Cristo separa a las ovejas de las cabras. Basílica de san Apolinar el Nuevo, Rávena (Italia). Fuente: Public Domain.
Ya lo dijo el autor francés Gerald Messadié hace décadas: «Mi convicción es que resulta profundamente satánico creer en el diablo.» En tiempos descreídos como los que corren, el mal se observa a imagen y semejanza de las personas. Pero la tradición occidental lo asemeja a Satán, culpable de todo mal posterior. ¿Cómo y cuándo comenzó a ser representado?
El siglo XXI se caracteriza por su desacralización. O puede que por lo contrario. Una parte importante de la humanidad ha cambiado el foco de lo sagrado, desde los dioses tradicionales a cosas mucho más tangibles como las estrellas del deporte o la moda y elementos tan cotidianos como el dinero o la tecnología. Por su parte, el mal también está mucho más humanizado. Líderes déspotas, gobiernos corruptos, entidades bancarias o farmacéuticas con oscuros propósitos son solo algunos ejemplos. Ya no hay que mirar a conceptos como el Cielo o el Infierno para ver amenazas que no podemos controlar dentro de esa burbuja de mundo ideal que creemos tener. Pero sabemos que no fue siempre así. De hecho, toda esa pátina religiosa sigue estando muy presente, nos guste o no.
Si preguntáramos a la gente cómo definiría al Diablo, probablemente dirían que era un ángel, quizá el más hermoso de la Creación de Dios, hasta que el ser humano fue creado y comenzó a corromperse. Vio en esa primera pareja una amenaza a su hegemonía como preferido del Creador, así que los corrompió, solo para probar que no eran perfectos. ¿Cómo lo hizo? Los tentó y demostró que su envidia hacia ellos era en parte infundada, pues ellos también podían pecar. De ahí nació el mito de la manzana prohibida del Árbol del conocimiento del Bien y del Mal, historia por otra parte que fue recogida en la Vulgata de manera errónea, como acaba de demostrarse recientemente. Jerónimo de Estridón no dominaba bien el hebreo, así que cometió un error aparentemente simple, pero que ha tenido consecuencias hasta hoy. Quince años traduciendo las escrituras para lograr acabar la Vulgata no le sirvieron para corregir la confusión entre ‘mālus‘, que significa ‘manzano’, con el ‘malus’ que se traduce como ‘mal’. Se podría decir en su defensa que ‘malus’ se refería a todas las frutas con semillas. Pero el daño quedó hecho: el fruto podía ser cualquier fruto, pero acabó siendo una manzana.
Un ángel caído que nunca estuvo en la Biblia
Este es solo un pequeño ejemplo, pero el gran castillo de naipes construido a base de doctrinas dictadas por la Iglesia a base de pequeños errores podría resultar fatal en un momento dado. En el caso que nos atañe también tardó siglos en dirimirse. Fue en el siglo II cuando Orígenes identificó por primera vez a Satán y Lucifer. No nos engañemos, en la Biblia no se dice que el primero sea un ángel, y mucho menos que sea uno caído. Los textos apocalípticos y las enseñanzas de los padres de la Iglesia gestaron toda esa leyenda de la rebelión en el Cielo. El pasaje de Isaías 14, 3-20 ofrece la clave de la interpretación de Orígenes, a pesar de que el mismo parece hacer referencia al rey de Babilonia. «¿Cómo caíste desde el Cielo, estrella brillante, hijo de la aurora?» «mas ¡ay!, has caído en las honduras del abismo, en el lugar donde van los muertos.»
Satanás tentando a Cristo, de Ary Scheffer (1854). Fuente: Public Domain.
En latín, lucem ferre es la estrella de la mañana, título que se convirtió en un nombre propio: Lucifer. La interpretación libre de Orígenes de esa luz que era el rey de Babilonia se convirtió en un ángel que se corrompió y cayó a las profundidades. Luego llegó su doctrina de la expiación mediante el pago del rescate: Satán se apoderó de la Humanidad a través del pecado de Adán y Eva. Dios, como pago de ese rescate, entregó a su propio hijo a cambio. Pero el Diablo no contaba con algo: al no tener pecado, Jesús no cayó en sus manos finalmente. De esta forma, fue burlado y se quedó sin nada, pues el ser humano volvió a manos de Dios. De ahí que muchos hayan visto a Satán como un ser estúpido, a pesar de que en este caso el bromista, el trickster arquetípico, sea el propio Dios, mostrando una moralidad muy ambigua.
Otra variante de esta doctrina muestra la bajada de Jesús al Infierno, como defendían autores contemporáneos de Orígenes como Tertuliano o san Melitón. La versión más famosa es la de los Hechos de Pilatos – contenidos en el Evangelio de Nicodemo –, en la Jesús libera a las almas justas de su prisión infernal cuando accede a bajar allí con Lucifer/Satán. En su propia teología, Orígenes establecía una jerarquía entre ángeles, demonios y humanos. Algunos ángeles de rebelaron, pero no todos se convirtieron en demonios, ya que algunos simplemente se transformaron en humanos. Incluso añadía que los humanos virtuosos podrían volver a ser ángeles, enseñanza que unió a la de la ‘apocatástasis’, según la cual Dios y Satán se reconciliarían al final de los tiempos y la expiación llegaría a todos los seres de la Creación, con el mal incluido. Todo esto le valió la calificación de hereje en vida, y la ‘apocatástasis’ fue prohibida en el siglo VI en el Concilio de Constantinopla.
El rojo y el negro, los colores del Mal
Estamos a pocos pasos de presentar al primer Satán del arte medieval, pero antes es deber referirse al papel de Lucifer como tentador y corruptor de almas. Ahí jugaron un papel estelar los ascetas, con los santos Antonio e Hilarión como estandartes. La tradición martírica de las primeras generaciones de cristianos convirtieron a algunos de ellos en víctimas imaginarias de acoso, pues llegó un momento en el que dejaron de ser perseguidos por las autoridades romanas (es decir, humanas), para comenzar a serlo por parte de los demonios. San Antonio heredó una gran suma de dinero, que cedió a los pobres para vivir en el desierto. Riquezas, comodidad, placer, pereza…, todas rechazadas por un hombre prodigioso en lo que a fuerza de voluntad se refiere. Satán se cansó y le castigó físicamente. Tras su recuperación y vuelta a la vida ascética, san Antonio fue tentado de nuevo, pero nada le quebró. Esta intensa batalla se hizo famosa en el siglo IV gracias a san Atanasio, que escribió La vida de san Antonio Abad.
Cosa parecida le ocurrió a san Hilarión, que inspirado por Antonio fundó una comunidad monástica en Palestina, sometiéndose a severos ayunos para buscar a Dios. Probablemente fruto de las alucinaciones se sintió tentado por demonios, casi de forma idéntica a su maestro, pero también resistió, como contó san Jerónimo en La vida de Hilarión, en el siglo V.
Fue Evagrio el Monje – siglo IV – el asceta que dio cierta forma a la demonología posterior, sistematizando la clasificación de los demonios y las formas de resistir sus tentaciones. Usaban ocho grandes vicios, que luego darían lugar a los pecados capitales establecidos por el papa Gregorio I en el siglo VI: glotonería, avaricia, pereza, tristeza, lujuria, ira, vanidad y orgullo. Fueron los ascetas quienes crearon el concepto de Lucifer/Satán como tentador y el de la voluntad como única forma posible de lucha.
Lucifer castiga a los condenados en un grabado de Las muy ricas horas del duque de Berry. Fuente: Public Domain.
Estos precedentes sirvieron para que la idea del Adversario se fuera asentando poco a poco. Los debates en torno a los conceptos mostrados hasta ahora propiciaron que no hubiera imágenes representativas del Diablo bien definidas hasta el siglo IX. ¿El Diablo es el verdugo del Infierno, o solo una víctima más? ¿Él engañó a la Humanidad en primera instancia, o fue cosa del plan de Dios? Los debates fueron llegando a consenso, y la expansión del cristianismo como religión oficial, unido a sus intentos por acabar con otras confesiones hicieron el resto.
El primer ser semejante a Satán que encontramos en el arte es Pan, que no era para nada un ser maligno, pero sí muy activo sexualmente, algo contrario a los dictados de la Iglesia. La música, los cuernos, la cola, la barba o las patas de cabra son todos elementos prestados de Pan. Jerónimo de Estridón e, el siglo V, dijo que los sátiros eran demonios. La parábola de los corderos y las cabras de Mateo 25, 31-46 apuntaba en el mismo sentido a ojos de los padres de la Iglesia, porque Jesús separaba a los dos animales, siendo unos bendecidos y otros condenados. ¿Será esa la primera representación del Diablo en la historia del arte? Algunos dicen que sí, pues un mosáico de Rávena (Italia, imagen de la cabecera), hecha en el siglo VI, muestra esta parábola, con un ángel rojo a la derecha, con los corderos, y otro azul acompañando a las cabras, a la izquierda. Toda la escena está presidida por Cristo, que hace de eje central. ¿Será ese ángel azul el Diablo, Lucifer?
A pesar de esos primeros testimonios, sería a partir del siglo IX cuando empezaría a aparecer en el arte el verdadero Satán, como por ejemplo como una figura negra en Judas recibiendo el pago por su traición, de Giotto di Bondone. En esa imagen vemos a una figura negra, que contrasta claramente con el colorido del fresco. Luego llegaría el color rojo, asociado a la sexualidad, que tanto se asoció al Diablo y a las brujas en tiempos de las persecuciones a estas últimas. También aparecía frecuentemente como figura animalesca, híbrida, gracias a los aportes de Pan. Asimismo, el hombre amigable que realmente era un ser infernal – si nos fijábamos en sus patas, de cabra casi siempre – era otro de los temas comunes. La etapa medieval nos mostró las alas de la tradición luciferina del ángel caído, que en esos momentos se asemejaron a alas de murciélago, a ojos de los artistas que quisieron remarcar el carácter corrupto de Lucifer.
No solo cuadros o frescos, sino también los manuscritos ilustrados dieron cabida a nuestro protagonista. El gran ejemplo es Las muy ricas horas del duque de Berry, del siglo XV. Entre sus páginas, Satán escupe fuego a los condenados, rodeado de demonios con alas de murciélago (tercera imagen). El teatro de escenas bíblicas fue otro gran culpable de nuestra imagen tradicional del Mal, pues sus interpretaciones libres extendieron leyendas como las ya comentadas del descenso de Jesús al Infierno o la Caída.
Todo sirvió a un solo propósito: implantar la idea de un ser ajeno a los humanos que era culpable de todo el mal que estos cometían. Un concepto que ha sobrevivido hasta nuestros días, y que sigue presente a pesar de la tendencia a la desacralización del mundo moderno. ¿No será Lucifer/Satán una proyección de nuestra propia maldad intrínseca? ¿Un chivo expiatorio al que se culpabilizaba de todo, fuera culpa nuestra o de la propia Naturaleza?
Fuentes:
– Andrade, Gabriel. Satanás: de los persas al heavy metal, Nowtilus, 2014.
– Eslava Galán, Juan. La madre del cordero. Curiosidades y secretos de la simbología cristiana, Planeta, 2016.
– Pieters, Simon. Diabolus: las mil caras del Diablo a lo largo de la Historia. Minotauro, 2006.