Programa Artemis: planteando las claves tras el sucesor de Apolo

Las loables palabras de Jim Bridestine, actual administrador de la NASA, parecen querer mostrar al mundo que el objetivo principal de la agencia y del gobierno estadounidense es hacer que una mujer de ese país sea la primera en pisar el satélite, hito que rompería otro “techo de cristal” en la carrera por la igualdad de derechos y oportunidades entre sexos. Y qué mejor forma de escenificarlo que usar el nombre de la hermana de aquel que dio título a las misiones lunares de finales de los sesenta y los años setenta.

Fue el 11 de diciembre de 1972. Eugene Cernan y Harrison Schmitt aterrizaron en la superficie lunar, siendo los últimos humanos en pisarla hasta hoy. Han pasado cuarenta y siete años desde entonces, y parece que ha llegado el momento de dar un nuevo vuelco a la situación, tras décadas de olvido en cuanto a la conquista y explotación de la Luna y sus recursos. Desde entonces se han dado motivos de todo tipo: falta de interés general, poca rentabilidad, escasez de recursos económicos o la alta dificultad de llevar a cabo nuevas misiones. Asimismo, ha habido espacio para hipótesis más difíciles de probar y con mucha polémica al respecto, con la eterna cuestión de la veracidad de las misiones Apolo o la presencia de seres vivos ajenos a nuestro planeta. Cuestiones que siguen siendo debatidas, y que siguen estando vivas, sobre todo en Internet. Pero parece que algo ha cambiado.

Hay una serie de claves que quizá hayan influido enormemente en este pretendido empujón a la nueva carrera espacial. Mirando a la cuestión inicial, ¿por qué Artemis? ¿Por qué ahora? Hay una serie de cuestiones de fondo que conviene analizar antes de presentar las particularidades del proyecto que se quiere llevar a cabo. La cuestión feminista parece distar mucho de ser la intención real de la administración Trump, siendo precisamente el presidente uno de los mayores impulsores.

«Cada vez tenemos más presencia en el espacio, tanto militar como de otro tipo y estamos pensando seriamente en una Fuerza Militar». Estas palabras apuntalaban algo que venía rondando las mentes de varios congresistas desde hace un par de años. Donald Trump se mostró convencido de ello y sigue dando pasos firmes para constituir la sexta fuerza militar del país. Hay muchos intereses en juego, y obviamente no todos son geopolíticos, aunque esos jueguen un papel fundamental. La explotación del espacio, la gestión de residuos espaciales o la democratización de los cielos son asuntos muy a tener en cuenta. La creación de un nuevo ejército obedece a la necesidad de frenar los avances rusos y chinos, según Trump y su Vicepresidente Mike Pence. Las palabras clave que se han repetido una y otra vez han sido “garantizar la capacidad disuasoria”. ¿Hay fronteras que proteger en el espacio?

El Tratado del Espacio Exterior y los “dueños de la Luna”

La futura hegemonía de Estados Unidos está más en el aire que nunca, debido al empuje ruso, chino y de economías emergentes como la india, cada uno con sus propios propósitos y sus planes para obtener su trozo del pastel. Presión demográfica, cambios climáticos, alianzas comerciales… Demasiados factores que entran en la ecuación. Mirar hacia arriba puede ser una posibilidad interesante. Ser el primero en abrir un nuevo mercado (en este caso en la Luna) es una posibilidad que puede antojarse como definitiva para el que sigue autoproclamándose como el más poderoso de la Tierra.

Son oportunidades de negocio, a pesar de que según el Tratado del Espacio Exterior, firmado en 1967, la Luna no le pertenece a nadie y ningún país puede reclamar su soberanía. Solo 103 naciones lo han firmado (los primeros fueron Estados Unidos, Reino Unido y la Unión Soviética), otros veinticuatro deben ratificarlo, mostrándose conformes sobre las reglas que se establecen, que sin embargo dejan cierto resquicio legal del cual pretenden aprovecharse determinadas naciones. En el contexto original en el que se planteó el tratado, se pretendía que ninguna potencia colocara armas nucleares en órbita, estación espacial o astro. Pero antes, es necesario aclarar en qué incide el tratado, firmado por los citados países que pugnaban por vencer en la carrera espacial por aquel entonces, antes del éxito de las misiones Apolo:

  • La exploración y utilización del espacio ultraterrestre debe hacerse en provecho e interés de todos los países y es patrimonio de toda la humanidad.
  • El espacio exterior se puede explorar gratuitamente por todos los países.
  • El espacio exterior no puede estar sujeto a apropiación reclamando soberanía, ya sea mediante ocupación u otro método.
  • La Luna y otros cuerpos celestes deben ser usados exclusivamente para propósitos pacíficos.
  • Los astronautas se considerarán como los enviados de la humanidad.
  • Los estados serán responsables de las actividades espaciales nacionales ya sea llevada a cabo por entidades gubernamentales o no gubernamentales.
  • Los estados serán responsables de los daños causados por sus objetos espaciales.
  • Los estados deberán evitar concentración nociva en el espacio y los cuerpos celestes.

A pesar de que pueda parecer una broma, la propiedad de la Luna ha sido un tema que cada cierto tiempo ha generado titulares llamativos. Ejemplos hay para todos los gustos, pero solo se expondrán algunos. Federico el Grande de Prusia, en pleno siglo XVIII y a modo de agradecimiento por sus dotes sanadoras, le regaló la Luna a Aul Jurgens y a sus descendientes hasta el fin de los tiempos. Un descendiente de Jurgens, Martin, reclamó su soberanía a finales del siglo XX y el Instituto Jurídico para el Aire y el Espacio de los Países Bajos tuvo que intervenir, decidiendo que la donación primera hecha por el rey prusiano era inválida y falta de fundamento alguno. Para ratificar esta lógica decisión, un juez tuvo que decirle a Martin que aquella reclamación no tenía ni pies ni cabeza.

En 1949, James Thomas Mangan fundó la Nación del Espacio Celestial en Evergreen Park, Illinois, que reclamaba el cosmos para sí. Mangan envió cartas a los dirigentes de setenta y cuatro naciones para que estas reconocieran la existencia de Celestia, la nación más allá de la Tierra, además de solicitar su inclusión en la Organización de las Naciones Unidas. Como era de esperar, todo fue denegado. Mangan nunca renunció a su proyecto, defendiéndolo vehementemente contra intentos de disputarle la soberanía de Celestia. Por ejemplo, reclamó a la URSS cuando ésta lanzó el Sputnik, alegando que esto violaba el territorio de su nación. En contraste, dio permiso a un banquero de Chicago para establecer una sucursal en la Luna y entregó pasaportes de Celestia a los astronautas del Apolo. Todo un personaje.

¿Y si se reclaman astros a través de la ONU y lo conviertes en un modelo de negocio? Dennis M. Hope es un americano que se atrevió, y ahora es “el señor de la Luna, de Venus, Mercurio e Io”, una de las lunas de Júpiter. Comenzó con la ocurrencia en 1980, momento en que se estaba divorciando. Desde 1995, Dennis rentabilizó su idea al máximo, que debió parecer muy buena, pues hizo una fortuna. Subdividió sus tierras extraterrestres y las vendió por parcelas.

Aún hoy cualquiera puede hacerse con una porción de terreno por veintiséis euros (vía Moon Estates o Lunar Embassy Corporation, empresas de Hope). Hacia 2013, y siempre según sus declaraciones, había vendido 611 millones de acres de tierra de la Luna – cada acre consta de 4046,86 metros –, 325 millones de acres en Marte, y entre Venus, Io y Mercurio, unos 125 millones de acres. Asimismo, el empresario estadounidense vende por setenta y cinco mil dólares los derechos para establecer sedes de la Embajada Lunar en más de 12 naciones. Entre ellas, Crazy Shop en Israel y Moon Estates en Inglaterra. Hay igualmente empresas falsas como Lunar Registry y Buy Uranus, que ofrecen lotes sin los derechos de la Embajada Lunar… El Tratado del Espacio lo dejaba claro: la Luna “no era de nadie”. ¿Por qué no reclamarla para sí?

La toma de la Luna

El resquicio legal parece patente. La ONU se refiere principalmente a países, pero no a entidades privadas. Aquí es donde entran las modernas compañías o startups que pretenden explotar el satélite con fines turísticos o mineros. Moon Express, SpaceX, Amazon, o iniciativas menos conocidas pretenden aportar capital y tecnología. Y, como está quedando patente, hay mucho interés por parte de diversos actores. Los estudiosos de la materia esperan que los Estados permanezcan leales al tratado y se abstengan de reconocer o endosar un reclamo de propiedad privada. El único precedente yace en el fondo del océano. En 1974, el gobierno estadounidense se negó a reconocer los derechos mineros exclusivos de Deepsea Ventures más allá de los límites de su jurisdicción nacional en el suelo marino.

Apuntes teóricos aparte, si alguien ocupa un lugar y nadie más puede tener acceso a él o usarlo, ¿el que lo ocupó no es el dueño de facto? Es posesión corporativa (corpus possidendi) y representa otra razón por las cuales los títulos de propiedad no significan ninguna prueba legal de ser dueño de un pedazo de la Luna, ya que nadie está físicamente allá. Para poseer algo, tanto la mente como el cuerpo deben estar involucrados. Hay que estar allí, en pleno satélite.

La dificultad de establecer un acto físico de posesión en la Luna debe protegerla del desarrollo privado, pero parece que la tecnología está superando a la ley. En la década de 1990 la firma comercial SpaceDev intentó llevar un robot a un asteroide para realizar experimentos y reclamarlo como propiedad privada. El proyecto no se llevó a cabo, pero la empresa aboga por la “teleposesión” para casos como las compañías de rescate que reclaman como propiedad los restos de naufragios en el fondo del mar después de explorarlos con robots. ¿Por qué no puede pasar lo mismo con un pedazo de propiedad celestial?

La apropiación de material es viable, al menos desde el marco que establece el Tratado del Espacio Exterior. Parece que los empresarios pueden reclamar algo como “derechos empresariales” que les permite explorar y explotar recursos naturales en el espacio exterior. La solución parece pasar por los Estados, que de manera individual firmen el tratado de la Luna, quizá uno nuevo, que amplíe lo dictado en 1967 y que evite futuros malentendidos. Sin embargo, el contexto actual parece abocar a todos a una nueva partida de geopolítica que se jugará en el espacio. Y en el tablero habrá espacio para satélites, planetas e incluso otros cuerpos celestes, asteroides incluidos. Puede que más ejércitos espaciales, nuevos convenios exclusivos entre algunos países y muchas, muchas negociaciones. Solo un par de casos sonados sirven para plantear este escenario.

Bob Richards, CEO y cofundador de Moon Express, logró en 2016 la primera autorización para que una compañía espacial privada pudiera viajar, de forma independiente, a la Luna. El permiso fue otorgado por el propio gobierno estadounidense. El ex de la NASA dejaba claro el modelo de negocio (con matices) del que se viene hablando en estos párrafos:

«No estamos involucrados con exploración con humanos, es una magnitud de inversión completamente diferente. La exploración robótica es de lo que se trata Moon Express y sí hemos mirado diferentes destinos, una vez que seamos capaces de ir la Luna podemos ir básicamente a cualquier parte en el Sistema Solar. Depende de lo que sea el negocio, porque somos un negocio, necesitamos hacer ganancias, hacer cosas comerciales, pero tenemos la capacidad de ir a otros destinos. Vemos la Luna como el más obvio objetivo de corto plazo, pero podemos usar la Luna como paso para Marte, asteroides y otros lugares en el Sistema Solar».

En la vertiente turística del asunto, el pasado año se dio un nuevo paso al conocer quién será el primer turista en visitar el satélite. El director ejecutivo de Tesla y SpaceX, Elon Musk, anunció que la primera persona que visitará la Luna como turista a bordo del vehículo de lanzamiento Big Falcon Rocket (BFR) de SpaceX será el multimillonario japonés Yusaku Maezawa, magnate de la industria de la moda en Internet y un coleccionista de arte, fundador de la Contemporary Art Foundation de Tokio.

Este viaje a la Luna será al mismo tiempo el proyecto artístico #dearMoon. Maezawa ha anunciado que en 2023 invitará a entre seis y ocho artistas de todo el mundo para que lo acompañen. Al volver desde la Luna, «tendrán que crear algo» y «sus obras maestras inspirarán a todos los soñadores que duermen en nosotros», declaró el multimillonario japonés. La fecha exacta del viaje a la Luna se desconoce, pero Musk señaló que quiere que el vehículo esté listo para un viaje no tripulado a Marte en 2022 y realice el primer vuelo tripulado en 2024. Fechas que casan con las de Artemis, proyecto al que se vuelve ahora para terminar de presentarlo.

La vuelta a la Luna

Solo han pasado unos días desde el anuncio, que se produjo el 13 de mayo. La misión Artemis – Artemisa en español – será la primera en la que una astronauta mujer pise la superficie de la Luna. Hasta esa fecha ni siquiera había una denominación concreta, solo planes vagos. Jim Bridenstine lo dejaba claro:

«El presidente Donald Trump solicitó a la NASA que aceleremos nuestros planes para regresar a la Luna y que los seres humanos vuelvan a pisar su superficie en 2024. Volveremos con nuevas tecnologías y sistemas innovadores para explorar más lugares de su superficie de lo que nunca se creyó posible. Esta vez iremos a la Luna para quedarnos. Después usaremos lo que aprendamos allí para dar el siguiente gran salto: enviar astronautas a Marte».

El gran objetivo del programa Artemis es investigar nuevas tecnologías que funcionen solo a partir de los materiales que tenemos en nuestro satélite. Se pretende averiguar hasta qué punto podemos usar el hielo lunar para extraer recursos o el regolito marciano como material de construcción. Nada de feminismo – que es otro tanto a favor –, sino minería espacial, desarrollo tecnológico y explotación de recursos.

Esta vez no se quieren repetir los fallos de las misiones Apolo, sobre todo en cuanto a la precariedad tecnológica y los riesgos que se tomaron. El Space Launch System (SLS) es el cohete que se encargará de lanzar todo ese material y personal al espacio. Actualmente permite poner en órbita casi 26 toneladas de equipo, aunque se pretende llegar a las 45 toneladas. El asunto de la nave también está en fases iniciales. La elegida es Orión, que ya se ha probado en el espacio – subida a órbita y reentrada – pero no en recorridos como los planteados por el programa. El primero de estos vuelos no tripulados despegará, si todo va según lo previsto, en 2020. El primero tripulado en 2022. Aun queda mucho por probar. Igualmente hará falta una estación espacial más cercana a la Luna que la Estación Espacial Internacional. El nombre propuesto será Gateway, cuyo primer elemento será ensamblado en 2022. Será el sistema de energía y propulsión, aún por definir. El módulo de descenso es otra parte fundamental que hay que planificar. En la carrera para adjudicarse la fabricación del módulo, parte con ventaja Jeff Bezos, multimillonario dueño de Amazon, pero también de Blue Origin, su compañía espacial, que ya ha diseñado su primer vehículo lunar, Blue Moon. Según el propio Bezos, Blue Origin podría cumplir con la fecha límite de aterrizaje lunar de 2024.

Todo esto está muy bien, ¿pero cuánto costará? Está claro que el capital privado será clave, pero la administración Trump ya está dando pasos al respecto, como anunció Jim Bridenstine, con una corrección al presupuesto de la NASA para 2020. La NASA recibirá (previa aprobación del Congreso) 1.600 millones de dólares para comenzar de inmediato el desarrollo de las tecnologías necesarias para las misiones Artemis. Hay otros países que se han sumado al desarrollo de tecnologías que hagan posible el regreso a la Luna. Futuras colaboraciones con Houston favorecerá el trabajo, aunque aún no se conocen las respuestas de esos otros actores, que quizá planteen sus propias misiones lunares tripuladas.

Pero, a día de hoy, casi todo es especulación, más allá de los escasos datos dados a conocer. Estados Unidos ha movido ficha, los peones se han puesto en movimiento y solo resta ver cómo se desarrollan los acontecimientos, sobre todo alrededor del recién bautizado programa Artemis. A buen seguro que habrá titulares de todo tipo, tensiones y declaraciones de buenas intenciones. Lo que es una realidad es que las mayores beneficiados serán las empresas privadas que hagan realidad las aspiraciones de los Estados implicados. Geopolítica y economía, ambas de la mano en la conquista de una quimera: llevar los recursos de la humanidad hacia las nuevas fronteras que quizá se impongan en el espacio.

Fuentes:

  • https://www.nasa.gov/press-release/nasa-highlights-moon-2024-mission-with-fy-2020-budget-amendment
  • https://www.nasa.gov/specials/moon2mars/
  • http://www.astronomy.com/news/2019/05/project-artemis-nasa-names-its-2024-moon-mission
  • https://www.space.com/nasa-names-moon-landing-program-artemis.html
  • https://www.space.com/42021-moon-express-agreement-canadian-space-agency.html
  • https://www.universetoday.com/142210/the-blue-origins-founder-wants-to-get-to-the-moon-by-2024/
  • http://www.unoosa.org/oosa/en/ourwork/spacelaw/treaties/introouterspacetreaty.html
  • https://www.wired.com/2012/06/space-cases/
  • Buy Land on the Moon
  • https://twitter.com/hashtag/dearmoon
  • http://www.spacex.com/news/2017/02/27/spacex-send-privately-crewed-dragon-spacecraft-beyond-moon-next-year

Acerca de Félix Ruiz

Trabajador Social de formación y apasionado de las temáticas relacionadas con el misterio desde siempre. Redactor de noticias, escritor novel, lector compulsivo y buscador incansable de preguntas que compartir con todo aquel que sea curioso y quiera saber más.

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