El Universo sigue escondiendo muchos secretos que esperan ser desvelados. Uno de ellos, quizá el más importante, sea el de su mismo origen. En abril se cumplieron 10 años de la muerte de uno de los últimos grandes físicos teóricos de nuestro tiempo, que defendió una hipótesis asombrosa: nosotros diseñamos el Universo.
Año 1803. El polímata británico Thomas Young (1773-1829) imagina y ejecuta por primera vez el experimento de la “doble rendija”. ¿En qué consiste? Young estaba convencido de que la luz estaba compuesta de ondas, y no de partículas, como defendía Newton. Para demostrarlo, el británico hizo pasar un haz de luz a través de dos rendijas en una pantalla, apareciendo franjas de luz y oscuridad, cosa que solo se podía explicar si la luz se desplazaba mediante ondas. La luz atraviesa las dos rendijas, ambas se refuerzan o cancelan y provocan unas interferencias.
Años después, los físicos cuánticos se convencieron de que al fin y al cabo Newton tenía razón, pero se llevaron una sorpresa: cuando un fotón se lanza hacia la pantalla también aparecen interferencias si hay dos rendijas abiertas. Yendo más allá, diremos que el resultado depende de cómo se observe. Si se emplea una pantalla sensible a la luz, la interferencia se identifica con las ondas, pero si se usan dos dispositivos de observación, el fotón aparece individualmente en cada lado, como si hubiera pasado por una sola de las rendijas. ¿Conclusión? Estamos ante una aparente contradicción. Según Richard Feynman, el fotón puede tomar todos los caminos posibles a la vez. Al ser observada, la partícula aparece en un lugar definido.
¿A qué viene esta explicación sobre un experimento del siglo XIX que continua dando tanto que hablar hoy en día? Pues bien, ha sido traído a colación ya que John Archibald Wheeler, protagonista de nuestro artículo, que fue el maestro de Feynman, fue quien señaló que los fotones se comportan como “una nube hasta que lo detectamos”. Es decir, cada partícula solo toma un valor o una posición cuando el observador usa un instrumento para dar con ella. De aquí parece deducirse un hecho sorprendente: existe una suerte de relación misteriosa entre la mente y la materia.
Wheeler y el Universo Participativo
¿Quién es John Archibald Wheeler? Nació en julio de 1911 y era hijo de bibliotecarios, lo que quizá ayudó a que despertara en él la inquietud por el conocimiento, como demostró durante sus años universitarios, que comenzaron cuando solo contaba con dieciséis años y que acabaron con su doctorado en la Universidad Johns Hopkins. Fue colaborador de dos de las grandes mentes del pasado siglo XX: Albert Einstein y Niels Bohr. Con el segundo – y con Enrico Fermi – colaboró durante la década de los treinta en la creación del modelo de la gota líquida, que acabaría explicando la fisión nuclear y, con los años, derivaría en la creación de las infames bombas de Hiroshima y Nagasaki. Posteriormente a sus trabajos con Bohr, se uniría al Proyecto Manhattan. También fue Wheeler quien acuñó el término “agujero negro” para describir un objeto colapsado que no deja escapar ni tan siquiera los fotones de luz de su poder gravitatorio.
Pero hay una contribución de Wheeler que ha sido ampliamente debatida, alabada y criticada a partes iguales, ya que sus implicaciones, si fueran ciertas, cambiarían totalmente nuestra forma de ver el Universo y a nosotros mismos. El resultado del experimento de la doble rendija depende de cuánto sabe el observador cuando se enfrenta a él. Pero el estadounidense fue un paso más allá: ocurriría lo mismo si el observador no supiera nada cuando se llevara a cabo el experimento y recabara los datos después. Imaginó el experimento de la “elección retardada”. El observador tendría la opción de decidir qué detector usar – pantalla sensible a la luz o instrumentos de observación – cuando el fotón pasa por las rendijas. El resultado sería el ya conocido: ondas o partículas, según se haya decidido, aunque no se supiera nada de antemano. El observador, sin saberlo, ha descubierto como se comportó la partícula en el pasado, no en el momento de ejecutar el experimento. Si esto fuera así, el tiempo habría funcionado en sentido opuesto.
En 2006, un equipo de físicos franceses dirigidos por Vincent Jacques ejecutó el experimento imaginado por Wheeler con resultados increíbles. La decisión sobre el fotón era llevada a cabo por un Generador de Acontecimientos Aleatorios cuántico, y se daban los resultados ya predichos por el estadounidense. ¿Hasta qué punto podemos contribuir a este funcionamiento de la materia? ¿Se puede extrapolar a una escala cósmica? ¿Cada partícula del Universo funciona de una forma u otra según sea observada por nosotros? Los investigadores Paul Davies y John Gribbin avanzan las implicaciones de la hipótesis de Wheeler:
«En otras palabras, la naturaleza cuántica de la realidad implica efectos no locales que podrían, en principio, cruzar todo el universo y remontarse en el tiempo.»
O lo que es lo mismo: cada uno de nosotros participamos del funcionamiento del Universo y de su desarrollo, desde su mismo origen y hasta nuestro presente.
Principio antrópico versus multiverso
El principio antrópico establece que el ser humano es parte fundamental de la existencia del Universo, hasta el punto de que cualquier teoría válida sobre su origen debe ser válida con la aparición de nuestra especie. Cualquier modelo teórico debe permitir la aparición de vida, basada en el carbono, en lugares concretos del cosmos que reúnan los requisitos necesarios para el desarrollo vital. Siguiendo en parte esta corriente de pensamiento, John Archibald Wheeler propuso el llamado “principio antrópico participativo”, en el que el ser humano crea el Universo, y que él mismo explicó en 1977:
«El principio cuántico plantea que hay un sentido en el que lo que haga el observador en el futuro determinará lo que ocurra en el pasado, incluso en un pasado tan remoto en el que ni siquiera existía la vida, y todavía plantea algo más, a saber, que la “capacidad de observar” es un prerrequisito de la “realidad”. Estas consideraciones nos incitan a analizar la hipótesis de trabajo de que “la capacidad de observar es el mecanismo de la génesis”.
Una teoría muy atrevida, quizás. Difícil de comprobar, también. Aunque la otra gran explicación actual de los multiversos es igualmente ambiciosa y complicada de corroborar. Son los polos opuestos que combaten por convertirse, aun hoy, en el camino a seguir. Las implicaciones últimas de las ideas de Wheeler le llevaron a luchar durante años con personas seguidoras de los movimientos New Age y de los fenómenos parapsicológicos, contra los que estaba en firme oposición, como demostró en cada ocasión que tuvo. Una cosa es que una mente pueda inferir en cierta forma en la materia y otra muy distinta es que haya determinadas personas capaces de alterar a nivel subatómico cualquier objeto.
Las nociones básicas de su razonamiento han sido aceptadas por otros físicos, como el ya desaparecido Stephen Hawking, aunque con el matiz de que él cree que hay diferentes universos en los que no existe la vida. La dupla Picknett-Prince, en El Universo prohibido, hacen una mordaz observación al decir que es difícil – por no decir imposible – relacionar ambos sistemas, ya que si el Universo necesita de la vida para ser creado y configurado desde su inicio y en ambos sentidos temporales (adelante y atrás, pasado y futuro), ¿cómo puede haber multiversos sin vida y, por lo tanto, sin observadores que lo hagan funcionar?
Lo cierto de todo el asunto es que este razonamiento – con componentes bastante metafísicos – nos acercan a la idea de un Dios que le da forma a todo. Quizá no uno como el que describe la Biblia, pero uno al fin y al cabo. Una inteligencia que permite que un ser – o varios en distintas partes del Universo, aunque aun no conozcamos su existencia – hayan creado y expandido el cosmos. Un Diseñador que permitió que la vida brotara, que se desarrollara la conciencia y, en último lugar, que nos convirtiéramos en Demiurgos en potencia. Esto es, en dioses capaces de crear. John Barrow y Frank Tippler, en The Anthropic Cosmological Principle, ofrecen una última pincelada sobre el principio antrópico participativo que merece ser señalada:
«Podría ser que existiera un Observador Último que, al final, es responsable de coordinar las observaciones separadas de observadores menores y que, por tanto, es responsable de hacer que el universo exista.»
¿Hablan estas palabras de Ciencia, o de religión? Quizá la primera deba a la segunda mucho más de lo que se permite a sí misma admitir. No hay que olvidar que, para desgracia de un sector importante del mundo científico, muchos de los padres de la Ciencia moderna – Newton o Leibniz, solo por mencionar un par de ejemplos – tenían creencias religiosas profundas, cristianas o no. Y que el hermetismo jugó y aun juega una baza muy importante en todo este asunto. Al fin y al cabo, ¿no era el ser humano el centro de todo el sistema hermético?
Fuentes:
- https://blogs.scientificamerican.com/cross-check/do-our-questions-create-the-world/
- https://www.forbes.com/sites/startswithabang/2017/11/17/richard-feynman-and-john-wheeler-revolutionized-time-reality-and-our-quantum-universe/#1aad54042f9d
- https://www.newscientist.com/article/2151427-lights-quantum-weirdness-survives-after-going-to-space-and-back/
- http://www.sciencemag.org/news/2017/10/quantum-experiment-space-confirms-reality-what-you-make-it-0
- https://evolutionnews.org/2017/08/is-information-the-basis-for-the-universe/
- http://www.dailygalaxy.com/my_weblog/2017/01/the-conscious-universe-a-radical-theory-the-universe-exists-because-we-are-here-view-video.html
- https://www.npr.org/sections/13.7/2017/12/07/569131847/strange-parallels-alternative-histories-in-physics-and-culture?t=1532726582258