Octubre de 1961. Dos escritores de éxito unen sus fuerzas una vez más, tras la enorme repercusión de un libro que marcó un antes y un después. La dupla quiso aprovechar el tirón de su trabajo para crear una revista, que pretendía ser el punto de encuentro de los nuevos humanistas, quizá los mismos que sentían que los acontecimientos tan extraños que se sucedían en los cielos en aquellos años eran una señal de la próxima revolución del pensamiento.
Lo forteano está de moda, como los amantes del misterio saben muy bien. Este revival no parece ser casual, y hay muchos actores que están aportando su granito de arena. Los nostálgicos y las nuevas generaciones se dan la mano para revitalizar un mundillo – como se viene denominando al Misterio en redes sociales e Internet en general – que parece a medio camino entre el conflicto, la disolución y la salud plena. Pero si es posible que conozcamos ese término creado a partir de los trabajos de Charles Fort es porque hubo personas que lo desarrollaron en las últimas décadas del siglo XX, sobre todo entre los años sesenta y ochenta.
Eran unos años extraños, en los que muchos miraban a los cielos merced a la aparentemente súbita aparición de los OVNIs allá por finales de los cuarenta. Mucho tuvieron que ver aquellos autores que crearon el denominado “realismo fantástico”, un subgénero que en un principio no se vinculó a la ufología, pero que finalmente se vio contagiado por aquel entuerto en forma de objetos extraños y avistamientos de criaturas imposibles. Ésto, unido a los nuevos bríos que tomaron la parapsicología o la búsqueda de civilizaciones supuestamente desaparecidas en el pasado, fueron los ingredientes que dos hombres mezclaron para crear el perfecto vástago del realismo fantástico: El retorno de los brujos.
Louis Pauwels y Jacques Bergier dieron luz a un libro distinto allá por 1960. Ambos pretendieron ensamblar todo aquello que separaba a la ciencia y al misterio, de forma que aparecieran respuestas increíbles a acertijos hasta el momento no resueltos. La crítica no se hizo esperar, sobre todo en reacción a la grandilocuencia y atrevimiento de algunos postulados aparecidos en el libro. Pero qué duda cabe, los lectores se contaron por miles de millares, y eso fue lo que convirtió a este texto en uno de los más influyentes del siglo XX, siempre en el contexto en el que nos movemos.
Sus más de 600 páginas son fascinantes. Nazismo esotérico, alquimia, civilizaciones desaparecidas o parapsicología. Un cóctel explosivo con el que los autores pretendían – o al menos eso declararon – mostrar que la realidad era mucho más compleja de lo que cualquiera podía imaginar. Libre de prejuicios, los lectores podrían descubrir un nuevo modo de ver el mundo. «No nos lo creemos todo, pero creemos que todo debe ser examinado». Pauwels y Bergier no dejaron a nadie indiferente. Su predestinado encuentro puede bien parecer cosa del destino, y es que el maestro solo aparece cuando el alumno está preparado.
¡Nada extraño nos es ajeno!
Yakov Mikhailovich Berger – nombre real de Jacques – era de origen ucraniano, y de familia judía. Químico de formación, gustaba de investigar sobre química nuclear hasta que en la Segunda Guerra Mundial se sumó a la resistencia francesa en Lyon. Se le consideraba un tipo bastante excéntrico, y puede que no les faltara razón a aquellos que opinaban así. Una memoria enciclopédica unida a un aspecto descuidado. Unos ojos pequeños que se escondían tras unas enormes gafas. Un carácter atractivo pero extraño, y con un gusto insaciable por la búsqueda en bibliotecas.
Por su parte, Louis Pauwels desarrolló una carrera peridística muy fructífera a raíz del fin de la segunda gran guerra. Fue discípulo de George Ivánovich Gurdjíeff, el gran maestro – junto a P. D. Oupensky, claro – del Cuarto Camino. Su gusto por lo extraño, unido al carisma de Gurjíeff, hicieron de Pauwels un discípulo que brillaría con luz propia años después, una vez alejado de las enseñanzas del maestro armenio, al que incluso se atrevió a criticar abiertamente. Eso sí, siempre mostrando sus simpatías hacia muchas de sus doctrinas.
Ambos personajes se conocieron en 1954, cuando Pauwels era director de la Biblioteca Mondiale. El fruto de su amistad es bien conocido. Los dos pudieron ayudarse mutuamente para crear una obra hasta ese momento única. Erudición y buenas formas literarias fueron las herramientas que compartieron Bergier y Pauwels. Su gran mensaje al mundo fue que los misterios no pueden ser negados por la ciencia, sino reivindicados puestos en valor. Una labor que continuarían al año siguiente con la fundación de una revista conjunta donde dar rienda suelta al esquema básico del realismo fantástico: Planète.
Podemos decir que esta revista fue – junto a la inmortal Lumières dans la nuit fundada por Raymond Veillith en 1958 – la revista más influyente en el ámbito misterioso en francés. La oleada de los soucoupes volantes – platillos volantes – vivida en 1954 habían llevado al interés mediático por el tema y a la aparición de los tan denostados por los ufólogos: los escépticos. La problemática de los objetos aéreos seguía muy viva cuando irrumpió este nuevo modelo implantado por el binomio Pauwels-Bergier, que en un principio parecía tomar otros derroteros distintos, pero igualmente atractivos.
El primer ejemplar de Planète tuvo 7.000 ejemplares en su primera edición. Y hubo una segunda, ante la increíble demanda que había. La cifra es desorbitante para la época: nada más y nada menos que 100.000 ejemplares. Muchos críticos dijeron – y siguen argumentando – que los autores quisieron aprovechar el éxito de El retorno de los brujos para continuar lucrándose. Y puede que sea parte de la verdad, pero no toda. Ambos estaban muy convencidos de los postulados que defendía, y sentían que estaban liderando un cambio inevitable en el pensamiento occidental. Presentaron al mundo una casuística que, fuera de círculos muy concretos, seguía siendo bastante oscura y desconocida. Ese fue uno de los grandes méritos de ambos colegas.
El valor de Planète era tan evidente que incluso inspiró en cierta forma la aparición de una de las revistas más añoradas por los nostálgicos de aquellos años: Horizonte, fundada por Antonio Ribera y que tuvo un corto recorrido de tres años, entre 1968 y 1971. Por las páginas de la revista gala pasaron algunos de los investigadores más célebres de la época, y algunos de los futuros nombres propios del fenómeno OVNI, como Aimé Michel.
Otro gran punto a favor de Planète fue trataba una gran diversidad de temas, además de dar a conocer a muchos lectores a personajes que eran escasamente reconocidos, al menos fuera de sus ámbitos de trabajo. Entre ellos estaban H. P. Lovecraft, Isaac Asimov, Arthur C. Clarke o Jorge Luís Borges. Todos ellos tuvieron espacio entre las variadas secciones y temáticas abordadas por la revista, que incluso se preocupó por dar a conocer las religiones orientales en suelo europeo, disciplinas que iban implantándose poco a poco al otro lado del Atlántico, pero que en éste únicamente se limitaba a grupúculos.
Dentro de todos esos esfuerzos divulgadores, la parapsicología jugaba un papel decisivo. Se miraba con recelo pero a la vez con esperanza los experimentos llevados a cabo por la URSS. Telepatía o precognición eran algunas de las paraciencias más demandadas por el público. Bergier tenía fuentes bastante cuestionables, por no mencionar que algunos experimentos eran totalmente falsos. Por desgracia para sus seguidores, el ucraniano metió la pata más de una vez en este sentido, como en el caso del Nautilus, con las cartas Zener como línea de salida de la famosa y aun polémica guerra psíquica.
El sospechoso detonante de la guerra psíquica
Es curioso, pero buena parte de la guerra psíquica en que se enzarzaron norteamericanos y soviéticos tuvo su germen en esta invención de Bergier. Todo comenzó cuando el bueno de Gérald Messadié, periodista y escritor prolífico, recibe el chivatazo de Jacques sobre un experimento que podía demostrar que la transmisión del pensamiento era posible y que había sido probada con éxito. El artículo se publicó en el número 509 de la publicación Science et Vie, con seis páginas que llevaban por título “Étrange expérience a bord du Nautilus” (Extraña experiencia a bordo del Nautilus). ¿En qué consistió el supuesto experimento?
Todo habría ocurrido en el submarino nuclear Nautilus, perteneciente al bando estadounidenses, en el verano de 1959. Bajo el hielo del Polo Norte, el artefacto estaba aislado del mundo, pero dos mentes estaban intentando entrelazarse. Una era la de untripulante del Nautilus, mientras que la otra era de un psíquico que se encontraba en un laboratorio en Westinghouse, Maryland. Un experimento con cartas Zener – cuadrados, círculos, estrellas, cruces y líneas onduladas – , en el que el psíquico intentaba que su homólogo marino adivinase sus movimientos, habían arrojado un resultado increíble, y aparentemente muy alejada del mero azar: ¡un 70% por ciento de acierto por parte del tripulante del submarino!
Por supuesto, los estadounidenses negaron lo ocurrido. Por su parte, los soviéticos se enteraron por la prensa. Pero he aquí con uno de esos curiosos giros de los acontecimientos que tienen lugar en algunas ocasiones. Millones de rublos fueron destinados a experimentos psíquicos una vez se superó el veto de Stalin a los mismos. Ya en 1967, la URRS contaba con veinte laboratorios dedicados en exclusividad a los misterios de la psique. Ante tal panorama, los norteamericanos reaccionaron y emprendieron sus propios trabajos. Una pugna que tuvo como base un experimento falso, tal como demostró Martin Ebon en Psychic warfare: threat or illusion (La guerra psíquica: amenaza o ilusión) en 1983, señalando a Bergier como el culpable de tal rumor y a Messadié como el chivo expiatorio que lo propagó. Lógico que los escépticos y los detractores de los métodos exhibidos por la dupla en El retorno de los brujos y en Plànete no tardaran en hacerse notar.
Más allá de eso, la labor de Pauwels y Bergier al frente de la revista continuó hasta poco a poco se fue diluyendo hasta su desaparición. Sin embargo, su legado continuó en forma de multitud de libros sobre exoarqueología, ufología – materia en la que, al menos de inicio, eran bastante escépticos – parapsicología y demás materias esotéricas que hicieron las delicias de toda una generación de soñadores en pos de los secretos más ocultos que ofrecía ese mundo de los setenta y ochenta. De hecho, muchos de esos volúmenes siguen siendo deseados por coleccionistas y curioso, que no dudan en invertir buenas dosis de dinero para conseguir algunos de los volúmenes más difíciles y raros, entre los que destacan algunos míticos de autores como Jacques Vallée o Louis Charpentier.
Todo comenzó con la labor recopilatoria de Charles Fort, continuó con el auge OVNI y tomó forma con los brujos de Pauwels y Bergier. Con sus luces y sus sombras, es de reconocer que lograron que muchas personas se acercasen al misterio, ya fuera para hacerlos propios o para buscar sus fallos, una dinámica que, con sus nuevos matices y formas, continúa en el presente. Los ecos de esa “revolución del pensamiento” siguen oyéndose, al igual que esos debates sobre dónde se encuentran exactamente las líneas entre ciencia y heterodoxia, entre divulgación y charlatanería, entre creyente y escéptico.