Su estudio, actualmente sometido a una fase abierta de revisión por pares, se enfoca en la corteza visual del cerebro humano y de 25 especies de primates. Esta región se encuentra en el lóbulo occipital (parte posterior de ambos hemisferios) y la investigación ha determinado que puede responder a otros efectos en ausencia de estímulos visuales. Así, en las personas ciegas, parte del procesamiento táctil puede moverse hasta allí, una capacidad de reconversión que se denomina neuroplasticidad.
Los científicos sostienen que esta plasticidad del cerebro es una gran ventaja, puesto que en caso de lesiones u otros problemas, aunque no sea capaz de regenerarse en su integridad, el órgano puede crear nuevos enlaces y vías. Las tareas que cumplía el área perdida pueden ser asumidas por otras regiones cerebrales y las partes no utilizadas pueden desempeñar un nuevo papel.
Sin embargo, en relación con la corteza visual, la neuroplasticidad también puede ser peligrosa, sostienen Eagleman y Vaughn, porque nuestra visión, a diferencia de nuestros otros sentidos, no está activa continuamente. Cuando dormimos, dejamos de recibir estímulos visuales y la correspondiente región de la corteza podría ocuparse de otras cosas. Así, otros sentidos podrían comenzar a controlarla durante esas horas y el peligro sería que no se la devolvieran a la visión en el momento de despertar.
El equipo hipotetiza que los sueños buscan evitar precisamente este peligro, preservando la integridad del tramo de la corteza necesario para la visión. Según la revista Discover, las pruebas que citan los autores son indirectas, pero la hipótesis “podría probarse más a fondo con medidas directas de plasticidad cortical”, esto es, registrando los cambios entre las distintas fases de funcionamiento cerebral.
https://www.discovermagazine.com/mind/a-new-theory-of-dreaming