construidas mucho después, lo que por ende transformaría la legendaria Ciudad de David en una mera aldea.
O quizás que los arqueólogos se hayan equivocado de sitio y la antigua Jerusalén no esté donde creen sino algo más al norte, en dirección al emplazamiento del lugar más explosivo políticamente de la zona: la explanada de las mezquitas, conocida por los judíos como Monte del Templo y por los musulmanes como Haram A-Sharif.
La creencia tradicional sostiene que la Jerusalén de David estuvo ubicada inexorablemente al lado del manantial, en lo que es hoy la aldea palestina de Siloé, en Jerusalén oriental, una zona ocupada por Israel en 1967.
Las pruebas de carbono se realizaron a restos orgánicos hallados en una muestra de tierra extraída hace dos años bajo la fachada oriental de la torre, levantada sobre bloques de piedra de grandes dimensiones que en su día ya despertaron el interés de los arqueólogos.
Su parecido con otras fortificaciones cananeas de la zona, como las de Tel Gezer o Tel Rumeida, llevó a los veteranos arqueólogos Roni Reich y Eli Shukrón a sentenciar que fue construida a mediados de la Edad de Bronce.
Una fecha de la que Shukrón no se retracta, aduciendo que la nueva investigación con carbono 14 es muy puntual y sus resultados requieren un mayor estudio.
“La han realizado en una zona que sabemos que fue remodelada siglos después, porque se aprecia claramente una junta en el muro y que la forma de los materiales es distinta”, explica este investigador.
Con dos décadas de experiencia en las excavaciones de la Ciudad de David, agrega que en la zona hay además pedruscos desperdigados, “producto probablemente de un terremoto o un desprendimiento”, lo que implica que la materia orgánica pudo sedimentarse mucho después.
“No han tenido en cuenta todo el complejo, solo la materia orgánica hallada en un lugar muy preciso; y tampoco han esperado al informe final de su muestra para anunciar el hallazgo”, sentencia Shukrón.
Más allá de los elementos coyunturales, la aplicación del carbono 14 para datar estructuras en la zona es algo polémica y, de hecho, esta es una de las pocas veces que se ha recurrido a ella.
Shukrón sostiene que los resultados de esta técnica pueden llegar a oscilar en hasta cientos de años dependiendo de la naturaleza del hallazgo y de su entorno, un margen de error que en este caso es absolutamente crucial.
Una legumbre, un hueso y un trozo de carbón reabren el debate sobre quién fortificó Jerusalén