Licantropía: la hipótesis del ergotismo

Dentro de la miríada de supersticiones propias de la Edad Media, la de los hombres lobo es una de las que más impacto tuvo en el inconsciente colectivo. Hubo personas que creían a pies juntillas que era posible convertirse en un fiero animal durante la caída de la noche. Aquí se daban la mano elementos como el miedo, el desconocimiento, la religión y la política, pero también la medicina y la química, últimas piezas del puzzle en las que podrían esconderse las claves últimas de dicha creencia.

Dentro de esta desconcertante realidad, se desarrolló todo un cuerpo teórico que incluye manuales de detección de lobishome, cazadores especializados, interrogatorios o torturas destinadas a conseguir confesiones e incluso ejecuciones meticulosamente planeadas para evitar una posible vuelta del ajusticiado al mundo de los vivos. Hay ejemplos que han trascendido el tiempo y han llegado hasta nosotros prácticamente intactos. Uno de ellos es el de Peter Stumpp, donde se conjugaron algunos de los variados elementos que aparecen en el párrafo anterior. Su caso quedó plasmado en tiempos modernos gracias a William Peter Blatty, que plasmó la esencia del caso en El exorcista: «Bueno, ahí está William Stumpf, por ejemplo… un alemán del siglo XVI que pensaba que era un hombre lobo».

Siglo XVI. Epprath, localidad cercana a Bedburg, en el electorado de Colonia, en Renania. Allí vino al mundo un hombre llamado Abil Griswold, o Abal Griswold, quizá Abal Griswold o simplemente Griswold. Stumpp era un apodo, adquirido tras perder la mano izquierda, donde lucía un muñón (stumpf en alemán). Se dice que era un rico granjero, aunque se desconoce mucho sobre su estilo de vida.

No hay registro de su nacimiento ya que fue destruido durante la Guerra de los Treinta Años (1618-1648). Su historia fue recogida gracias a un pequeño folleto de dieciséis páginas que vio la luz en Londres en 1590 y que en 1920 recuperó el ocultista Augustus Montague Summers. Era una guía para detectar y ejecutar a hombres lobo que incluía datos sobre el proceso y la ejecución de Stumpp. El folleto, incluido cada pequeño detalle escabroso, es absolutamente real. Y se sabe gracias a los diarios de Hermann von Weinsberg (1518-1597), concejal de Colonia, que recogió el caso y todo lo que dio de sí, hasta el final.

En esencia, se conoce que el supuesto licántropo fue detenido en 1589, acusado de ser in animal insaciable, bebedor empedernido de sangre humana. «Había comido hasta hartarse de la carne de cabras, corderos y ovejas, así como de hombres, mujeres y niños durante más de veinticinco años».

No quedó ahí la cosa, pues Peter también confesó –bajo tortura, se entiende– que había asesinado y devorado a “catorce niños y dos mujeres embarazadas“. Además cometía actos aun más ruines, como tener relaciones con un “súcubo enviada a él por el diablo” o acabar con la vida de fetos que crecían en úteros maternos. Son verdaderas barbaridades, pero hay que conectarlas con un contexto, en este caso de lucha política y espiritual.

El final del siglo XVI estuvo marcado por disputas de este tipo en Alemania. El protestantismo acababa de hacer acto de presencia en Colonia de manos del ex-arzobispo Gebhard Truchsess von Waldburg, siendo al parecer el acusado Strumpp uno de los nuevos y primeros seguidores del mismo. Las luchas espirituales ligadas a este fenómeno causaron una epidemia de peste que asoló el lugar durante varios años, hasta que en 1587 los protestantes fueron derrotados. Hubo un escenario donde se fraguó el nuevo auge del catolicismo, y ese no fue otro que el castillo de Bedburg, convertido en cuartel general de los mercenarios católicos dirigidos por el nuevo señor de Bedburg-Werner, el conde de Salm-Reifferscheidt-Dyck.

Había que dar un escarmiento a los protestantes, y parecer ser que es en ese momento cuando surge el nombre de Peter Stumpp. ¿Cómo convencer a un grupo grande de personas de que era mejor seguir las órdenes de los vencedores? Usando el miedo como arma. Si verdaderamente Peter fue un asesino, eso no está a nuestro alcance. Lo que sí lo está es que era protestante, que luchó contra los católicos en Colonia y que su bando perdió la contienda. A partir de ahí todo son suposiciones, pero la hipótesis del escarmiento público tiene bastantes posibilidades de ajustarse a la realidad.

De hecho, el folleto de dieciséis páginas del que se habla al principio del artículo mostraba algo curioso, y no es otra cosa que la presencia de “miembros de la aristocracia… incluido el nuevo Arzobispo y Elector de Colonia en la ejecución”. Este hecho, por sí solo, ya debería levantar suspicacias, pero no se ahondará más al respecto. La acusación decía que nuestro protagonista era poco menos que un monstruo, que verdaderamente pensaba que era un hombre lobo, que se transformaba y que era capaz de cometer actos terribles.

Los interrogatorios a Stumpp dieron como resultado la confesión del método de transformación en hombre lobo. Todo era cosa del Diablo. Según dijo el torturado, comenzó a practicar magia negra a los doce años, ejercicio que le valió el favor de Satán, que le dio una especie de cinturón mágico muy particular, que convertía a Peter en “algo semejante a un lobo ávido y devorador, fuerte y poderoso, con sorprendentes ojos de gran tamaño que en la noche centelleaban como el fuego, una boca grande y amplia, con los dientes más crueles y afilados, un cuerpo enorme y poderosas garras“. No se encontró ni una sola prueba en su granja.

El 31 de octubre de 1589, Stumpp fue atado a una rueda de madera, para que posteriormente se le arrancara la piel del cuerpo en diez lugares distintos con unas tenazas al rojo vivo, perdiendo posteriormente las de brazos y piernas. Le rompieron los huesos con la parte roma de un hacha para “impedir que regresara de la tumba” y finalmente fue decapitado y quemado en una pira. El evento acabó con la colocación de la rueda de tortura en lo alto de un poste, rematado por la cabeza del supuesto hombre lobo. Así quedó expuesto en el lugar de la ejecución durante un tiempo, como testimonio de la suerte que correrían otros hombres lobo… u otros disidentes políticos. Su mujer como su amante no corrieron mejor suerte. Fueron igualmente desolladas y estranguladas, para finalmente ser quemadas.

Un final cruel para un caso muy extraño, que sin embargo no supone un evento único. Hubo muchos casos de juicios por licantropía, como los hubo por brujería o todo tipo de actos relacionados con el Diablo y sus sirvientes. El miedo del medioevo es todo un campo de estudio, fascinante y digno de ser conocido.

Causas mundanas

La causa contra Peter Strumpp ejemplifica el impacto de las cuestiones religiosas y políticas en el pensamiento supersticioso de la época. Sin embargo, hay muchas otras cuestiones que aun no han sido abordadas. Aunque no debemos dejarnos engañar: el mito del hombre lobo ha estado presente en la cultura occidental desde la época helénica, al menos. Ahí está Licaón, el rey de Arcadia. Cuenta Ovidio que el rey sirvió carne humana a Zeus en un banquete para luego intentar acabar con su vida. Como castigo ante tal atrevimiento, Zeus convirtió a Licaón en lobo. Desde entonces, y hasta la actualidad, el perfil del transformado suele coincidir. A grandes rasgos, se transforman con la llegada de la noche. Presentan abundante pelaje en la cara y en el cuerpo, con una boca roja en las que los caninos son prominentes. Ojos inyectados en sangre, piel seca y amarillenta, excoriaciones y cicatrices abundantes, e incluso presentan úlceras y en casos extremos alguna amputación, que los demás juzgaban como producto de sus actividades.

Los investigadores que a lo largo de los siglos se han acercado a esta leyenda han apuntado a diversas causas que fueron la fuente original del mito. En la vertiente meramente patológica, la enfermedad favorita es la porfiria. Se trata, si alguien aun desconoce el término, de un trastorno de las enzimas necesarias para la degradación de la hemoglobina de los glóbulos rojos. Al ser insuficientes, se acumulan unos productos tóxicos conocidos como porfirinas, que en la piel provocan fotosensibilidad grave. La aparición de enrojecimiento o ampollas, seguidas de heridas más graves o desprendimientos de cierta zonas de orejas, nariz o dedos, provocaban que alguien fuera etiquetado como licántropo. Y si además hacía acto de presencia la hipertricosis (aumento del vello y alteración de la pigmentación), el cóctel estaba completo. Otros problemas derivados son las disfunciones hepáticas o los trastornos nerviosos, que unidos al uso e alcohol y drogas pueden derivar en una violencia mal entendida como monstruosidad.

Pero hay muchas más piezas que se deben poner en contexto para tener una idea aproximada de por qué existía la creencia en la posibilidad de convertirse en un lobo hambriento. Y entre esas piezas están los alimentos, productos básicos para la supervivencia y que forman parte del folclore de prácticamente todos los pueblos y todas las épocas, incluyendo la actual. Entre los estudiosos, seguidores, creyentes y curiosos de la ufología no ha pasado por alto el hecho de que algunos abducidos aseguren haber ingerido sustancias extrañas, bebedizos y pastas.

La literatura al respecto es variada, incluyendo el famoso caso Simonton, acaecido el 18 de abril de 1961, cuando Joe recibió cuatro “tortitas” de manos de unos curiosos personajes de supuesto origen extraterrestre. Esas cuatro piezas fueron repartidas entre el juez local de Eagle River (Wisconsin), la National Investigation Committee on Aerial Phenomena y el célebre investigador J. Allen Hynek, que trabajaba para el Proyecto Libro Azul de la Fuerza Aérea estadounidense.

Polémicas aparte, la mitología alienígena del siglo XX es en parte herencia de las anteriores, lo que incluye la aparición de regalos que deben ingerirse. El maná del que se alimentaron los hebreos en su periplo hacia la Tierra Prometida; las delicias que las hadas británicas ofrecían a quienes se encontraban con ellas. Los banquetes de la gente pequeña… Todas estas cuestiones y más tiene relación con este tema. Y el menú es de lo más variado: frutas, leche, carne, zumos o cereales, entre otros. Ni siquiera uno de los puntos más desconcertantes de la cristiandad, como son las apariciones marianas o los trances místicos, ha dejado de lado esta faceta. Por ejemplo, uno de los episodios vividos por Bernardo de Claraval, que recibió en su boca la leche de los pechos de la Virgen María, como recompensa a su fe y a su búsqueda de la sabiduría.

Ergotismo. ¿Clave de la licantropía?

¿Pero qué tiene que ver todo esto con los hombres lobo? Si las sospechas de algunos investigadores son ciertas, un cereal habría jugado un papel fundamental en la génesis de estas bestias a caballo entre la Criptozoología y la leyenda. Más concretamente, el pan. Las tortas de pan fueron el alimento básico de millones de personas pobres durante varios siglos. Para su desarrollo, se usaba las semillas del centeno, que a priori no causan ningún efecto alucinógeno, y sin embargo podría ser detonantes de fuertes crisis alucinatorias, debido a un hongo parásito.

En la temporada de crecimiento y recogida, la humedad podía adulterar el resultado inicial, añadiendo a este temido hongo, el cornezuelo del centeno (Claviceps purpurea). Dicho parásito invade los tejidos del ovario de la planta en forma de esclerocios púrpuras que sobresalen de la vaina del grano. Si no se detectaba, era imposible evitar que miles de personas consumieran pan infectado sin ningún control. Los numerosos alcaloides presentes en esos panes infectados, unidos a una sustancia parecida al LSD, provocaron muertes masivas por una enfermedad conocida como ergotismo.

El ergotismo, denominado en el uso coloquial como “fiebre de San Antonio“, “fuego de San Antonio” o “fuego del Infierno“, es una antigua dolencia que hizo su aparición tan pronto como las antiguas sociedades de cazadores-recolectores hicieron uso extendido del centeno. Sus efectos son devastadores. En las embarazadas provoca abortos, puede provocar espasmos y dolores estomacales tan fuertes que pueden derivar en muerte súbita. Contracciones arteriales, gangrenas en las extremidades, necrosis de tejidos y convulsiones son igualmente comunes en los cuadros de ergotismo. Las alucinaciones están presentes en el proceso infeccioso.

Si en plena Edad Media alguien quedaba envenenado por cornezuelo de centeno y contraía ergotismo era considerado como un embrujado. Si la enfermedad avanzaba mostrando los síntomas descritos anteriormente, algunos enfermos eran igualmente etiquetados como hombres lobo. Los monjes de San Antonio ejercían la labor de liberadores del mal, de ahí que la dolencia tuviera las denominaciones afines a su orden. En Francia hubo verdaderas crisis de histeria colectiva, cuando pueblos enteros se vieron afectados por el mal del pan. Por haber, hay incluso episodios muy recientes, como el ocurrido en Pont Saint-Esprit, en 1951.

El miedo supersticioso, los clérigos que usaban la fe para luchar contra el Mal, la escurridiza presencia del Diablo y sus subalternos por todas partes, tratamientos insólitos (la única cura prescrita por los monjes de San Antonio era peregrinar a Santiago de Compostela). Todo para evitar el “fuego sagrado” que hacía perder miembros, provocaba muertes y, en determinados casos, convertía a personas en lobos. Las leyendas se suelen sustentar en una base real, a veces bastante clara, otras como combinación de muchos factores que tienen que ver con aspectos tangenciales a la sociedad de determinada época. No se ha dicho la última palabra sobre la licantropía, pero estamos un poco más cerca de entender su peso en la literatura o el cine.

Acerca de Félix Ruiz

Trabajador Social de formación y apasionado de las temáticas relacionadas con el misterio desde siempre. Redactor de noticias, escritor novel, lector compulsivo y buscador incansable de preguntas que compartir con todo aquel que sea curioso y quiera saber más.

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