Un periplo por la monstruosidad: de lo imaginario a los libros de viajes

Libro de las maravillas del mundo, de Mandeville (1524 BNE). Imagen: CC BY-SA 4.0

Hablar de monstruosidad implica adentrarse en un mundo tan complejo como el propio ser humano. Historiadores, etnógrafos, antropólogos científicos, filósofos o teólogos han intentado despejar dudas respecto a la naturaleza última de estos seres, muchos de ellos a medio camino entre la leyenda y la realidad. Una cuestión nada fácil de dilucidar. Están totalmente insertos en la sociedad desde los albores de la humanidad. Se trata de algo o alguien que se puede apoderar de nuestro rostro, ser algo al que se le atribuye un alma distinta o un aspecto físico que no encaja con los cánones de “normalidad” de determinado grupo o sociedad. Desde los espacios más cotidianos hasta los más lejanos, habitan los límites de las ciudades, los campos, las montañas o los ríos, pero también en mundos paralelos, en las estrellas o en los propios sueños. Pueden surgir en cualquier parte, con la única condición de que se solicite su presencia. Ni el espacio ni las vías de acceso serán obstáculos insalvables. Ahí rigen las reglas de lo imaginario, normas que todos comparten y que tienen la capacidad de mutar y adaptarse a nuevos tiempos, costumbres o creencias. Ni tan siquiera la llegada de la Ilustración y la irrupción de la Razón y la Ciencia han sido capaces de acabar con multitud de símbolos, avatares e imágenes que continúan evocando lo monstruoso. Es por ello que se trata de un tema que siempre está ahí, quizá algo más limítrofe, pero siempre presente.

De entre las muchas aproximaciones teóricas que se han hecho a esta realidad, una de las más llamativas que se pueden leer es la del historiador Lucian Boia, quien ya ha sido citado en algún otro trabajo. Sus teorías del Hombre Diferente o de la Alteridad Radical se convierten en recurrentes cuando se trata de estudiar determinados temas afines a la biología, la criptozoología o la teratología, por poner solo unos ejemplos. Igualmente, su uso del principio de elusividad a la hora de exponer el carácter discreto en las apariciones de muchas de estas criaturas es digno de mención. A pesar de la gran cantidad de conocimientos actuales de los que se dispone, sigue habiendo ámbitos en los que es imposible discernir con claridad qué hay o no de cierto. Uno de esos casos es el de determinados monstruos. La simbiosis entre estos y la humanidad es total. ¿Por qué? Citando a Boia:

¿Juego o participación ‘real’ en los que llamamos ‘experiencia mítica’? ¿Sueño o hipótesis científica? ¿Artificio literario o perspectiva filosófica y religiosa? ¿Psicosis o comprobación de sensatez? La famosa réplica hamletiana deja abiertas todas las posibilidades: ‘Hay cosas en el cielo y en la tierra, Horacio, que tu filosofía no alcanza a soñar’.1.

Efectivamente, la humanidad es tentada en igual medida por dos extremos contrapuestos: naturaleza salvaje y cielo de los dioses. Lo primitivo seduce por su riqueza y exuberancia, su falta de tabús y su abrazo a las leyes naturales. Por otra parte, el imperio del espíritu permite liberarse de la materia, siendo la vía de los santos, los sabios o los conquistadores. Cuando ambos se encuentran, bestia y dios se asemejan al rechazar la mediocridad humana.

Joaquín Rubio Tovar empezaba su trabajo sobre los monstruos con una afirmación que no deja lugar a dudas en cuanto a la importancia de la materia que ocupa este texto: “No hay espacio de la cultura medieval en el que no aparezca el monstruo. Lo encontramos en los pórticos de las iglesias, en los mapas, en las iniciales miniadas y en los márgenes de algunos manuscritos. Aparecen dibujados y descritos en los bestiarios, en las enciclopedias y tratados eruditos, pero también en la literatura. No hay género literario que le resulte extraño: la epopeya y el roman narran los combates que sostienen con ellos los héroes, la literatura de viajes les dedica amplio espacio y las crónicas no pierden ocasión de hablar de algún nacimiento extraordinario.2.

Es precisamente en esa literatura de viajes en la que se incidirá en la parte final de este escrito, donde el Libro de las maravillas del mundo del supuesto Jean de Mandeville cobrará todo el protagonismo. Antes de ello, es necesario aclarar algunas cosas sobre esa noción de monstruo. No ya como ese Hombre Diferente de Boia, sino como concepto en sí mismo.

Definiendo lo indefinible

Monstruo, del latín monstrum (prodigio o maravilla) es un concepto muy complejo, pero vinculado siempre a lo simbólico y generalmente asociado a connotaciones negativas porque excede las características habituales de la naturaleza. Voltaire advirtió en su Diccionario filosófico de 1764 de la complejidad que entraña intentar definirlo, concluyendo con un honesto: “Venga, coraje, digamos juntos: ¿Qué sé yo?” (“Allons, courage, disons ensemble: Que sais-je?”)

Lo relacionado con lo teratológico3. arrastra una tradición de miles de años, que atañe a todas las culturas ancestrales que siguen siendo objeto de estudio. María Alejandra Flores de la Flor destacaba tres componentes básicos de esa tradición4.. Uno es el estudio pseudocientífico de los monstruos influenciado por Aristóteles y sus seguidores, especialmente Alberto Magno. Otro, la consideración de los nacimientos monstruosos como portentos o señales divinas, siendo el principal contribuidor Cicerón con su obra Sobre la Adivinación (mediante lo que él mismo definía en el Libro I como adivinación artificial, que deriva de la observación de los prodigios y de la correcta interpretación de los mismos gracias a procedimientos rigurosamente estandarizados) y sus seguidores San Agustín (en La ciudad de Dios) e Isidoro de Sevilla (en sus Etimologías). Y finalmente la concepción cosmográfica y antropológica, que situaba a los monstruos en lugares inhabitados de Asia y África, concepción que fue transmitida por Solino o Heródoto y que continuaría hasta casi el siglo XVIII. Aquí entraban los libros de viajes como los de Mandeville o Marco Polo y parte de las tesis de Boia sobre la Alteridad Radical como la búsqueda del Hombre Diferente en diferentes espacios geográficos, cada vez más amplios y lejanos.

Hay muchos otros autores actuales que han intentado definir lo monstruoso, donde entran patrones biológicos o mitológicos, siendo la conclusión más habitual que algo es monstruoso si se sale de lo habitual. Lo “normal” vuelve a aparecer, siendo una característica muy cambiante. Pero este problema no solo afecta a los contemporáneos. José Rivilla Bonet y Pueyo, en Desvíos de la Naturaleza o Tratado del origen de los monstruo (1695), ya reunía definiciones y reflexiones de los autores anteriores y contemporáneos a él. Tras ello, trataba de dar su propia definición:

[…] por lo qual asi difinimos el Monstruo: Es todo aquel compuesto animado, en cuya producción espotánea, falta más o menos enormemente a su acostumbrado orden la Naturaleza”.5.

“Su acostumbrado orden” es lo mismo que decir normalidad. Una normalidad que es igualmente complicada de definir. Antonio de Fuentelapeña, ya en 1676, lanzaba un alegato sobre quién debía considerarse monstruoso. En El ente dilucidado cuestionaba, entre otras cosas, que esas razas que él mismo consideraba monstruosas podían verle de la misma forma. Luego tomó la determinación de tomar la Biblia como vara de medir la normalidad, una visión un tanto problemática, sobre todo en el presente. Sin embargo, sí que dio el paso de equiparar a humanos “normales” y deformes:

“…que aquellos hombres, que solo son monstruosos, por tener duplicados los miembros, o mayores de lo ordinario, o por falta de alguno; no por eso debe dudarse de ellos, que su naturaleza sea de la mesma especia que la nuestra”.6.

Estas visiones contemplan lo puramente físico en lo humano. Pero dejaban fuera a animales, plantas o seres espirituales. También aspectos tan extensos del monstruo como su carácter maravilloso, su uso como herramienta política o su simbología. Asuntos que darían lugar a ensayos o monografías muy extensas, incluso a libros completos. Sin embargo, aquí vamos a situar un punto y aparte, pues toca centrarse en esa concepción cosmográfica que fue mencionada anteriormente.

Espacios de alteridad geográficos

La herencia es muy importante en estas cuestiones. Eso ya es sabido. Pero también la religiosidad y el desarrollo del cristianismo en Occidente, como no podía ser de otra forma. El auge de la nueva y gran religión monoteísta arrasaría con buena parte de los cultos considerados paganos, aunque igualmente hubo concesiones en forma de absorción, metamorfosis y continuación de algunas creencias y supersticiones. En los primeros tiempos no fue del todo así, pues hubo intentos muy continuados de dar a todo un significado religioso acorde a los dictados de la doctrina de la nueva iglesia. Eso cambió ya en plena Edad Media, sobre todo en los siglos XII y XIII, cuando se produce el ascenso de la caballería, los romans y lo maravilloso en general. Jesús Pertíñez López incidía en ese cambio en los siguientes términos:

Así lo maravilloso se integra profundamente en la búsqueda de la identidad del caballero (viajes iniciáticos donde tiene que sortear toda clase de pruebas mágicas, luchas contra monstruos…). Por otra parte para la iglesia no resultaba peligroso este tipo de monstruo ya que aún puede dominarlo; no es un elemento que atente contra su poder o status (como si ocurrirá en la Reforma), sino, al contrario, lo reafirma como fin supremo que el caballero debe defender. En relación con este tipo de obras, de caballería en general, sería conveniente distinguir tres categorías de elementos fantásticos: maravilloso, mágico y sobrenatural (mirabilis, magicus y miraculosus). Lo maravilloso tiene unos orígenes precristianos y hay que recurrir a Oriente para encontrar sus raíces. Lo mágico es la plasmación de lo maléfico o satánico. En cambio lo sobrenatural es lo maravilloso cristiano, el milagro. El milagro es obra de una sola persona (Dios), siempre tiene justificación y explicación, en contraposición a lo maravilloso.7.

Lo maravilloso asociado al Oriente. O más bien a todo lo que no era conocido por el hombre occidental. Si se hace un acercamiento al mundo clásico, los griegos consideraban que el hombre normal debía habitar el centro del mundo, en ese caso el Mediterráneo. A mayor distancia, mayor alteridad. Por ejemplo, Parménides (siglo V a. C.) hablaba de la teoría de las cinco zonas: en la esfera terrestre se sucedían de un polo a otro una zona fría, una templada, una caliente a ambos lados del ecuador y de nuevo otras zonas templada y fría. La templada era el territorio grecorromano.

Las periferias eran cunas de cosas bestiales, monstruosas, diferentes. En el norte estaban los escitas, salvajes y feroces (Plinio); los hiperbóreos, sabios y pacíficos, alejados de las penas (Solin) o los arimfeos, sagrados. En el sur estaban, entre otros, los ictiófagos, siempre desnudos y entregados al placer y a la comunidad, alimentándose únicamente de pescado (Diodoro de Sicilia). En la India se situaba en fin del mundo. Esa India era todo Asia, de la que había multitud de rumores, a cada cual más maravilloso. Plinio decía que allí nacían los animales más grandes. Virgilio apuntaba que sus árboles eran tan inmensos que ninguna flecha alcanzaba sus copas. Ctesias señalaba que allí había mantícoras “con cara de hombre, talla de león y la piel roja como cinabrio”. La India constituye un caso especial, pues era reputada por la simplicidad, sabiduría y espíritu de justicia de sus habitantes.8.

Los tracios formaban una serie de tribus bastante heterodoxas. Heródoto consideraba a los getos, instalados en las orillas del Danubio, los más justos. A más distancia, mayor alteridad también para él. Igual ocurría con su apreciación sobre los escitas. Si estaban cerca geográficamente de los griegos, sus semejanzas a ellos eran mayores. Los pueblos cercanos a los confines del mundo se inscribían en tiempos remotos, la Edad de Oro, el reino de Cronos. Incluso en las ciudades había fragmentación según distintos criterios. Mujeres, niños, esclavos o artesanos eran subalternos del hombre. Igual pasaba con los enfermos, los feos o los deformes. Ya lo decía Platón de forma muy clara: agradecía diariamente a los dioses por haberlo hecho “hombre, libre y ateniense”.

Son únicamente unos cuantos ejemplos. Todos se refieren a ubicaciones geográficas. Unas más cercanas y otras mucho más alejadas. Pero siempre en un espacio físico. La irrupción de las representaciones de la Tierra conocida dio también cabida a estos monstruos. Había mapas que daban forma a un mundo cuadrado, circular, triangular, plano, curvo o distribuido en círculos concéntricos. Avanzando hasta el medievo, el monstruo se encontraba en lugares inhóspitos u hostiles ubicados en los límites, pero también en lugares bastante más conocidos y cercanos como como el mar, el bosque, las montañas, los desiertos y Oriente. Sobre todo Oriente. Los periplos y viajes, desde los legendarios como la Odisea hasta los de carácter más aventurero, como los de Marco Polo, marcaron nuevas etapas en lo que al descubrimiento y discernimiento de lo diferente se refiere. “El viaje, en el fondo, supone un tránsito a lo desconocido, a lo misterioso donde el viajero es el intermediario entre el lector y lo divino.”9.

Apariencia probable del ahora perdido primer mapa del Mundo (Anaximandro, 610 a 546 a. C.). Dominio Público.

Períñez López señalaba que la frontera entre el mito, el cuento y el libro de viajes es incierta. Los libros de viajes constituyeron un caso especial. Todos tenían un rasgo en común y sí, son los monstruos. Más allá de la aparición de jardines irreales, los portentos, los episodios iniciáticos o las ayudas divinas, la presencia de lo monstruoso siempre está ahí.

Los libros de viajes se refieren a blemmyas, hombres sin cabeza y con el rostro en el pecho, esciápodos, hombres con un solo pie gigante, panotios, seres con grandes orejas, cinocéfalos, hombres con cabeza de perro, entre otros. En cierta medida, se establecen catálogos de monstruos y maravillas que reflejan una otredad exótica y diferente”.10.

Los Viajes de Juan de Mandeville: lo imaginario en un libro de viaje

De entre todos esos libros de viaje, es Los Viajes de Juan de Mandeville un perfecto ejemplar que unifica todos los elementos que han desfilado por los párrafos anteriores. Maravillas, hombres diferentes, ubicaciones exóticas y, por qué no decirlo, mucha imaginación. Se trata de un libro que hoy se catalogaría como best-seller, un gran éxito que se movió por toda Europa entre 1357 y 1371. De su autor, el supuesto Sir John Mandeville, apenas se sabe lo que se relata en el propio libro, y en determinados círculos se le considera un personaje completamente ficticio. A ese respecto se pronunciaba Castro Hernández en su artículo, ya que señalaba con acierto que la identidad de Mandeville es fruto de intenso debate. Según el propio autor del Libro de las maravillas del mundo, nació en Inglaterra. Luego partió en 1322 y viajó por muchos países y visitó lugares muy dispares (Asia Menor, Cilicia, Tartaria, Persia, Siria, Arabia, Egipto, Libia, Etiopía, Caldea, Amazonia, India, China y Jerusalén). Tres décadas y media después, ya de vuelta en su patria, decidió poner en escrito sus recuerdos de viajero.

Se ha especulado que el autor de esta crónica fue en realidad el médico belga Juan de Borgoña, que reveló a Jean d’Outremuse haber utilizado el pseudónimo Johan de Mandeville. En una lápida descubierta en un convento de guillermitas se leía que bajo ella yacía Joannes de Manteville, que había realizado un largo viaje alrededor del mundo. Según otros, el personaje Juan de Borgoña y el epitafio de Lieja serían puras invenciones de d’Outremuse, pues el verdadero autor sería Mandeville.11. También está la hipótesis que señala que se trataría de Jan de Langhe, un flamenco que escribía en latín bajo el nombre de Johannes Longus y en francés como Jean Le Long.

Igualmente hay bastante controversia en cuando al más que posible plagio de buena parte de su obra. Se ha comprobado que la mayor parte de los relatos están extraídos de la obra de Odorico de Pordenone, pero con anotaciones insertadas aquí y allá. De hecho Mandeville insinuó ser acompañante de Odorico en su periplo. Odorico fue un viajero y misionero franciscano que inició su viaje hacia 1318 en Venecia y fue a Constantinopla. Luego visitó sedes franciscanas en Trebisonda, Erzurum, Tabriz y Soltaniyeh. Tras ellas llegaron sus periplos hacia la India, Kashan,Yazd, Persépolis, Shiraz y Bagdad, Java, Borneo, Champa (sur de Vietnam) Cantón o Guangzhou, Fujian, Fuzhou, Zhejiang, Hangzhou, Nanjing y por el Gran Canal de China llegó a la sede del Gran Khan, la ciudad de Kambalik o Cambaluc, (la moderna Pekín), donde estuvo tres años (entre 1324 a 1327).

Salida de Odorico de Pordenone. “Romance and Travels”, siglo XIV. Reproducción en Genghis Khan y el Imperio Mongol de Jean-Paul Roux, colección “Découvertes Gallimard” (nº 422), serie Historia. Dominio público.

La leyenda dice que en su regreso a Europa atravesó las tierras del Preste Juan y el Tíbet. Luego volvió a Persia. Del resto poco se sabe, salvo que regresó a Venecia. En 1330 en Padua dictó a Guillermo de Solagna la historia de sus viajes. Deseando reunirse con el papa, que residía en Aviñón, Odorico partió pero enfermó cerca de Pisa. Murió en Udine poco después de llegar.

Su viaje se conoce a partir de documentos eclesiásticos como el Relatio o el Chronica XXIV Generaliumb Ordinis Minorum, traducidas al italiano, francés y alemán. Su obra consiste en la descripción de las tierras que afirmó visitar, añadiendo descripciones físicas fantásticas y etnocéntricas de los habitantes, costumbres, y la religión de los mismos.12. Algo que podría decirse sin ningún género de dudas sobre el Libro de las maravillas del mundo.

Ay en las Indias una isla en la qual biven hombres de gran forma como gigantes, y no tienen sino un ojo en la frente, los quales no comen sino carne y pescado sin pan. En la India ay una isla en la qual ay y habitan una manera de gentes las quales son pequeñas de cuerpo y son de muy malvada natura, porque ellos ni ellas no tienen cabeça ninguna y tienen dos ojos en las espaldas y la cara en medio de los pechos y la boca grande y tuerta como una herradura, lo qual se muestra aquí”.13.

A pesar de todo, no hay unanimidad sobre la realidad de los viajes de Mandeville. Los investigadores afirman que su apropiación de historias no tuvo que ser necesariamente intencionada. Los libros de viajes solían usar siempre las mismas fuentes antiguas, y de ellas tomaban elementos que hacían más creíble (y a la vez más maravillosas) sus descripciones de lugares lejanos. Muchas historias fabulosas de monstruos, cíclopes, caníbales o el fénix están extraídas de Plinio y otros autores posteriores, y se mezclan con las historias bíblico-mitológicas de la época.

En Mandeville (y probablemente en todas las fuentes que tomó para compilar su propio libro, dados los indicios ofrecidos) las criaturas no son simétricas y ordenadas, sino que sus cuerpos son exagerados, unidos al caos, al desorden de los miembros, incluso a rasgos como la altura o la complexión. El monstruo es la antítesis de lo ideal, fruto de la deformidad, como un prototipo de la perversión y el horror. Igualmente, establece un catálogo de criaturas y bestias con el cual diferencia el mundo europeo de las tierras lejanas y periféricas del orbe conocido. Estas entidades están en las tierras incógnitas e inexploradas, en las islas de Oriente. El monstruo es lo ‘malo’ que se excluye de la vida civilizada, la antítesis del hombre.

Vinculados a veces con el mundo sobrenatural, otras con el porvenir, con lo maligno o con el simple morbo, el mundo actual ha desterrado a la inmensa mayoría de ellos a rincones pseudocientíficos o asociados a la superchería, pero nada más lejos de la realidad. Reivindicar el papel del monstruo en el acervo cultural, mitológico, antropológico y psicológico podría ayudar a comprender un poco mejor al propio ser humano, pues ambos no son más que las dos caras de la misma moneda.

Fuentes:

  • Boia, Lucian: Entre el ángel y la bestia: el mito del hombre diferente desde la Antigüedad hasta nuestros días, Editorial Andrés Bello, 1997.
  • Castro Hernández, Pablo: La imagen del monstruo en algunas representaciones xilográficas del Libro de las Maravillas del Mundo de John Mandeville: aproximaciones metodológicas e historiográficas, Revista Sans Soleil – Estudios de la Imagen, Vol 7, 2015.
  • Cirlot, Victoria: La estética de lo monstruoso en la Edad Media, Revista de Literatura Medieval, núm. 2, 1990.
  • Flores de la Flor, María Alejandra: Los Monstruos en la Edad Moderna en el Mundo Hispánico, Máster de Estudios Hispánicos, Universidad de Cádiz, 2009-2010.
  • Leclercq-Marx, Jacqueline: Los monstruos antropomorfos de origen antiguo en la Edad Media. Persistencias, mutaciones y recreaciones, Anales de Historia del Arte 259, 2010, Volumen Extraordinario 259-274.
  • Le Goff, Jacques: Lo maravilloso y lo cotidiano en el Occidente Medieval, Ed. Gedisa, 1985.
  • Mandeville, John de: Los viajes de Sir John Mandeville, Cátedra, 2001.
  • Pertíñez López, Jesús: Los orígenes medievales del monstruo en el arte, Revista Sans Soleil – Estudios de la Imagen, Vol 7, 2015.
  • Rivilla Bonet y Pueyo, J.: Desvíos de la naturaleza o tratado del origen de los monstruos, Lima, 1695.
  • Santiesteban, Héctor: El monstruo y su ser, Relaciones. Estudios de historia y sociedad, vol. XXI, núm. 81, 2000.
  • Tovar Rubio, Joaquín: Monstruos y seres fantásticos en la literatura y pensamiento medieval, Universidad de Alcalá de Henares, 2006.

Notas:

1.Boia, Lucian: Entre el ángel y la bestia: el mito del hombre diferente desde la Antigüedad hasta nuestros días, Editorial Andrés Bello, 1997, 36.

2.Tovar Rubio, Joaquín: Monstruos y seres fantásticos en la literatura y pensamiento medieval, Universidad de Alcalá de Henares, 2006,

3.La teratología (del griego antiguo theratos, que significa monstruo, y de logía que significa estudio o tratado) es definida como disciplina científica que, dentro de la zoología, estudia a las criaturas anormales. Es decir, aquellos individuos naturales en una especie que no responden al patrón común.

4.Flores de la Flor, María Alejandra: Los Monstruos en la Edad Moderna en el Mundo Hispánico, Máster de Estudios Hispánicos, Universidad de Cádiz, 2009-2010, 23.

5.Rivilla Bonet y Pueyo, J.: Desvíos de la naturaleza o tratado del origen de los monstruos, Lima, 1695. Citado por Flores de la Flor, 25.

6.Fuentelapeña, A.: El ente dilucidado, Sección 2. Duda. 1. Fol. 25.

7.Pertíñez López, Jesús: Los orígenes medievales del monstruo en el arte, Revista Sans Soleil – Estudios de la Imagen, Vol 7, 2015, pp.7- 1.3

8.Boia, 1997, 47.

9.Pertíñez López, 2015, 10.

10.Castro Hernández, Pablo: La imagen del monstruo en algunas representaciones xilográficas del Libro de las Maravillas del Mundo de John Mandeville: aproximaciones metodológicas e historiográficas, Revista Sans Soleil – Estudios de la Imagen, Vol 7, 2015, 14.

11.Castro Hernández, 2015, 15. Se trata de una nota al pie de su artículo, en la que resume las controversias existentes en torno a la identidad de Mandeville.

12.Existen unos 73 manuscritos y muchos volúmenes impresos del relato de Odorico, bien en latín o en diversas lenguas modernas. En la Biblioteca Nacional de Francia de París se conserva un manuscrito que data de 1350 y la primera versión publicada en francés, del año 1529. La edición más reciente proviene de la traducción de Henry Yule, quien la tradujo al inglés en 1866.

13.Mandeville, John de: Libro de las Maravillas del Mundo, II, 10.

Acerca de Félix Ruiz

Trabajador Social de formación y apasionado de las temáticas relacionadas con el misterio desde siempre. Redactor de noticias, escritor novel, lector compulsivo y buscador incansable de preguntas que compartir con todo aquel que sea curioso y quiera saber más.

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