La muerte en Egipto: Una esperanza de vida ultraterrena

Según la historia oficial, el fin de la Prehistoria debe datarse en torno al 4.000 a. C. Egipto, como una de las cunas de nuestra civilización, sufrió una clara evolución en su sistema de creencias en cuanto al destino de ultratumba se refiere. En estos tiempos finales de la etapa anterior a la historia conocida encontramos en las tumbas egipcias un tipo de cerámica que no aparecía en momentos anteriores. El egiptólogo británico Flinders Petrie bautizó a esa nueva cerámica como D-ware – término traducido como cerámica decorada – porque presentaba una gran cantidad de decoración con motivos animales, humanos y de otros tipos.

Los vasos presentan forma globular, y en ellos se suele ver a personas en actitud de oración. Los dibujos de embarcaciones son muy típicos, así como las formas triangulares y las líneas zigzagueantes, que fueron posteriormente descifradas como representaciones de montañas y agua. Estas embarcaciones recuerdan mucho a la posterior creencia del viaje al Más Allá, en la que el difunto debía navegar hacia Occidente, donde el Sol desaparecía cada día. El último desplazamiento del difunto en pos de una nueva existencia se realiza a través del desierto, siguiendo las aguas del mágico Nilo. Ese viaje hacia el oeste y la puesta de Sol es un ejemplo repetido infinidad de veces en culturas muy diferentes.

Juicio de Osiris, representado en el Papiro de Hunefer (ca. 1275 a. C.). Museo Británico de Londres.

El viaje a través del desierto no era fácil, pues los muertos podían encontrar en su camino peligros que afrontar, ya sea en forma de animales salvajes o inconvenientes climatológicos. Ya que los enterramientos suelen pertenecer a personas de clase alta – pues eran los que podían permitirse poseer una tumba propia – es lógico que éstas fueran enterradas siguiendo rituales que les permitieran disfrutar de protección frente a los peligros venideros.

Ya en época del Reino Antiguo (2686-2134 a. C., aproximadamente) los monarcas elevaron su estatus al de divinidad, garantes de la supervivencia a la muerte de sus súbditos. Por ello, su destino post-mórtem debía ser diferenciado del de los demás mortales. El faraón no encontraba su final tras la muerte, a pesar de la constatación de que debía morir en esta tierra en algún momento. Debido a su calidad de dios, el regente hace partícipe a su pueblo del regalo de la eternidad.

La idea del viaje tras la muerte se mantiene en el Reino Antiguo, pero observamos que éste se realiza de diferente forma según quién sea el fallecido. Las tumbas de los privilegiados, con todos sus elementos presentes – jeroglíficos, sarcófago, tesoros o estelas – pretenden mostrar al resto del pueblo egipcio que era posible mantener su posición social en la otra vida. La tumba pretende celebrar de nuevo el viaje hacia occidente del alma de su ocupante. Gracias al poder acumulado en vida y las ofrendas que porta consigo desde la tumba, el muerto será tratado por el dios Osiris de la misma forma en la que el faraón lo hacía en la tierra.

En otra tradición de esta primera etapa histórica de Egipto, es Anubis quien toma el papel protagonista. Él será quien transporte las almas de los difuntos a través de las arenas del desierto, al ingerir la carne de los difuntos y encerrarlos en su estómago, permitiendo que alcancen la inmortalidad al llegar a ese Occidente al que deben dirigir sus pasos. Al contrario que Osiris, cuya aparición suele coincidir con este periodo de tiempo, el divino chacal Anubis es una divinidad mucho más antigua, siendo muy difícil establecer su aparición en el panteón egipcio. El transporte de alma devorada de los mortales en su oscuro estómago hacia el lugar donde la luz del Sol se esconde supone un tentador motivo para pensar en la posible relación de Anubis con las tradiciones de antiguos pueblos que habitaban, precisamente, en ese oeste lejano.

En cuanto al faraón, cuyos ritos funerarios eran muy exclusivos y desconocidos para la gran masa de su pueblo, debemos aclarar que su paso a la otra vida era muy diferente a la de todos los demás. Los conocidos como Textos de las Pirámides reunían las oraciones con las que se acompañaba al cuerpo inerte del faraón hasta su sepulcro, siendo estos textos la fuente más consultada para conocer el proceso ideado por la religión egipcia para el paso de su gobernante al otro mundo. Aquí es donde se supone que entra en juego la teoría ortodoxa que nos enseña que las pirámides tenían un papel fúnebre, cuestión discutida por cada vez más estudiosos.

El faraón era la encarnación de Horus en el mundo, hijo del poderoso Osiris, y por ello era visto como un verdadero dios, acorde al poder que concentra en la tierra. Su último viaje le uniría con el Atum, el principio de la creación. Su viaje era parecido al que se narraba en la cerámica D-ware, con la diferencia de que las aguas que debía seguir ya no son las del Nilo terrenal, sino la de su gemelo celestial, la Vía Láctea, el Nilo cósmico.

El Reino Medio y el Duat

El periodo comprendido entre los dos reinos y las causas de la crisis que acabó con el Reino Antiguo son focos de debates en la actualidad y poco tienen que ver con nuestra búsqueda, por lo que me saltaré los detalles que se conocen. Donde sí debe ponerse el foco es en el hecho de que ya no se volverán a usar los Textos de las Pirámides con los monarcas, sobre todo debido a que en la ideología del pueblo egipcio comenzaron a presentarse elementos relacionados con ritos milenarios basados en las estaciones y el calendario, que supuso un cambio de tendencia en el relato de la trascendencia de las almas.

El dios chacal Anubis, que transportaba las almas de los difuntos.

El fracaso de la figura del faraón, posibilidad ya contemplada por su pueblo durante el fin del Reino Antiguo, propició un cambio que fue más allá de la estructura social, que por otra parte se recompuso y quedó establecida de forma muy parecida a la previamente existente. Los nuevos monarcas, procedentes de Tebas, representaban el renacimiento del pueblo y el valor del mérito que les ha permitido alcanzar la cumbre del poder.

El nuevo elemento clave en la mentalidad egipcia se relaciona con la renovación, cuya representación material más palpable es el barro fertilizador que el Nilo regala tras su crecida. El barro permite el crecimiento de cosecha y, con ello, de la vida. En este momento se vinculó a Osiris con ese ciclo circular de la vegetación, lo que añade más valor a su naturaleza de dios de los difuntos. Es en este contexto donde aparecen los Textos de los Sarcófagos – organizados en capítulos, al contrario de lo que ocurría con los Textos de las Pirámides – que podemos encontrar precisamente dentro de los habitáculos rectangulares donde descansaban los restos mortales de sus dueños. En ellos, Osiris ya no habita en un lugar lejano en el oeste, sino en el subsuelo, en el Duat.

La idea del Duat se acerca mucho a la de la recuperación de la naturaleza tras el caos y la muerte y a la esperanza de una vida que vuelve a brotar de forma cíclica con la llegada de un nuevo día. El mundo inferior está lleno de peligros, por lo que las almas que van a pasear por ella necesitan contar con oraciones que le permitan avanzar en ese viaje. El Libro de los Dos Caminos nos describe el Duat como un laberinto del que el alma debe escapar para encontrar un buen fin a su peregrinación. Aquí, a diferencia de lo que ocurría en el Reino Antiguo, era posible fracasar en ese viaje, encontrando la condenación. Se debían superar una serie de pruebas que llevaran al éxito, que demostraran la valía del alma que se presenta a esta primera representación del Juicio.

El viaje hacia Occidente a través de las aguas o en el estómago de Anubis se ha transformado ahora en un viaje a la oscuridad, donde los peligros se presentan tras cualquier esquina. La gran esquematización de los Textos de los Sarcófagos nos muestran el alto grado de formulación de sus plegarias, que deben ser recitadas al pie de la letra para intentar llegar al final del camino. Los sacerdotes jugaron un papel protagonista en este período, cosa patente si observamos la perfecta organización de las oraciones.

El Libro de los Muertos

El final del Reino Medio llegó de la mano de una crisis paralela a la del Reino Antiguo, a la que siguió una nueva recuperación, un nuevo comienzo. Llegó así el Reino Nuevo – 1.570-1070 a. C. aproximadamente – donde el pueblo egipcio ya había bebido de tradiciones de otras culturas de sus alrededores, como las de Israel y Siria. Los monarcas comienzan a construir sus tumbas en la roca de la montaña y se hacen acompañar de otra serie de textos, que ahora reciben el nombre de Am Duat – “lo que está en el mundo inferior” – y que aparecen por primera vez en la tumba de Tutmosis III, situada en el Valle de los Reyes.

Estos textos son exclusivos para el monarca, y en ellos se conserva la idea del viaje a través de un mundo inferior lleno de peligros. Sin embargo, el protagonista divino de este periodo es Ra, quien viaja en una barca durante la noche, para volver a surgir cada mañana con el brillante Sol. El objetivo del monarca es unirse a Ra en esta resurrección ocurrida con la llegada del día. El alma del faraón debe pasar por la oscuridad para, gracias a sus méritos, conseguir el premio de la unión con el principio de la creación.

En cuanto al resto del pueblo, privilegiados o no, disponían de una compilación de textos a los que se conoció como Libro de los Muertos, que se plasmaban en papiros y que acompañaban a los sepultados. Debido al costo de los materiales necesarios para escribir las oraciones, existen algunos de diferente calidad y extensión, que permitían a los estratos más bajos de la sociedad participar de esta esperanza de ascenso a la vida renovadora.

En estos textos se hallaban las respuestas a una serie de preguntas que las almas debían contestar correctamente para superar el Juicio al que serían sometidos en el mundo subterráneo. Tras proceder a la confesión negativa – donde el alma del difunto niega los cargos que prohibirían su acceso al final del camino – , el juzgado es acompañado por Anubis ante la presencia de Osiris, quien pesará su corazón en una balanza, estando el corazón del difunto en uno de sus platos. En el otro estará la famosa pluma de Maat, la diosa de la verdad. Si corazón y pluma pesan lo mismo, el alma del candidato recibirá el permiso necesario para continuar su viaje. Si no sucede así, el monstruo Ammit – mezcla de cocodrilo, león e hipopótamo – devorará al pobre desgraciado, que vería truncada así su posibilidad de trascendencia.

Fuentes:

  • Blázquez, José María; Martínez–Pinna, Jorge y Montero, Santiago: Historia de las religiones antiguas: Oriente, Grecia y Roma. Ediciones Cátedra, 2014.
  • Hart, George: Mitos egipcios. Akal, 2003.

Acerca de Félix Ruiz

Trabajador Social de formación y apasionado de las temáticas relacionadas con el misterio desde siempre. Redactor de noticias, escritor novel, lector compulsivo y buscador incansable de preguntas que compartir con todo aquel que sea curioso y quiera saber más.

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