«No fue como si no me hubiera oído, como si no me hubiera visto; fue como si los oídos que tenía no servían para oír, como si los ojos que tenía no sirvieran para ver».
-Fugitivo, La invención de Morel.
Corría el año 1940 cuando se publicó por primera vez uno de los mayores clásicos de la literatura fantástica en castellano, pergeñada por el genial Adolfo Bioy Casares, fallecido hace veinte años. Su trayectoria literaria se centró sobre todo en las historias policiales, fantásticas y de ciencia ficción. Precisamente, y para los amantes de estos dos últimos géneros, La invención de Morel marcó un hito que no fue debidamente valorado en su momento, pero que con el tiempo se ha convertido en una obra de culto, sobre todo gracias a todas las obras posteriores que se inspiraron de forma más o menos patente en el libro del argentino.
Durante su andadura vital dio con un insigne compañero, con el que compartir una bonita amistad, además de inquietudes y trabajo. Nada más y nada menos que Jorge Luís Borges, con el que coincidió en 1932 en Villa Ocampo, la casa de la también escritora Victoria Ocampo. A partir de entonces, y hasta la muerte de Borges en 1986, ambos rubricaron en conjunto guiones de cine, antologías de cuentos fantásticos, traducciones de novelas policiales en lengua inglesa o colecciones de relatos, a veces bajo unos pseudónimos que se repetirían en varias ocasiones: H. Bustos Domecq y Benito Suárez Lynch.
No es de extrañar que Borges catalogara la creación que da título a estos párrafos como perfecta: respecto de su trama, no le parece «una imprecisión o una hipérbole calificarla de perfecta». Quizá para mucho no lo sea, pero tampoco se puede decir que Borges fuera totalmente subjetivo. A pesar de su escasa extensión, la novela no es apta para no iniciados, en el sentido amplio de la palabra. Solo una mente y unos sentidos preparados son capaces de atisbar más allá de determinados detalles de la trama. Porque, a pesar de las opiniones dispares, la historia del Fugitivo y su estancia en la isla Villings tiene muchos recovecos.
Precursor de la confusión: solapando realidades
Vivimos en un mundo en el que la línea entre realidad e irrealidad es cada vez más fina. De hecho, muchos viven más tiempo en un mundo artificial que en el real. No es la primera vez que se advierte algo así en este medio. No es una advertencia hueca. Basta un simple vistazo al mundo que nos rodea. Noticias falsas, medios de comunicación al servicio de poderes políticos o privados, grandes conglomerados económicos con un poder de decisión mayor del que muchos imaginan. Pero toda esta construcción está perfectamente medida y calibrada para no ser percibida en toda su crudeza por parte de la mayoría, absorta en toda una extensión de la realidad, cimentada en Internet y las redes sociales. Una realidad aumentada que, por increíble que parezca, ya fue en cierta forma anticipada en 1940 en La invención de Morel, todo bajo un halo cómico distintivo de la obra de Bioy Casares.
La realidad es difícil de discernir, y el Fugitivo se dio cuenta tan pronto como fue testigo de la llegada de unos extraños visitantes a la ya de por sí extraña isla Villings, parte del archipiélago de islas Ellice (actualmente Tuvalu). ¿Quién es este hombre? Ese es un dato totalmente desconocido, al igual que el crimen que cometió. Lo único que se acierta a saber en esta trama – si así podemos llamar a la cadena de acontecimientos narrados en la novela – es que es un prófugo que pretende huir a toda costa de su destino.
El Fugitivo es también el narrador. Desde el primer momento, es él quien hace partícipe al lector de sus extrañas experiencias para con todo lo que lo rodea. Un punto de partida que exige la perspectiva de un narrador en constante ocultación, escondido entre las sombras para no ser descubierto y devuelto a prisión. Desquiciado por la presión. Su discurso da muestra de este miedo, que en momentos deviene en histeria, casi en locura. Incluso podría alucinación. Una duda que sobrevuela tola la novela y que jamás obtiene respuesta.
Todo lo que sabe a ciencia cierta es que en la isla existe una extraña enfermedad cuyos síntomas son similares a los del envenenamiento por radiación. Eso, y que al parecer nadie le ve. Le ignoran por motivos desconocidos, sin tan siquiera dirigirle una simple mirada. Pero eso no es todo. El cielo alberga dos soles, uno junto a otro. Las mareas no parecen seguir un patrón normal, como si la Luna no ejerciera la misma influencia gravitatoria que cabría esperar.
La isla y lo que en ella ocurre es una concatenación de misterios, que son en parte mitigados por el creciente amor que el protagonista comienza a sentir por Faustine, una mujer que logra transformar el sentido del relato. Pero ella no está sola. Hay un extraño personaje que ronda alrededor de ella, a pesar de que aparentemente la chica rehuye a este segundo personaje, de nombre Morel. El Fugitivo parece entender que hay un secreto compartido entre ambos, uno que afecta a todos los presentes y que revoluciona todo lo anteriormente acontecido.
Hay una serie de acontecimientos inquietantes que deben reseñarse previamente. El Fugitivo, mientras visita las pocas edificaciones ruinosas de la isla y vigila a los supuestos turistas, comienza a caer en la cuenta de que hay situaciones que parecen repetirse gradualmente. La mujer bautizada por él (pues nunca se revela si finalmente se llama Faustine), habla en perfecto francés con Morel. Su creciente amor le lleva a dudar sobre la posibilidad de contactar con ella, pero cuando finalmente lo hace vuelve a comprobar que es un esfuerzo inútil. El diario que escribe da testimonio de su frustración.
La locura parece abrirse paso párrafo a párrafo. Los turistas desaparecen repentinamente, para volver a aparecer, en un bucle sin sentido. Morel parece una especie de Mesías, con pretensiones muy concretas: ser inmortal. Además, su interés por Faustine hace recelar al Fugitivo. Finalmente, se da una explicación a toda esta extraña trama (aviso de spoiler): en aquella isla se solapan dos realidades distintas.
Morel revela a los turistas que ha estado grabando sus acciones de la semana anterior con una máquina inventada por él, supuestamente capaz de reproducir la realidad. Esa grabación capturará sus almas y, al reproducirla, podrán revivir esa semana para siempre. De ese modo, él podrá pasar la eternidad junto a la mujer que ama. Aunque Morel no la nombra, el Fugitivo está seguro de que habla de Faustine, a pesar de que había varias mujeres más entre el grupo de personajes que van y vienen.
Hay una revelación más: todos los que han sido grabados previamente han muerto. De ahí la grabación: así se evitan esas muertes, con la enamorada de Morel incluida. Lo lógico es pensar que todos los presentes morirán al acabar la semana, Un argumento muy probable. El Fugitivo da con las notas de Morel y averigua detalles sobre la máquina que reproduce la realidad. La misma se mantiene en funcionamiento porque el viento y las mareas la alimentan con energía cinética inagotable. Deduce entonces que el fenómeno de los dos soles y dos lunas ocurre cuando la grabación se solapa con la realidad: uno es el Sol real y el otro representa la posición del Sol en el momento de la grabación. Las otras cosas extrañas que ocurren en la isla tienen una explicación similar. Todo se desdobla, con presente y pasado cogidos de la mano, en un baile que se repite semanalmente hasta que se desencadenan los acontecimientos gracias a ese extraño cuya presencia es ignorada por el resto.
Aún restaba un último problema. El Fugitivo está perdidamente enamorado de Faustine, pero no podía acceder a ella. Todos los involucrados excepto él estaban muertos y siendo reproducidos en ese “mundo espejo”. Los entresijos de la máquina de Morel obran el milagro: insertarle dentro de esa “otra realidad” artificial y, por tanto, falsa desde el punto de vista racional. De esta forma, el protagonista logra huir definitivamente de su destino con la justicia y, de paso, intentar contactar con su amada, aunque tenga que cumplir el requisito necesario de la muerte. Pues sin pasar por ese trance es imposible ser “fotografiado e insertado” por la máquina en esa realidad virtual.
Una última entrada de su diario es escrita mientras muere. Sin saber a ciencia cierta que pasará, pide a un futuro inventor que lleve la creación de Morel más allá y fusione su alma o conciencia con la de su amada. Una medida desesperada de la que jamás se conocerá nada. Pues la eternidad y el amor son inescrutables.
Inmortalidad, un anhelo universal
Ya lo decía el propio autor: «El miedo lo vuelve a uno supersticioso». ¿Qué mayores miedos se conocen que el que se puede sentir por la soledad y por la llegada inevitable de la muerte?
La incógnita intelectual ante esta realidad y la posible trascendencia tras cruzar la última frontera ha acompañado a los humanos desde que comenzaron a razonar. Para superar este miedo, algunas religiones y corrientes filosóficas nos proponen la idea de “la otra vida”: una promesa de vida mejor tras la muerte. Cuerpo y alma son uno mientras se vive, pero para poder liberar el alma inmortal, debemos actuar atendiendo a ciertas cuestiones y ser “buenos” según determinadas doctrinas. Si se siguen una serie de pautas, esa inmortalidad será real. Ese es el argumento básico de muchas confesiones religiosas. Morir en el plano físico es inevitable, pero sólo así se podrá vivir eternamente. Por otra parte, hay religiones que basan la inmortalidad en la reencarnación. Un ciclo constante en busca de una vía de escape definitiva que lleve al alma a la perfección, algo que la razón y la experiencia hacen casi imposible, vista la naturaleza humana.
En La invención de Morel, Bioy Casares propone la vía científica como solución final, en 1940. Mucho antes de que comenzara a hablarse de modernos adelantos e hipótesis en torno a la preservación de la vida o de la conciencia Y es que el anhelo humano por la vida eterna es perenne, y fue explorada anteriormente de variadas formas, como la mencionada religión, la magia, la alquimia o desde la propia literatura, con ejemplos tan paradójicamente inmortales como la devolución de la vida a un cuerpo (o partes de cuerpos) hace mucho tiempo inertes o la no-muerte propia de los vampiros, por sólo citar un par. En el relato, Morel crea una máquina capaz de proporcionar la inmortalidad del alma, a costa de la muerte física inevitable.
Durante el relato asistimos a ese extraño juego entre el Fugitivo y los intrusos de la isla que parecen ignorar su presencia. Nadie puede ver al narrador por la sencilla razón de que son imágenes, recuerdos. Ante esta tesitura, desconocida por el protagonista hasta bien avanzada la trama, le abocan a algo muy desagradable, la no existencia. Ser invisible para todos supone una especie de muerte para el individuo, una muerte en vida. Una triste realidad que parece repetirse en estos días de hiperconexión, per a la vez de creciente soledad.
¿Todo es producto de los recuerdos de una persona solitaria o muerta?
En toda esta trama hay cuestiones que no aparecen a simple vista, sino que necesitan un esfuerzo intelectual y una iniciación para poder ser percibidos. Mucho se ha hablado sobre el verdadero sentido que quiso dar Bioy Casares al relato. Por supuesto, son muchos los que aluden a la posibilidad de que el protagonista ya esté muerto desde el inicio, cuando comienza a narrar su diario. Esa muerte habría sobrevenido de manos de esa misteriosa enfermedad a la que se aludía antes, causada por radiación. En el comienzo de la novela se menciona que piratas japoneses hacen naufragar un barco, quizá el de Morel, que quería escapar del destino y alcanzar la inmortalidad con su creación.
“Ni los piratas chinos, ni el barco pintado de blanco del Instituto Rockefeller la tocan. Es el foco de una enfermedad, aún misteriosa, que mata de afuera para adentro. Caen las uñas, el pelo, se mueren la piel y las córneas de los ojos, y el cuerpo vive ocho, quince días. Los tripulantes de un vapor que había fondeado en la isla estaban despellejados, calvos, sin uñas —todos muertos—, cuando los encontró el crucero japonés Namura. El vapor fue hundido a cañonazos“.
“La vida de fugitivo me aligeró el sueño: estoy seguro de que no ha llegado ningún barco, ningún aeroplano, ningún dirigible. Sin embargo, de un momento a otro, en esta pesada noche de verano, los pajonales de la colina se han cubierto de gente que baila, que pasea y se baña en la pileta, […]”.
Hay otra pregunta que ha rondado la mente de muchos lectores que se han acercado a esta obra a lo largo de los años: ¿y si la isla no es más que una representación física de la psique del Fugitivo y todo lo que en ella acontece son meras proyecciones de su inconsciente o recuerdos?
Visto desde este ángulo, La invención de Morel podría ser la historia de alguien que vive de sus pensamientos, aislandose del mundo exterior, de la propia realidad, anhelando que ese “mundo espejo” sea el verdadero escenario de su vida. Para ello, el protagonista debe aprender cómo funciona la máquina, una forma creativa de aferrarse a recuerdos que no volverán, convirtiéndolo en un fantasma de su propio pasado y de sus propios recuerdos.
Un argumento juega en favor de esta hipótesis, y se plantea constantemente dentro de la sociedad y en la psique individual de cada uno. Para muchas personas, aquellos que han abandonado definitivamente el plano físico (han muerto) o han salido de sus vidas de forma más o menos inesperada, siguen viviendo dentro de sus recuerdos. Según este razonamiento, alguien vive de alguna forma mientras es recordado por otros. ¿Pero qué ocurre cuando nadie es capaz de recordar a ese alguien en particular? ¿Esa es la verdadera muerte, a pesar de seguir biológicamente vivo? De ser así, el Fugitivo estaría experimentando lo que se siente en ese olvido asimilado a la muerte.
La soledad es un mal endémico para el ser humano. A pesar de que muchos prefieran vivir de la forma más independiente posible, al final somos seres sociales, que necesitan del contacto con otros para encontrar estabilidad psicológica. Una situación continuada en el tiempo de soledad es algo común actualmente, mientras millones de personas contactan entre ellas y buscan satisfacer su necesidad de pertenencia a través de mundos paralelos creados artificialmente, que se hallan al alcance de la mano. Una realidad aumentada, virtual, o quizá holográfica, que Bioy Casares supo ver a su manera hace casi ocho décadas.