El nacimiento compartido de un héroe: ¿Moisés fue un personaje legendario?

Nuestro mundo occidental está cimentado sobre las grandes religiones abrahámicas, a pesar de que muchos se empeñen en dejar la religión a un lado en favor de la tecnología, el Dios del nuevo milenio. Dentro de las grandes religiones, el cristianismo es la que tenemos más fresca en nuestras mentes, a tenor de la formación relacionada a ella que la mayoría de nosotros hemos recibido en el colegio. En su momento aprendimos – de manera resumida y claramente sesgada, eso sí – cómo fueron la Creación, el Diluvio, El Éxodo o la vida de Jesús, siempre según la Biblia. Dentro de este gran superventas a nivel mundial, existen dos grandes protagonistas principales, al menos en lo que a su peso en el relato se refiere. A uno lo he nombrado antes, ya que Jesús acapara los focos en el Nuevo Testamento. Sin embargo, el antiguo tiene otro gran nombre propio, y ese es Moisés. Contar su vida aquí no tendría sentido ahora mismo, ya que a grandes rasgos a todos debería sonarnos. Este bloque no trata de ser una biografía, sino una reinterpretación de la versión bíblica. Los detalles oscuros que rodean a este personaje dan mucho más juego que lo que creemos saber.

Los investigadores que trataban de desentrañar los entresijos del Antiguo Testamento se interesaron por los grandes nombres que de él forman parte. No solo se trataba de dilucidar el contexto, el momento y los autores de los diferentes libros y fuentes que forman parte del compendio sagrado, sino que también se hizo necesario determinar la posible historicidad de los miembros clave de la historia. Con algunos era francamente difícil a priori, sobre todo cuanto más alejados en el tiempo. Sé que el ejemplo puede parecer innecesario, pero no me resisto a decir que es imposible determinar si verdaderamente existió un Abraham o un Noé en concreto, o quizá alguna persona que inspirara las historias que luego fueron transmitidas. Aun así, sí que hay posibilidades reales de que vivieran el algún momento indeterminado del pasado, y esa hipótesis ha sido tratada y sigue siendo una cuestión de estudio.

En la persona que nos ocupa en estos momentos – como en la mayoría de los casos – no hay consenso en cuanto a su verdadera identidad histórica. Incluso hay quienes son reacios a la idea de que hubo un Moisés, cuando no directamente niegan cualquier teoría al respecto. En el ámbito de las creencias, existe una división más o menos clara entre creyentes, evemeristas – historizadores que buscan entre los textos sagrados – y defensores del mito. Pues bien, en cuanto a las personas particulares que conocemos por nombre propio en la Biblia ocurre exactamente lo mismo, y con los relatos en los que se insertan, por lo que nuestro amigo no iba a ser menos.

Comencemos con la genealogía que de él ofrece el Antiguo Testamento, formado por veintiocho nombres o generaciones. Para no usar la fórmula repetitiva de “padre de…” utilizaré guiones entre nombre y nombre, como ya nos mostró Robert Ambelain en Los secretos de Israel en 1996:

Adán – Set – Enós – Cainán – Mahaleel – Jared – Enoc – Matusalén – Lamec – Noé – Sem – Arfacsad – Selaj – Eber – Peleg – Reu – Sarug – Najor – Teraj – Abraham – Isaac – Jacob – Levi – Caat – Amram – Moisés – Gerson – Libni.

Ambelain señala que estas veintiocho generaciones se pueden aplicar al mismo número de días del ciclo lunar, que además servía como cómputo de tiempo y calendario. Además apunta una cuestión muy interesante y que va en consonancia con las hipótesis más convincentes a mi juicio sobre la verdadera naturaleza del relato de Moisés. El autor francés apunta que Adán se inspira en Atum, el dios creador de Egipto, que sin embargo ha sido interpretado siempre como un dios solar. Surgió del océano primigenio, la diosa Nun. La cosmogonía heliopolitana le transforma en la figura central de la que surgen el resto de dioses. Como curiosidad, Atum se creo a sí mismo a partir de esas aguas primeras. ¿Cómo hizo esto? Depende de la fuente consultada, aunque siempre tiene que ver son secreciones de su propio ser, ya sean lágrimas, saliva o semen. El caso es que su conciencia se transformó en un ser aparte, Ra. Gracias a este y su influencia Ra llegaron al mundo los conocidos como enéada heliopolitana: Shu y Tefnut – aire y rocío o humedad respectivamente –, Geb y Nut – tierra y cielo –, Neftis, Set, Isis y Osiris. Aunque tampoco podemos olvidar a Horus el Viejo. Por su parte, la ciudad de Menfis tuvo su propia cosmogonía, que hizo de Atum una emanación salida del corazón de Ptah, el maestro constructor y sanador.

Partiendo de lo que acabamos de resumir, Ambelain se mostró contrario a la historicidad de Moisés, ya que su genealogía parte de un personaje legendario, ya sea en la religión egipcia o en las ramas abrahámicas. Luego se centra en algunas contradicciones que nos ofrecen los libros posteriores al Pentateuco, centrándose en ejemplos que nos muestran lo poco que seguía el pueblo elegido las directrices que supuestamente les legó Moisés. Los Jueces parecen ignorar la Ley – que solo vio la luz cuando se redactó el Deuteronomio para el rey Josías, hacia el año 622 a. C. –, al igual que los reyes anteriores a la reforma religiosa que protagonizó este monarca, que persiguió las formas de culto que entendía contrarias a los designios de Yahvé y que incluían, por ejemplo, sacrificios fuera del recinto del Templo y adoración de ídolos en altares distribuidos por la Tierra Prometida, unos “altos lugares” que fueron destrozados primero por el rey Ezequías, y luego por Josías.. El libro del mismo nombre da la prueba de ello (Jueces 17, 6):

En aquel tiempo, no había rey en Israel. Cada uno hacía lo que le parecía.

Contradicciones aparte, no debemos olvidar lo que sabemos de la tradición histórica del pueblo elegido. Vivieron en Egipto para luego partir hasta la Tierra Prometida. Además sabemos que muchos vivieron en el exilio cuando cayeron Israel primero y Judá después. La convivencia con otros pueblos lleva a asimilar tradiciones, y los judíos no iban a ser menos. Aquellos que recurren al carácter mítico del personaje sobre el que hablamos recurren en bastantes ocasiones a los puntos oscuros que rodean el contexto en el que vino al mundo. Si echamos un vistazo atrás, recordaremos que el faraón decidió acabar con los hijos de los israelitas porque temía que se multiplicaran sin control y pusieran en peligro el status quo que se había impuesto cuando sus antepasados fueron acogidos gracias a las acciones de José. Para ello, recurre a las parteras de las mujeres israelitas, que eran solo dos: Shifra y Fua. La orden era matar a los recién nacidos varones. Las mujeres desobedecieron al faraón, alegando que la costumbre de la población israelita era que el parto se produjera en soledad, llegando ellas tarde para ejercer su labor en la mayoría de casos.

Con este contexto general, recurriré una vez más a las aportaciones de Ambelain. El autor muestra sus suspicacias cuando habla del escaso número de comadronas de las que disponían los hebreos. Únicamente un par de ellas estaban autorizadas y reconocidas como tal. Entonces, ¿eran los israelitas tan numerosos como nos quieren hacer creer? Siendo así, ¿por qué solo dos parteras? ¿De verdad el número de nacimientos hacían temer al faraón? Otro aspecto no aclarado tiene que ver con las excusas que ponen Shifra y Fua para engañar al faraón. Si la costumbre dictaba que las israelitas parieran solas, ¿para qué hacían falta manos que asistieran en los alumbramientos? ¿Tan ingenuo era el faraón como para no darse cuenta del engaño?

Puede que en un primer momento diera la razón a sus subordinadas, pero pronto debió caer en la cuenta de que algo olía mal en todo el asunto. Seguía habiendo nacimientos y los varones seguían llegando al mundo para luego engendrar más hijos. Al no poder recurrir a las partera, el faraón dictó que todo aquel egipcio que viera un recién nacido varón debía arrojarlo a las aguas del Nilo para acabar con su vida. Aquí debemos enmarcar el relato del nacimiento de Moisés y los tres meses que Jochebed – su madre biológica – lo ocultó. Viendo que la situación iba a llegar al límite, mete a su hijo en una cesta untada de alquitrán y pez. Esta fórmula, como apunta Ambelain, es la misma que encontramos en el Génesis 6, 14. En ese momento es cuando Dios ordena a Noé construir el Arca:

Hazte un arca de madera de ciprés; harás el arca con compartimientos, y la calafatearás por dentro y por fuera con brea.

Luego, tras ser rescatado por las acompañantes de la hija del faraón, se le dará al bebé el nombre de Moisés, “salvado de las aguas”. Rescatado de la muerte, como lo fue Noé cuando Dios le eligió para que salvara a una representación de todas las especies conocidas y a su propia familia. Dios tenía una misión para Noé, como también parece que tenía una en mente para aquel niño que fue arrojado al Nilo, que no era otra que liberar a su pueblo elegido del yugo egipcio y guiarlo hasta la Tierra Prometida.

Ahora adelantémonos un poco en el tiempo, justo hasta los instantes en que el pueblo partía de Egipto tras las plagas. Haciendo caso al libro de Números, los guerreros que acompañaban que formaban parte de la comitiva superaban el medio millón, siendo 603.550 la cifra exacta. Se supone que estos hombres debían estar en edad de luchar, en condiciones físicas óptima para recibir este calificativo. ¿No quedamos en que los egipcios arrojaron a estos pequeños al nacer? Metiendo más aun el dedo en la llaga, se supone que esta matanza debió durar bastantes años, desde que se dio la orden del faraón hasta que permitió la salida de los israelitas. No se nos indica en ninguna parte cuanto tiempo permaneció vigente el mandato, pero debió ser bastante si se pretendía mermar el número de esclavos, algo que tampoco está del todo claro, como acabamos de señalar con el número de parteras. La matanza se contradice con el número de guerreros que partió hacia el desierto. Algo no encaja. O la matanza no fue tan masiva – o directamente no se produjo – o Números miente al exagerar enormemente el número de varones en edad adulta que acompañaba a Moisés.

Otro problema que se nos plantea, al margen de este paralelismo con Noé, es que luego se nos cuenta que quizá Dios no tenía tan claro que Moisés fuera el adecuado para su misión. O puede que quisiera ponerlo a prueba. Ya saben aquello de que los designios de Dios son inescrutables. El caso es que Dios quiso matarle. Sí, como lo leen, acabar con su vida. ¿Por qué? Veamos. Nos situamos en los momentos previos a la vuelta de Moisés a Egipto. Ya por aquel entonces había tenido lugar el encuentro entre el pastor y la zarza y había recibido las instrucciones que relatamos en el capítulo anterior. Moisés cumplió con lo establecido y preparó el viaje junto a su esposa Séfora y su hijo Gerson, partiendo rápidamente. Pero algo se torció durante el camino. Veamos que ocurrió, según lo narró Éxodo 4, 24-26:

Durante el viaje, en un lugar donde Moisés pasó la noche, el Eterno le atacó y quiso hacerle morir. Séfora tomó una piedra afilada, cortó el prepucio de su hijo y lo arrojó a los pies de Moisés diciendo: “Eres para mí un esposo de sangre”. Y el eterno lo dejó.

Moisés con las Tablas de la Ley. Grabado de Doré, siglo XIX.

¿Por qué quería Dios matar a Moisés? Pues por cometer su primera infidelidad. No circuncidó a Gerson, como establecía la Alianza abrahámica. Es decir, Moisés faltó a las leyes de su superior. Debemos suponer que él sí lo estaba, pues esta era una costumbre extendida entre los egipcios, al igual que ocurría con los israelitas, aunque se produjera por motivos diferentes. Tuvo que llegar Séfora, que en un acto de desesperación, realizó el ritual de manera brusca sin hacer caso de las debidas prescripciones. Eso bastó para que Dios parara. Es curioso que el ser omnipotente mirara hacia otro lado y perdonara a su elegido cuando momentos antes estaba furioso por su olvido.

La tradición sigue dictando que Moisés fue el autor del Pentateuco, a pesar de que la crítica histórica ha demostrado con bastante acierto que esto no es cierto. Dentro de estos cinco primeros libros se hallan las leyes que dieron forma a la ley mosáica, lo que hace de nuestro protagonista un legislador sagrado, que entrega a la humanidad a través de su mano lo que la divinidad le ha dictado desde las alturas. Este fenómeno, como tantos otros que se dan dentro de la religión, no es exclusivo de los monoteísmos. En diversas culturas ancestrales existe ese rol asignado a otros personajes de renombre. Asimismo se dan casos de orígenes ciertamente similares, que comparten pasajes y acontecimientos bastante significativos.

Por ejemplo, en la tradición hindú podemos encontrar a Manú, emparentado de la misma forma con el mito del Diluvio sobre el que hemos escrito algo más arriba. La tradición hindú se halla recogida en el Satapatha Brahmana védico, con relatos posteriores contenidos en los Puranas, incluyendo el Bhagavata Purana y el Matsya Purana, así como en el Mahabharata, famoso en la actualidad por la cuestión denominada de los “alienígenas ancestrales”, que nada tiene que ver con la visión que queremos dar en este trabajo. Lo importante es que estos relatos están protagonizados por Manú Vaivasvata, uno de los catorce Manú que aparecen cada 4.320 millones de años – en una especie de ciclo que empieza y acaba con una nueva emanación de él –,quien por orden del dios Vishnú construyó un gran barco en el que almacenó seres vivos y semillas con las que repobló el mundo tras la finalización del Diluvio.

En cuanto al destino de Moisés, que es arrojado al Nilo en una cesta, también podemos encontrar ejemplos muy similares si sabemos buscar. Es el caso de Krishna, una de las múltiples encarnaciones de Vishnú. Escapó de la muerte cuando fue arrojado a las aguas de un río en una cesta de cañas, solo para ser recogido por otra mujer. Algo así encontramos al rastrear la leyenda de la fundación de Roma, con los insignes Rómulo y Remo como artífices.

Se nos cuenta que su padre era nada más y nada menos que Marte, el gran dios de la guerra. Éste se encaprichó de Rea Silvia, hija virgen de Numitor, rey de Alba Longa. Amulio, hermano celoso de Numitor, logró usurpar el trono y asesinar a sus sobrinos, quedándose con Rea Silvia como garantía. Los dioses tiene tendencia a ser enamoradizos – por no decir libidinosos, que es más correcto –, por lo que Marte solo es un caso más. Pero de su aventura con la virgen humana llegarían al mundo los gemelos Rómulo y Remo. Es lógico que Amulio temiera por su puesto, así que ordenó asesinar a los bebés, dejando el encargo en manos de un hombre, que sin embargo fue incapaz de cumplir con su cometido. En vez de eso, puso a ambos hermanos en una cesta y los arrojó al Tíber, donde fueron arrastrados hasta las colinas de Roma. Allí fueron rescatados por la loba Luperca, que los cuidó y los alimentó. Luego el pastor Faústulo se los llevó consigo hasta su edad adulta.

Otra historia que tiene parecido con la del Moisés bíblico es la de Sargón I de Acadia, legendario fundador del imperio hace más de 4.000 años. Existen varias versiones de su mítica vida, por lo cual no es nada sencillo determinar si hay algún grado de historicidad en ellas. Nosotros vamos a quedarnos con una de ellas, narrada en un texto asirio del siglo VII a. C. De boca del propio Sargón salen las siguientes palabras en referencia a su nacimiento e infancia:

Mi madre fue una gran sacerdotisa, a mi padre no lo conocí. Los hermanos de mi padre amaban las colinas. Mi ciudad es Azupiranu, que está situada a orillas del Eúfrates. Mi madre me concibió, en secreto, ella me llevaba. Ella me dejó en una cesta de junco, sellada con betún. Me llevó al río que pasó sobre mí. El río me llevó a Akki, el cajón de agua. Akki, el cajón de agua, me tomó como su hijo […] Akki, el cajón de agua, me designó como su jardinero. Aunque yo era su jardinero, Ishtar me concedió su amor…

Existen otros argumentos que los defensores del mito esgrimen en contra de la historicidad de Moisés. Sin embargo, mi convicción personal, cimentada en mi propia experiencia e investigación, es que estamos a medio camino entre alguien real y alguien legendario. Como en tantas otras ocasiones, se tomó como modelo a alguien real, que vivió en una época y lugar determinado, y sobre su existencia se tergiversó tanto que se construyó todo un relato mítico a su alrededor. Sobre su verdadera cuna, parentesco y posición se ha escrito mucho y especulado aun más, y no es este el momento oportuno de desglosar todas sus posibles identidades históricas, aunque es bastante apetecible señalar a Egipto, concretamente a la polémica dinastía XVIII, cuyo final sigue envuelto en un halo de misterio que puede que nunca se aclare…

Fuentes:

  • Acharya S. La Conspiración de Cristo, Valdemar, 2012.
  • Ambelain, Robert. Los secretos de Israel, Martínez Roca, 1996.
  • Osman, Ahmed. Moisés, faraón de Egipto. Planeta, 1992.

Acerca de Félix Ruiz

Trabajador Social de formación y apasionado de las temáticas relacionadas con el misterio desde siempre. Redactor de noticias, escritor novel, lector compulsivo y buscador incansable de preguntas que compartir con todo aquel que sea curioso y quiera saber más.

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