Se llamaba Arnau de Torroja y fue uno de los 23 grandes maestres de los templarios. Ocho siglos después de su muerte, este caballero casi legendario puede convertirse en el primero de los grandes maestres cuyo cuerpo llega hasta nuestros días. Como si se tratara de una película de aventuras históricas, su supuesto sepulcro apareció por sorpresa detrás de una pared mientras se hacían obras de restauración en la iglesia de San Fermo de Maggiori de Verona. Un sarcófago de piedra con una cruz del Temple esculpida alertó a los operarios. Dentro, había los restos mortales de un hombre de edad avanzada cubierto con un sudario de seda. Sin duda, se trataba de un personaje relevante de la época.
Un equipo de investigadores italianos, liderados por Giampero Bagni, arqueólogo de Boloña, y el antropólogo Fiorenzo Facchini, no tardaron en deducir que podían estar ante los restos mortales de Arnau de Torroja, un noble catalán nacido en la localidad de Solsona y cuya muerte le sorprendió en Verona el 30 de septiembre de 1184 cuando regresaba de Tierra Santa después de haber intentado negociar una tregua con Saladino y de mediar en las tensiones con el orden de los Hospitalarios. Después de las deducciones históricas y arqueológicas, llegaron las pruebas científicas. El carbono 14 reveló que los restos pertenecían al periodo de entre 1020 y 1220. Se extrajo una muestra, un diente, para proceder a su análisis genética con la colaboración de David Reich, de la Universidad de Harvard. Este diente acabó de confirmar que el cuerpo pertenece a un hombre.
«Se trata de un individuo de edad avanzada, de 1.65 metros de altura y con los ojos azules», detalla Carles Lalueza-Fox, investigador del Institut de Biologia Evolutiva (IBE) —un centro mixto del CSIC y la Universitat Pompeu Fabra—, que a partir de ahora pasa a jugar un papel determinante para identificar al hombre enterrado bajo la cruz templaria.
Las muestras viajaron hasta Barcelona, donde se han efectuado diferentes análisis de genética de poblaciones que sitúan al personaje muy cercano a los catalanes actuales, aunque los resultados no son concluyentes por falta información de cómo eran los catalanes de hace mil años. Lo que parece bastante claro es que los restos se acercan más a «los de los individuos ibéricos actuales o incluso franceses antes que a los italianos», afirma Lalueza-Fox, que ha liderado estos últimos trabajos.
Para concluir sin duda de que los despojos pertenecen a Arnau de Torroja, se deberían comparar con algún pariente de primer grado, algo que será posible. Se da la casualidad de que su hermano Guillem de Torroja fue arzobispo de Tarragona y sus restos reposan en la catedral, expuestos en una arca de mármol en una pared de la capilla de Santa Bárbara. «Es excepcional que se hayan conservado las tumbas de los dos hermanos», comenta sorprendido el científico catalán.
El arzobispado de Tarragona y el capítulo catedralicio han dado ya el permiso para que los investigadores puedan extraer muestras que permitan realizar el estudio genético. «Con un diente ya tendríamos bastante», explica Lalueza-Fox. «Los hermanos comparten el 50 % de los genomas y la identificación sería irrefutable», argumenta. «En un par de meses, ya podrían conocerse los resultados», añade.
http://www.veronasera.it/cronaca/presentazione-studi-templari-verona-17-aprile-2018.html