La verdadera naturaleza del mito de Amadeus

«Cuando me siento bien y estoy de buen humor o cuando salgo a dar un paseo en coche de caballos o a pie después de una buena comida, o por la noche, cuando no puedo dormir, las ideas se acumulan en mi cabeza con la mayor facilidad imaginable. ¿Cuándo y cómo surgen? No lo sé y no es cosa mía. Las que me gustan las retengo y tarareo; al menos eso es lo que me dicen que hago. En cuanto tengo un tema, surge una nueva melodía relacionada con la primera y según las necesidades del conjunto de la composición».

El virtuosismo es alabado y envidiado a partes iguales. Nunca pasa desapercibido, ni deja indiferente. Algunos aplauden cuando alguien hace gala de esta cualidad, mientras otros miran de soslayo y rumian improperios de todo tipo. Lo que está claro es que se trata de una condición especial. Pero, como todo, ha de ser pulido y entrenado. Ni el humano más virtuoso del mundo puede llevar a cabo un determinado ejercicio sin ningún tipo de preparación previa, ya sea física o mental.

Hoy se pueden citar cientos de nombres ilustres, considerados por la mayoría como ejemplos de la perfección en sus respectivos campos. Platón, Aristóteles, Dante, Newton, Tesla, Napoleón, Stephen King o Freddy Mercury. Todos con sus luces y sus sombras, sus vidas llenas de vicisitudes, sus problemas y sus demonios. Pero más allá de eso, hay cuórum sobre su genialidad. De diversas maneras, todos son virtuosos, a pesar de la deriva moral (e intelectual, opinarán algunos) en la que estamos inmersos en estos años inciertos. Algunos no fueron considerados como tales en vida, pues fueron exiliados, perseguidos, encarcelados e incluso ejecutados por sus acciones o descubrimientos. Como si de una maldición se tratara, en algunos casos hubieron de pasar muchísimos años para que comenzaran a ser reconocidos. Por desgracia, la memoria de determinadas personas ni siquiera encuentra ese consuelo, habiendo sido presas del olvido.

Un error de la razón y de la historia es juzgar los actos de otros desde la perspectiva cultural del presente, obviando de paso las circunstancias en que los otros hubieron de vivir y sobrevivir. Eso ha llevado a que mientras algunos genios son vistos como excéntricos, locos o malvados, otros cuentan con un halo que les hace prácticamente mitos.

Pero no es un error nuevo. La evolución también alcanza a los conceptos, aunque no de la misma forma o grado en todo el mundo. Hay tantos factores a tener en cuenta, y tantas pequeñas variables, que habría que dedicar muchos volúmenes para tratar de explicar cómo se han concebido las cualidades humanas a lo largo de los siglos. Aunque sería desviarse mucho del objetivo de este artículo. Porque aquí tratamos del virtuosismo y la genialidad, pero la de un hombre en concreto, uno que es considerado una leyenda, alguien infalible y con capacidades musicales casi sobrenaturales. Fue quien pronunció las palabras de la introducción: Wolfgang Amadeus Mozart.

El mito de Amadeus

La verdad es que no es fácil definir con exactitud el genio humano. El escocés David Hume aludía a la aparente soledad y aislamiento social en la que viven muchas personas intelectualmente privilegiadas. Socialmente, los genios según Hume son percibidos de una manera similar a los ignorantes, en un contraste tan claro que los hace destacar por sí mismos. Fuera del mundo real, con problemas para encajar. Schopenhauer también apuntaba en esa dirección. La mala adaptación y el alejamiento del mundanal ruido delata su carácter genial junto a otro factor clave: su inteligencia es mayor que su voluntad. Y aquí está una de las bases del mito en torno a la genialidad. Todos conocemos muchos escritores, pintores, escultores, cantantes o trabajadores en general que están dedicados a su trabajo, que realizan con esmero, pero que nunca sobrepasan los estándares mínimamente exigidos. Sin embargo, todos sabemos quiénes eran o son Freddie Mercury, Whitney Houston, Stephen King o Mark Zuckerberg. Y solo estamos aludiendo a genios de los tiempos modernos, pero han existido siempre.

En el Renacimiento, la genialidad se medía según las obras de los grandes artistas que dieron forma a aquel resurgir de los valores clásicos. Eran los llamados “hombres del Renacimiento”, el “homo universalis”. El Humanismo quiso llevar las capacidades humanas a su máxima expresión, y para ello nuestra especie debía dedicarse a abarcar y dominar todas las artes posibles, para así mejorar el mundo.

Aún hay algo más que se relaciona con estos individuos singulares, algo que llama mucho la atención y que ha sentado las bases de multitud de leyendas en torno a algunos de ellos: la inspiración, el chispazo de creatividad que de forma aparentemente mágica conduce a la creación de un elemento magistral, ya sea un libro, un cuadro o una fórmula matemática. En el antiguo entorno helenístico y hebreo era un equivalente a “recibir el aliento” de los dioses o las musas, un instante clave que hace la diferencia, y que solo podía explicarse mediante la participación de divinidades ocultas.

Hay una conexión directa entre estos párrafos y los de un anterior artículo escrito para Misteriored.com, El sueño: la zona liminal y su papel creativo. En él se sentaban las bases del efecto Eureka, que se asemeja al mito de Amadeus en su contenido, aunque puede variar en su presentación. Si en aquel caso se incidía en el sueño, ahora se plantea otra variante, personificada en Mozart. ¿Por qué precisamente en él? Sobre todo, porque se ha dicho de todo en torno a su persona, y se ha atribuido su virtuosismo a los motivos más rocambolescos, incluida la magia negra.

La inspiración para este artículo, al igual que para el anteriormente citado, nació en parte gracias a la película Amadeus, de Milos Forman. En ella, los espectadores son testigos de excepción de una de las rivalidades más sonadas de la historia de la música, cuyos protagonistas eran el propio Wolfgang y Antonio Salieri. Ambos constituyen el ejemplo perfecto de un choque de estilos que se ha reproducido infinitamente a lo largo de los siglos. Uno es la perfección y el otro el trabajo constante. Este roce entre ambos estaría alimentado por los supuestos celos de Salieri hacia su joven colega. En la película de 1984 queda patente esa inquina en varias escenas, una de ellas memorable, en las que el italiano revisa las primeras partituras de Mozart, que le son entregadas por su mujer Constanza. Salieri parece asombrado, ya que no hay ni una sola corrección, como si hubieran sido escritas de una sola vez y en tiempo récord. Antonio arroja las partituras mientras Constanza le pregunta si no son de su agrado. La respuesta de su interlocutor lo dice todo: «Son milagrosas».

Esa creencia en la creación perfecta y sin fallos es la base del mito de Amadeus – como lo ha denominado el historiador de la ciencia Michael Shermer, que se centra en él pero que hace extensible a muchos otros virtuosos con visiones e inspiración cuasi milagrosas –, que fue alimentado ya en vida de su protagonista, pero se ha seguido construyendo desde su muerte en 1791.

La obra de Milos Forman marcó un antes y un después en nuestra moderna concepción de Mozart como músico y en la de Salieri como falto de talento. La cinta, ganadora de ocho premios Óscar, muestra a un Amadeus presuntuoso, narcisista y mujeriego. Sabedor de que poseía un don especial. Por su parte, el italiano – interpretado de manera impecable por F. Murray Abraham – es peligroso, envidioso y con tendencias homicidas. El cineasta usó, entre otras cosas, el manido mito del asesinato. Una historia de rencor nacida en cuanto se produjo el fallecimiento del genio austríaco, y que fue aprovechada por Alexandr Pushkin, quien en su prolífico año 1830 compuso Mozart y Salieri, el poema épico contenido en Pequeñas tragedias, que dio rienda suelta a la leyenda negra en torno a ambos personajes.

El “milagro inspirado por la divinidad”

Mozart abandonó el mundo de los vivos el 5 de diciembre de 1791, cuando únicamente contaba con treinta y cinco años de edad. Hasta el último momento continuó trabajando en su Réquiem y poco antes había estrenado La flauta mágica. Llevaba algunos meses padeciendo dolores, hinchazón, vómitos y fiebre. Los síntomas le llevaron a su prematura muerte, que desde casi el primer momento levantó suspicacias. Su funeral se produjo al día siguiente en la catedral de San Esteban, siendo amortajado según el rito masónico, con un manto negro con capucha. Su cuerpo fue trasladado al cementerio de St. Marx de Viena, siendo enterrado en una tumba comunitaria, ante la atenta mirada de algunos de sus colegas en vida, incluido Antonio Salieri, según aseguró el biógrafo Otto Jahn en 1856.

Un Salieri, por cierto, que fue señalado como posible responsable de la muerte de Mozart, una historia que ha pervivido hasta hace pocos años y con la que el músico convivió y sufrió hasta el fin de sus días. En su lecho de muerte, recluido en un asilo de pobres, dijo a su discípulo Ignaz Moscheles lo siguiente: «Puedo jurarle como hombre de honor que no es verdad esa conseja absurda. Dicen que envenené a Mozart. Pero no es cierto. Sólo es maledicencia, pura maledicencia. Dígale al mundo, querido Moscheles, que en su lecho de muerte, se lo confesó Salieri».

Mucho se ha teorizado sobre el motivo del fallecimiento de Mozart, pero el principal sospechoso en la actualidad no es ninguna persona, sino una infección por estreptococos. No se ha descartado que efectivamente Antonio Salieri sintiera celos, pero sí que se ha desechado la hipótesis del asesinato por envenenamiento, una de las leyendas negras más repetidas de los últimos doscientos años. Un relato sustentado por la genialidad de Mozart, cuyo mito no es tal, sin desmerecer ni un ápice sus dotes musicales. Sigue siendo alguien dotado de ese “algo” misterioso que hacía de él un sujeto digno de admiración. Su música le sirvió para ser elevado a los altares.

¿De verdad era capaz de componer piezas de una sentada y sin hacer ningún tipo de corrección? La respuesta es un rotundo no. Sus propias palabras de la introducción le delatan. Debe haber una predisposición, un ambiente determinado y una condición mental apropiada. Además, sus cuadernos prueban que el mito del genio infalible es falso. En ellos, hay fragmentos que luego fueron revisados y corregidos. De hecho, algunos jamás fueron finalizados. El propio Mozart desconocía de dónde provenía su inspiración. Recuerden: «¿Cuándo y cómo surgen (las ideas)? No lo sé y no es cosa mía».

El proceso que le llevaba a construir sus magistrales composiciones era un misterio para él. Pensaba en algo, lo tarareaba, y descartaba los tonos que no eran de su agrado en ese primer momento. Shermer le pone una etiqueta adecuada: variedad y selección, según el modelo de Simonton. Hacer esta primera selección es práctica y a la vez edición. A un nivel muy simple, cierto. Cualquier lector o lectora puede hacerlo en este mismo instante si se concentra en ello, y no digamos los músicos. Este sería el “milagro inspirado por la divinidad”, según pensaba el Salieri de Amadeus.

Leopold Mozart, padre de Amadeus, tuvo trabajando a su hijo continuamente en la música desde su más tierna infancia. También músico, trasladó a su vástago el amor por la composición, pero asimismo le obligaba a pasar incontables horas practicando. Obviamente, sus primeros trabajos eran de menor calidad que los posteriores, como comprobó John Hayes, que señaló algo evidente, pero que los seguidores del mito siguen pasando por alto: Mozart tuvo un proceso de aprendizaje, de menor a mayor, desde su infancia hasta su juventud, momento en el que comenzó a ser conocido en toda Europa. Cuando cruzó su camino con el de Salieri ya era alguien tenido en cuenta y había creado cientos de composiciones.

«En tu infancia y juventud eras más serio que infantil y cuando te sentabas al clave o estabas absorto en alguna música, nadie se atrevía a hacerte la menor broma. Porque hasta tu expresión era tan solemne que, observando el temprano florecimiento de tu talento y tu siempre grave y reflexiva carita, muchas personas de entendimiento de distintos países dudaban tristemente que tu vida fuera a ser larga».

Este extracto corresponde a una carta que Leopold Mozart envió a su hijo el 16 de febrero de 1778, cuando éste último contaba con veintidós años de edad. De este párrafo se extraen dos conclusiones muy importantes: Wolfgang trabajaba con ahínco desde su juventud, y sus dotes ya eran percibidas como especiales por los demás cuando lo observaban mientras ejercía su oficio.

Wolfgang Amadeus Mozart fue un genio, cierto. Pero no uno ajeno a las limitaciones propias de cualquier persona. Tuvo que superar un proceso de aprendizaje incentivado por un padre exigente pero consciente del potencial de aquel niño que era capaz de hacer maravillas con corta edad. Hubo una evolución en su música, y por supuesto que tuvo que hacer correcciones, además de descartar algunas piezas. No realizó ningún pacto demoníaco, como tampoco era infalible, a pesar de que en alguna ocasión compusiera con especial tino. De todas formas, las leyendas que se cuentan sobre su persona se convirtieron en el eje del mito de Amadeus, y siguen siendo repetidas en multitud de artículos, libros y espacios de todo tipo. La verdad es muy distinta, pues es una forma del efecto Eureka, ese concepto sobre el que ya se sentaron las bases en El sueño: la zona liminal y su papel creativo, y sobre el que el autor incidirá próximamente en un trabajo más extenso, que verá la luz próximamente en forma de ensayo. Entonces, quizá se arroje algo de luz sobre los sueños, la inspiración, la genialidad y el proceso creativo.

Fuentes:

  • Andrés, Ramón. Mozart: su vida y su obra, Swing, 2006.
  • Shermer, Michael. Las fronteras de la Ciencia. Entre la ortodoxia y la herejía, Alba Editorial, 2010.
  • Ruiz Herrera, Félix. El sueño: la zona liminal y su papel creativo.
    El sueño: la zona liminal y su papel creativo
  • Sollers, Philippe. Misterioso Mozart, Alba Editorial, 2003.

Acerca de Félix Ruiz

Trabajador Social de formación y apasionado de las temáticas relacionadas con el misterio desde siempre. Redactor de noticias, escritor novel, lector compulsivo y buscador incansable de preguntas que compartir con todo aquel que sea curioso y quiera saber más.

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