Cueva Sin Nombre 19 es en realidad un complejo de galerías y túneles subterráneos de 5 km. Las pinturas, labradas en la piedra del techo, están en una cámara de 20×25 metros que probablemente hace miles de años era más alta, pero ahora es extremadamente baja. En algunos puntos, la distancia entre el techo y el suelo es de solo 60 cm, lo que obliga a arrastrarse para poder examinar las obras. Las pinturas son muy grandes, por lo que ni siquiera tumbado debajo de ellas se pueden apreciar bien a la luz de las linternas.
En 2017, un equipo de investigadores de la Universidad de Cambridge comenzó a escanear la caverna en tres dimensiones mediante una técnica conocida como fotogrametría. Esta técnica va registrando las variaciones de luz y de perspectiva y las compara para ir obteniendo un modelo tridimensional de un objeto. El objetivo del proyecto era registrar las marcas en la piedra de las pinturas para poder reconstruirlas tal y como las debieron ver los nativos americanos que las grabaron. Los resultados de ese trabajo acaban de publicarse en la revista Antiquity y son espectaculares.
Las pinturas cubren un área de 400 metros cuadrados y van desde simples glifos y dibujos abstractos a formas algo más figurativas con apariencia de insectos, reptiles, o aves. También hay grandes figuras antropomórficas que los investigadores creen que pertenecen a seres del plano espiritual en la cultura que los dibujó.
Se sabe muy poco sobre esa cultura. Los pocos fragmentos de cerámica y antorchas hallados en la cueva apuntan a una antigüedad de unos 1.000 años, probablemente en torno al año 660 o 949 de nuestra era. Las imágenes escaneadas no pueden interpretarse fácilmente sin ningún referente cultural, pero verlas claramente permitirá estudiar a la civilización que las creó de otra manera.