El estudio es obra de los lingüistas Andrew McKenzie y Jeffrey Punske, y acaba de publicarse en Acta Futura, una revista publicada por el equipo de conceptos avanzados de la Agencia Espacial Europea. Aunque lo que explican McKenzie y Punske es pura especulación, lo cierto es que tiene una base muy real. Solo tenemos que mirar cómo evolucionan los idiomas aquí, en la Tierra.
A menos que descubramos cómo doblar el espacio tiempo a nuestro antojo en los próximos siglos los primeros viajes interestelares durarán no ya siglos, sino miles de años. Da igual si usamos combustible tradicional, si nos basamos en motores de iones, si aprovechamos el impulso gravitacional de algún planeta intermedio, o si desarrollamos algún nuevo y exótico sistema de propulsión nuclear.
Si tampoco encontramos una manera de congelar personas para que duren fresquitas (y vivas) durante todo ese tiempo (algo muy improbable), las naves interestelares tendrán una tripulación generacional. En otras palabras, los colonos interestelares nacerán, crecerán y morirán en su nave hasta que sus descendientes lleguen a su destino. El lenguaje evoluciona.
Ya en el siglo XV en Inglaterra hay registros de palabras completamente diferentes para designar la misma cosa según la región en la que se encontraba. Cualquier hispanohablante sentirá en sus carnes esta curiosa barrera idiomática si viaja a otro país donde hablen español. Las expresiones y palabras del habla cotidiana pueden ser completamente diferentes, y eso no es lo peor. El acento y las inflexiones que se hacen al hablar también cambian con el tiempo, lo que hace que un traductor electrónico sea completamente inútil. En Reino unido hay una característica del inglés que hablan los más jóvenes llamada Uptalk o High Rise Terminal. Los que la practican terminan muchas frases con una entonación similar a la de una pregunta, solo que no es una pregunta. Se usa como una forma de generar familiaridad y de expresar cortesía, pero lo cierto es que suena realmente extraño. Se ha detectado en los últimos 40 años y nadie sabe de dónde ha salido.
Ahora volvamos al ejemplo de una nave espacial, donde varias generaciones de una tripulación viven aisladas durante cientos de años. La idea es que durante ese tiempo se comuniquen con la Tierra de algún modo, pero la realidad es que las comunicaciones probablemente sean escasas y se hagan cada vez más esporádicas a medida que la nave interestelar se aleja. McKenzie y Punske creen que para cuando la nave llegue a su destino, habrá desarrollado un idioma completamente diferente al que se hable en la Tierra, en la que por cierto el idioma también habrá evolucionado por su cuenta.
Los autores del estudio estiman que los traductores basados en IA podrían ayudar, pero no serían tan efectivos como un traductor humano. Por esa razón recomiendan no solo tener a lingüistas entre la tripulación de esos viajes interestelares, sino que el estudio de la lengua y los idiomas sean asignaturas cruciales en la educación de las generaciones que vivan en esas futuras naves. Sabemos ya que el número mínimo de colonos para que un viaja interestelar tenga éxito debe ser de al menos 500, así que hay hueco para algún que otro lingüista.