La Commedia de Dante: síntesis perfecta del conocimiento sobre el Infierno

Dime, amigo mío, dime, amigo mío.

Dime cómo son los infiernos que has visto.

¡No te lo diré, no te lo diré!

Si te digo cómo son los infiernos que he visto,

Siéntate y llora.

Voy a sentarme y llorar.

Mi cuerpo, aquel que tú tocabas con alegría, está roído por la polilla como un viejo vestido.

Mi cuerpo, aquel que tú tocabas con alegría, […] está lleno de polvo […].

Fue en Oriente Medio donde quedaron registrados los primeros viajes infernales conocidos, siendo el más estudiado el protagonizado por Enkidú, amigo de Gilgamesh. El mito sumerio tuvo una gran difusión en Asia Menor, habiéndose hallado fragmentos del relato en diversos lugares diferentes. La narración acadia está basada en cinco poemas independientes, cuyo epicentro se encuentra precisamente en el dolor que siente el rey de Uruk por la muerte de su amigo, además de en el temor por la propia mortalidad propia del ser humano frente a la inmortalidad de los dioses.

Enkidú pone de manifiesto el pensamiento sobre la trascendencia que se tenía en la época. Los espíritus que sufren desventuras, allí nombrados edimú – posteriormente conocidos como condenados – ya habían sufrido en vida y repiten sus tormentos. Frustrados ante su suerte, atormentan a los otros muertos y también a los vivos. Por otra parte, en aquellas visiones infernales no había demonios, pues no existía la necesidad de inventar suplicios: la vida infernal no era más que la continuación de la propia existencia terrenal. No había motivo moral para la existencia de este sombrío lugar, que por otra parte no tiene partida de nacimiento.

Bien lo señala Georges Minois en Historia de los infiernos: es posible que este lugar sea tan antiguo como el mundo. Al menos, desde el punto de vista del raciocinio humano. La idea de un lugar de tormento implica nociones elaboradas, por lo que es probable que naciera junto a las de la supervivencia del alma o la existencia de un doble espiritual que sobrevive a la muerte física. En cuanto a la diferenciación entre buenos y malos, no hay nada que decir en tiempos pretéritos. El mal moral que llevaría a algunos a la condenación eterna quizá giraría en torno al no respeto de los ritos establecidos o a la realización de determinadas prácticas consideradas impuras. Pero no hay pruebas de que ese pensamiento apareciera muchos miles de años antes de la aparición de la escritura.

Esta visita de Enkidú a los infiernos precedió a las posteriores de Ulises, Virgilio, Eneas, Tungdal u Owein, además de a muchísimas más que no son conocidas. Todas, a su forma, pudieron de manifiesto que el infierno no es un lugar con una naturaleza predeterminada e inmutable, sino que evoluciona según lo hace el pensamiento y la cultura humana. Por tanto, parece ser una creación netamente cultural, que va adecuándose a las diferentes formas que toma la civilización en distintos enclaves. Egipto, el mundo grecorromano, la Europa cristiana o los musulmanes fueron añadiendo o quitando capas a esta creación gigantesca, que fue tornándose cada vez más extraña y elaborada, todo para hacer temer al ser humano por su destino post mórtem. Pues los tormentos fueron creciendo, las visiones eran cada vez más retorcidas y las criaturas que poblaban aquellos terribles páramos se tornaban cada vez más espantosas.

Infiernos teológicos y populares anduvieron de la mano durante cientos de años, quitando el sueño a miles de personas, que cada vez sentían más incertidumbre frente a ese inevitable destino que une a todos en la muerte. Pero luego llegó el punto de unión de todas estas visiones, que canalizó todo el conocimiento anterior y clasificó los tormentos de manera brillante, además de unir de forma coherente el Infierno, el Purgatorio y el Paraíso. Y no fue un libro trágico, sino una Commedia con final feliz, según el esquema clásico. Llegó gracias a Dante, que inmortalizó su obra en el inconsciente colectivo con una síntesis magistral.

Uniendo dos mundos contrapuestos

Mucho se ha escrito en base a la insigne obra de Dante Alighieri y sus motivaciones. Desde el punto de vista meramente literario, sus características esotéricas, sus postulados políticos o sus convicciones morales. Ha servido para que se hayan creado ilustraciones de todo tipo, rubricadas por Dalí, Doré o Botticelli. Todo para dar mayor fuerza a los cien cantos divinos – la aparición de Divina en el título se añadió posteriormente gracias a las lecturas y comentarios que Giovanni Boccacio hizo de la obra por toda Italia, además de por su carácter cristianizante – en terceto más famosos de la historia universal. Pero en estos párrafos se hablará estrictamente de su contribución a la construcción popular de la noción del Infierno.

Y es que, como ya se ha señalado, la obra del florentino sirve de unión entre los diferentes infiernos ideados por anteriores pensadores, escritores, poetas o personas anónimas. Hasta el escrito de inicios del siglo XIV, las pesadillas más allá de la vida terrenal estaban regidas por el caos, con multitud de lugares tenebrosos sin ninguna conexión aparente, donde se producían tormentos sin sentido y con motivos contradictorios. El Purgatorio se mezclaba con el Infierno, y la fauna presente mezclaba criaturas cristianas y musulmanas con otras salidas de los rincones más sádicos de la mente. Pero entonces llegó Dante y le dio una organización a todo. Ordenó y clasificó la vida ultraterrena, con un infierno geométrico, con entrada, vestíbulos, salas y salida. Según el lugar que se debía recorrer, había que ir a pie, sobre un centauro o en barca, por ejemplo. La construcción intelectual del florentino consigue separar de forma definitiva los tres lugares del más allá. Es un logro rotundo, ya que hasta aquel entonces, los no “completamente buenos” pero no “completamente malos” eran también habitantes de los círculos concéntricos imaginados por Dante, pero desde la aparición de la Divina Comedia el Infierno corresponde únicamente a los condenados para toda la eternidad, cosa que queda de manifiesto con la lapidaria sentencia que se encuentra en el umbral del último lugar de residencia de los malvados: «Vosotros, los que entráis aquí, abandonad toda esperanza».

La organización dantesca es de sobra conocida, pero aun así se recordará a los lectores. Una vez se atraviesa el vestíbulo donde están encerrados los cobardes e indecisos, se encuentra el Infierno superior, fuera de los muros de la ciudad de Dios. Allí se juntan cinco círculos repletos de pecadores: paganos e infieles; impúdicos y lujuriosos; sibaritas y glotones; avaros y pródigos y, finalmente, iracundos.

Las marismas del Estinge separan estos lugares de la ciudad de Dios, el Infierno inferior. Allí se hayan otros cuatro círculos: el de los herejes, el de los violentos, el de los fraudulentos (cerca del centro del Infierno) y, por último, el de los traidores. Este último lugar se subdivide, al igual que pasa con algunos anteriores, pero de una forma especial, pues los más impíos son los traidores de sus bienhechores, conocidos como los seguidores de Judas, el pecador más malvado de la Historia, que está junto al mismísimo Lucifer en el centro de la Tierra, siendo despedazado eternamente.

La inspiración de Dante viene directamente de las visiones que se conocían hasta entonces, siendo las de Tungdal o San Patricio las más importantes. Igualmente, pudo conocer muchos puntos de vista sobre el tema a través de La leyenda de oro, de Bruneto Latini. Florentino del siglo XIII, Latini fue consejero o maestro de Dante que elaboró una obra enciclopédica de los conocimientos de su época, que además contenía creencias aceptadas y extendidas, entre ellas las referentes al Infierno. Curiosamente, Dante le coloca entre los sodomitas.

La parte teológica de su obra se debe, sobre todo, a la Summa Teológica de Santo Tomás de Aquino. Los nueve círculos (múltiplo de la Trinidad), junto al vestíbulo, suman 10, el número perfecto. Los cantos que subdividen la obra en tres partes son treinta y tres, la edad aceptada para la muerte de Cristo (aquí se obvia la introducción, el terceto inicial). Las formas concéntricas del Infierno obedecen al mal creciente en el alma. Los castigos son fruto tanto del juicio ultraterreno como de la propia elección humana, la sanción es inherente a la falta cometida. Los condenados se hayan en esa situación debido a la persistencia en sus pecados, por lo que su pena es eterna. Los tormentos son fiel reflejo de los actos malvados de esos pecadores. Todo lleno de alegorías que van creciendo según se desciende en el lugar.

La originalidad de Dante

Hay varias formas de acercarse a la Divina Comedia. Se puede leer de forma literal o de forma alegórica, siendo necesarios una serie de conocimientos para lograr esta segunda perspectiva. Por ejemplo, la hidrografía mostrada por el florentino procede de la mitología griega, el Éstige, el Piriflegetonte y el Aqueronte ya estaban presentes en el pensamiento heleno.

Algo parecido ocurre entre los condenados que son retratados entre los diferentes cantos. Los nombres que muestra como pecadores de tal o cual pecado sirven para retratar los diferentes grados de maldad que entiende como propios del ser humano. Ya sabemos que considera a Judas Iscariote como el pecador por excelencia. Pero en el mismo lugar donde Lucifer le tortura hay otros personajes ilustres, como Bruto y Casio, asesinos de Julio César, quien también se haya en el Infierno, concretamente en el limbo donde moran los paganos que no conocieron a Cristo y que por tanto no pueden gozar de su presencia, aunque tengan la fortuna de no ser torturados de ninguna forma. Celestino V, papa contemporáneo al poeta, aparece igualmente en el vestíbulo con otros cobardes por haber abdicado en el año 1294, sin haber pasado siquiera un año desde que fue alzado al trono de la Iglesia. Precisamente, su sucesor fue Bonifacio VIII, enemigo personal de Dante. Pero no se han de confundir las intenciones del artista, pues pretende retratar pecados, como ya se ha dicho.

Esa clasificación es una mezcla de las ideas aristotélicas, ciceronianas y cristianas. El vestíbulo infernal parece sacado de La Eneida, Virgilio explica a Dante que allí los indecisos no pueden hacer nada, solo dar vueltas en círculo detrás de un estandarte, con avispas y tábanos picándoles constantemente. El limbo refleja perfectamente el pensamiento cristiano de su época. Allí se encuentran quienes no cometieron mal pero no fueron cristianizados. No sufren, pero tampoco son plenamente felices. No pueden serlo porque nunca conocieron a Dios y nunca lo harán. Sólo el bautismo marca la diferencia entre el Paraíso y el resto de moradas posibles, una línea dura establecida ya desde tiempos de los Padres de la Iglesia.

La perfección y originalidad de Dante llega hasta tal punto que en el octavo círculo adopta reglas de circulación para la gran masa de condenados calcadas a las de las establecidas por Roma en 1300 con motivo del año jubilar. Ya lo dijo Minois en su citada obra: «Así como Reims o Amiens son la perfección del gótico clásico, El Infierno de Dante es la catedral del mal, la obra maestra subterránea de estructura inversa, punto de llegada de una larga reflexión sobre la condenación eterna».

Fuentes:

  • Alighieri, Dante. Divina Comedia, Alianza Editorial, 2012.
  • Andrade, Gabriel. Breve historia de Satanás, Nowtilus, 2014.
  • Minois, Geoges. Historia de los infiernos, Paidós Ibérica, 2005.
  • Piñero, Antonio. El Juicio Final, Edaf, 2008.

Acerca de Félix Ruiz

Trabajador Social de formación y apasionado de las temáticas relacionadas con el misterio desde siempre. Redactor de noticias, escritor novel, lector compulsivo y buscador incansable de preguntas que compartir con todo aquel que sea curioso y quiera saber más.

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