Para realizar la investigación, los especialistas capturaron 31 de murciélagos de un árbol hueco en Belice y les colocaron sensores de proximidad. A 16 de ellos les inyectaron endotoxinas que los enfermó para generar una respuesta inmune, mientras que al resto se les aplicó una solución salina placebo.
En los días siguientes los especialistas notaron que en general los ejemplares enfermos se asociaban menos con murciélagos sanos y pasaban menos tiempo en grupo. El estudio también encontró que un murciélago de control tenía un 35% de posibilidades de asociarse con un murciélago enfermo, pero un 49% de posibilidades de asociarse con uno sano.
Además, los científicos encontraron que en las seis primeras horas posteriores a la inyección, un animal enfermo se relacionó en promedio con cuatro compañeros menos que uno del grupo de control. A medida que se recuperaban, estas diferencias entre los dos grupos iban disminuyendo.
Un estudio previo realizado por los especialistas ya había evidenciado un comportamiento de distanciamiento social en condiciones de laboratorio, pero esta vez pretendían saber si ocurría en un ambiente natural.
“Este distanciamiento social inducido por la enfermedad puede ser importante para modelar la transmisión de patógenos a medida que una red social cambia con el tiempo“, destacan los autores, sugiriendo que dicho comportamiento probablemente sea común en todas las especies.
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