Aunque muy poca gente es consciente de ello, toda la biomasa visible convive de forma permanente con otras formas de vida que no son perceptibles a simple vista. Tienen una influencia capital, participan en incontables aspectos de la convivencia entre especies y sus procesos vitales y pueden llegar incluso a controlar a sus huéspedes de mayor tamaño. Bacterias y parásitos que se transforman en potencialmente peligrosos para sus anfitriones.
Hace un par de años se realizó el primer censo global de la huella de la vida en la Tierra. El doctor Ron Milo, biólogo del Instituto de Ciencia de Israel, publicó junto a su equipo las conclusiones de su trabajo, titulado “La distribución de la biomasa en la Tierra”, en Proceedings of the National Academy of Sciences, y estos son muy interesantes. Un resumen muy rápido sería que la especie humana no tiene apenas peso en la biomasa. Aunque la cifra de especímenes humanos no ha hecho más que crecer y multiplicarse en el último siglo y medio, esa biomasa que suma en su totalidad no alcanza ni la milésima parte de la vida en la Tierra.
Pese a ese ‘boom’ de la población mundial – que llegará previsiblemente a los 8.000 millones en el 2024 –, la biomasa total de los humanos, estimada en 0,06 gigatoneladas de carbono, es 200 veces menor que la de los hongos, 1.200 veces menor que la de las bacterias y 7.500 veces inferior a la totalidad de las plantas. Incluso los virus son más pesados que la humanidad en el conjunto de la vida, pues su peso es tres veces mayor que el de ésta.
A pesar de que el estudio estaba enfocado en hacer ver que una especie tan insignificante en cuanto a “peso vital” puede ser más perjudicial para el planeta que el resto de las especies juntas, también muestra que las personas están mucho más expuestas a otros seres vivos de lo que piensan. Hay incontables seres con capacidad para influir en las personas, y en la naturaleza no faltan ejemplos de ello. De hecho, la Organización Mundial de la Salud no para de advertir sobre el peligro que ciertas bacterias suponen para la salud, sobre todo por su reciente resistencia a los tratamientos tradicionales. En ese grupo figuran la temida Salmonella, la Helicobacter pylori o la Streptococcus pneumoniae, solo por citar tres de las más conocidas. Enfermedades cono las neumonías o ciertos tipos de males de transmisión sexual como la gonorrea cada vez son más difíciles de superar, debido al mal uso de los antibióticos, por ejemplo, aunque haya más razones.
Pero, ¿y si se trata de bacterias y otros seres parasitarios capaces de influir en nuestro comportamiento? Aunque suene extraño, es posible que seres tan diminutos sean capaces de intervenir en las acciones de su huésped.
Controlando la mente desde la propia naturaleza
Cuanto se oye hablar de control mental, lo primero que a muchos les viene a la cabeza es el que se pretende ejercer desde ciertos grupos de poder o de agencias secretas en la población, a fin de conseguir ciertos objetivos beneficiosos para ellos. La conspiración aquí no lo es tal, pues lo que determinadas instituciones están tratando de conseguir desde hace unas décadas, las bacterias o los virus llevan haciéndolo millones de años.
En 2018, un artículo publicado en Frontiers in Psychology puso de manifiesto algunos ejemplos estremecedores. El trabajo fue llevado a cabo por un grupo de investigadores de la Universidad Ben-Gurion del Negev, en Israel, y en él se hablaba de seres que pueden, literalmente, conducir a la muerte de su huésped. Uno de los casos paradigmáticos es el del Dicrocoelium dendriticum, que se aloja en los hígados de ciertos animales, como las ovejas. Sus huevos son expulsados a través de las heces e infectan a los caracoles, su “vehículo” favorito. Las mucosidades de estos últimos atraen a las hormigas, que acaban siendo víctimas de contagio. Mientras el resto de parásitos se queda en la sangre de las hormigas, uno sube hasta su cabeza, donde segrega una sustancia capaz de controlar al insecto. En un principio, todo parece ser normal en el comportamiento del infectado, hasta que en determinado momento – cuando cae la noche – abandona el grupo y se sube a la hierba. Posteriormente procede a morder una hoja con fuerza, y espera allí, sin moverse, a que un depredador acabe con su vida. Si, por casualidad, conserva la vida, al día siguiente vuelve a unirse al grupo, esperando a que la noche reaparezca, repitiéndose el ciclo hasta que el espécimen muere. Esa muerte es la que acaba con el ciclo del parásito. La parasitación humana de este ser es anecdótica y extremadamente rara, pues el consumo de hormigas crudas es siempre accidental. La sintomatología asociada a una infección de este tipo en humanos es débil, son trastornos digestivos generales, como hinchazón abdominal y diarrea. Los casos más graves pueden presentar hepatomegalia y cirrosis, como en los demás animales.
Las hormigas tienen cierta tendencia extraña a ser parasitadas. También influyen en ellas las orugas Maculinea rebeli, que se infiltran en las colonias de las hormigas Myrmica schencki haciéndose pasar por la reina, de tal manera que consigue que todas las hormigas le hagan caso. ¿Cómo ocurre esto? Pues imitando la química de la superficie de los insectos y el sonido que emite la reina. Muy útil, desde luego.
En 2015 se dio con un parásito que viven en el globo ocular de los peces, y que es capaz de guiarlos hasta la muerte para poder continuar con su ciclo vital. Su existencia era conocida desde mucho antes, pero no así su capacidad para llevar a uno de sus huéspedes a la muerte para continuar sobreviviendo. Pertenece al género de género de trematodos digenéticos y recibe el nombre de Displostomum pseudospathaceum.
A esta conclusión se llegó gracias a un estudio de 2015 en el que Mikhail Gopko, del Instituto Severtsov de Ecología y Evolución en Moscú, y sus colegas demostraron que los peces infectados con larvas de trematodos inmaduras nadaban menos activamente de lo habitual, haciéndose menos visibles para los depredadores, y eran más difíciles de atrapar que otros especímenes no infectados. El mismo equipo probó que las truchas arcoíris que albergan trematodos oculares maduros, listos para reproducirse dentro de sus aves anfitrionas, nadaban más activamente que los no infectados y permanecían más cerca de la superficie del agua.
Ambos rasgos deberían hacer que los peces sean más visibles para las aves. Cuando los investigadores simularon el ataque de un pájaro haciendo una sombra sobre el tanque, el pez se quedó inmóvil, pero los peces infectados reanudaron la natación antes que los no infectados.
Gopko decía que ambos estudios mostraban que la forma en que los trematodos oculares manipulan el comportamiento de su anfitrión depende de su edad. Los parásitos inmaduros “son demasiado jóvenes e inocentes para infectar a un próximo huésped“, por lo que su objetivo es proteger a los peces en los que viven. Sin embargo, los parásitos maduros están listos para reproducirse y, para hacerlo, deben ingresar en las tripas de los pájaros que devoran a los peces infectados.
A pesar de que su objetivo último es sobrevivir, como ya se ha indicado, en principio ayuda a su huésped a sobrevivir mientras éste es joven. Una vez deja de serle útil – lo que suele ocurrir cuando el espécimen madura –, el parásito mueve todos los hilos posibles con el fin de que un pájaro devore al pez. El parásito logra que los peces infectados se muevan más despacio y más cerca de la superficie, lo que los convierte en presas fáciles de atrapar. ¿Por qué un pájaro? Pues porque es en su tracto digestivo donde se aparea y del que salen sus huevos. Pájaro – peces, y luego de vuelta al pájaro. Un ciclo que cumple a la perfección, aunque para ello deba tomar el control del pez para que encuentre la muerte. En España se ha encontrado Diplostomum en Extremadura, Cataluña y Aragón, ocasionando epizootías en piscifactorías
La mayoría conoce a grandes rasgos como funciona el virus de la rabia. Cuando infecta a un perro, murciélago u otro huésped de sangre caliente, hace que el animal se enfurezca mientras simultáneamente migra del sistema nervioso a la saliva de la criatura, asegurando que cuando el huésped muerda, el virus pase a una nuevo huésped. Pero aparte de la rabia, son raras las historias de parásitos que controlan el comportamiento de los mamíferos de cerebro grande. Las víctimas mucho más comunes del control mental parasitario, al menos las que conocemos, son peces, crustáceos y legiones de insectos.
Igualmente, se puede citar el caso del Polysphincta gutfreundi, una avispa parásita que suele picar a las araña orbe y ponerles un huevo diminuto en el vientre. Una larva parecida a un gusano emerge del huevo y luego libera sustancias químicas que hacen que la araña abandone el tejido de su conocida red en espiral y, en cambio, hile su hilo de seda en un patrón especial que sujetará el capullo en el que madura la larva. La araña “poseída” incluso teje un diseño geométrico específico en la red, camuflando el capullo de los depredadores de la avispa.
Son solo pequeños ejemplos de la capacidad de control de ciertas especies sobre otras. Aunque de momento solo se ha hablado de animales ajenos a la especie humana. ¿Pero es posible que ocurra algo parecido con nuestra especie? ¿Hay seres parasitarios capaces de alterar la mente? La respuesta es un rotundo sí.
Cuando la humanidad se infecta
Uno de los grandes temores de la humanidad en tiempos recientes tiene mucho que ver con los “parásitos zombi”, pequeños seres capaces de alterar la química cerebral para hacer de una persona poco menos que un animal que solo busca satisfacer sus instintos más básicos. En torno a esta idea hay multitud de libros o películas, que solo alimentan un miedo que, a pesar de lo que pueda parecer, no es tan irreal como lo pintan. De hecho, existe un ser que está muy de moda y que no deja de sorprender a los investigadores por su capacidad infecciosa y los extraños efectos que causa en la humanidad. Se trata del Toxoplasma gondii, el parásito por excelencia del mundo gatuno, que sin embargo también es capaz de infectar a humanos.
En un primer momento, el parásito “quiere” que el gato se coma al infectado – normalmente un roedor – para regresar al vientre del felino, donde se reproduce. Si llega hasta un ser humano, los efectos se multiplican de forma desconcertante. No es ninguna broma, pues hay expertos, como el doctor Jaroslav Flegr, que sugieren que el toxoplasma ha infectado a un tercio de la población mundial, y alude a la posibilidad de que sea culpable de la muerte de más personas que, por ejemplo, la malaria. ¿A qué se debe? Pues, precisamente, a su capacidad de control mental.
El razonamiento que expuso Flegr es sorprendentemente poco convencional. A principios de la década de los noventa del pasado siglo comenzó a sospechar que un parásito unicelular de la familia de los protozoos manipulaba sutilmente su personalidad, lo que hacía que se comportara de formas extrañas, a menudo autodestructivas. Y si estaba jugando con su mente, razonó, probablemente estaba haciendo lo mismo con los demás.
Desde la década de 1920, los médicos han reconocido que una mujer que se infecta durante el embarazo por toxoplasma puede transmitir la enfermedad al feto y, en algunos casos, provocar al mismo un daño cerebral grave o la muerte. El Toxoplasma gondii también es una gran amenaza para las personas con inmunidad debilitada: en los primeros días de la epidemia del SIDA, antes de que se desarrollaran buenos fármacos antirretrovirales, era el culpable de la demencia que afligía a muchos pacientes en la etapa terminal de la enfermedad. Sin embargo, los niños y adultos sanos generalmente no experimentan nada peor que breves síntomas parecidos a los de la gripe antes de luchar rápidamente contra el protozoo, que a partir de entonces permanece inactivo dentro de las células cerebrales, o al menos esa es la sabiduría médica estándar.
Según Flegr, el parásito “latente” puede estar modificando silenciosamente las conexiones entre las neuronas, cambiando la respuesta a situaciones aterradoras, la confianza en los demás, lo extrovertido que se puede ser e incluso la preferencia por ciertos aromas. También cree que el organismo contribuye a accidentes automovilísticos, suicidios y trastornos mentales como la esquizofrenia.
Cuando suma todas las diferentes formas en que puede dañarnos, dice Flegr, “el toxoplasma podría incluso matar a tantas personas como la malaria, o al menos a un millón de personas al año“.
Flegr, biólogo evolutivo de la Universidad Charles de Praga, ha seguido esta teoría durante décadas en una relativa oscuridad. Debido a que tiene dificultades con el inglés y no es muy conversador, incluso en su lengua materna, rara vez viaja a conferencias científicas.
“Existe una fuerte resistencia psicológica a la posibilidad de que el comportamiento humano pueda ser influenciado por algún parásito estúpido”, dice. “A nadie le gusta sentirse como un títere. Los revisores [de mis artículos científicos] pueden haberse sentido ofendidos”. Otra razón más obvia para la resistencia es que las nociones de Flegr suenan muchísimo a ciencia marginal, a la altura de los avistamientos de ovnis y las afirmaciones de que los delfines se comunican telepáticamente con los humanos. Curiosas comparaciones.
Al toxoplasma, como al resto de los parásitos, lo mueve un solo propósito: el instinto de supervivencia. El por qué afecta de una manera tan extraña a humanos – mayor apetito sexual, tendencias a la autodestrucción y al suicidio, mayor riesgo de sufrir accidentes, neurosis o problemas mentales como la esquizofrenia – sigue siendo un asunto pendiente de aclarar. Este parásito no está a priori “preparado” ni “diseñado” para estar alojado en nosotros, y no puede reproducirse en nuestro interior, de ahí que se expanda provocando excesos de todo tipo. Aunque sí que hay un lugar muy apetecible para su especie: el cerebro.
Eso teorizó hace unos años Joanne Webster, del Imperial College de Londres, asegurando que la dopamina es la clave, ayudando a formar quistes de toxoplasma. La exaltación de dopamina podría explicar algunos de los efectos, como la pérdida aparente de miedo, cosa que también se da en los ratones, que una vez infectados pierden el temor a los gatos. Si las investigaciones de Flegr y Webster se complementan, es algo que debe ser aclarado, pues ambas ponen de manifiesto que la influencia del parásito puede ser capital, pero no por ello debe ser mortal.
Las últimas pesquisas con el Toxoplasma gondii van incluso más allá, y apuntan a un hecho muy llamativo: lleva a ciertos individuos a “arriesgar” más en el campo empresarial. Eso es lo que dice la Universidad de Colorado, que examinó a un grupo de jóvenes emprendedores infectados con el parásito, que altera también la testosterona. Aunque parezca increíble, la aparente pérdida de temor causada por la infección puede tener también efectos positivos: te pueden llevar a fundar una empresa de éxito.
Aun nos queda un último caso que ver, igualmente y con repercusiones aun por discernir. ¿Es posible que un parásito influya en la destreza artística de su huésped? Pues algo hay, y si no es así que se lo digan al pintor Ben Taylor, que atesora una de esas historias que no dejan indiferente a nadie. Un buen día, Taylor comenzó a tener síntomas extraños en sus ojos. Veía manchas, sentía dolor y notaba que algo se movía dentro de sus globos oculares. En una primera consulta con el especialista no le fue diagnosticado ningún mal, pero la molestia perduró en el tiempo.
Sabiendo esto, Taylor intentó seguir con su vida normal y con su trabajo, aunque los síntomas no desaparecieron. La sintomatología llegó a afectar a su trabajo, observando algo inusual: en sus cuadros comenzaron a aparecer patrones que recordaban a gusanos, de forma serpenteante. Taylor era incapaz de explicar el por qué de esta nueva tendencia en su obra.
La situación continuó hasta que un día supo de forma traumática qué pasaba exactamente. Descubrió horrorizado que algo se deslizaba dentro de uno de sus ojos. Acudió a urgencias rápidamente y allí le extrajeron un gusano de más de tres centímetros de largo. Se trataba de un parásito llamado Loa loa, que es endémico de África y se transmite a los humanos por la picadura de moscas que portan sus huevos. Taylor recordó en ese momento un viaje a Gabón, donde era muy probable que ocurriera todo. De hecho, la loiasis no es una enfermedad tan extraña como pueda parecer en un primer momento, aunque lógicamente resulta desagradable conocer sus resultados y efectos más palpables.
La loiasis es una enfermedad parasitaria endémica en zonas del oeste y centro de África (Nigeria, Camerún, o el Congo). Se estima que el número de individuos afectados oscila entre 3 y 13 millones, y que aproximadamente, el 30% de los visitantes de larga estancia en esos lugares quedan parasitados por este organismo.
El Loa-Loa, también conocido como gusano ocular africano (african eyeworm) es un nematodo filarial propio de la especie humana de cuerpo delgado. Los machos miden 2-4 cm de largo por 0,3-0,4 mm de y las hembras 5-7 cm por 0,5 mm.
El ciclo vital biológico de ese organismo requiere el concurso de un artrópodo vector; las hembras del género Chrysops (mosca mango). La mosca pica al hombre contaminado e ingiere sangre conteniendo microfilarias. En la mosca la microfilaria desarrolla varios estadíos hasta pasar al de larva infecciosa a los 10-12 días, la cual es transmitida a los humanos por su picadura. Desde la piel las larvas emigran al tejido celular subcutáneo donde al cabo de tres meses se transforman en individuos adultos. El apareamiento se realiza en la piel desde donde las hembras grávidas emiten microfilarias a sangre periférica, a los 6-12 meses de la parasitación durante el período diurno con un pico al mediodía.
Tras un período de incubación de unos tres meses, aparecen las manifestaciones clásicas, habitualmente bien toleradas, consecuencia de la migración subcutánea de los vermes adultos y de fenómenos inmunoalérgicos:
- Prurito: se localiza en extremidades superiores, tórax, espalda y cara.
- Reptación subcutánea de los adultos: aparece un hormigueo desagradable, o picor mientras un cordón serpenteante se desplaza bajo la piel a razón de un centímetro por minuto. La migración subconjuntival es patognomónica para Loa-Loa y da lugar a sensación de cuerpo extraño, inyección conjuntival, lagrimeo y edema palpebral y conjuntival.
- Edemas de Calabar: es el signo más común aunque no patognomónico ya que pueden aparecer en otras filariosis. Se caracteriza por la aparición en las extremidades (muñecas, tobillos) o cara de dolor, prurito o urticaria y unas horas más tarde de un angioedema migratorio y transitorio de 1-3 días de duración.
Tardíamente pueden aparecer complicaciones como nefritis intersticial, insuficiencia cardíaca o meningoencefalitis, asociadas a fenómenos de hipersensibilidad o a pacientes con microfilaremia elevada. La extracción quirúrgica completa del gusano se suele producir tras una intervención con anestesia tópica o subconjuntival. Se han descrito casos de inmovilización del gusano con criodo y extracción posterior
Lo más extraño de todo el asunto es que parece que el Loa loa hizo algo más que deslizarse tras los ojos del infectado. El caso de Ben Taylor es una rareza médica que no termina de encontrar explicación, al igual que las investigaciones de Flegr con el toxoplasma. Según asegura Taylor, el parásito “guió” sus pinceles mientras estuvo infectado, haciéndole pintar extrañas formas que parecían gusanos. Cómo y por qué ocurrió esto es un absoluto misterio, pero el pintor ha elaborado un cuadro homenaje a tan extraña experiencia, al que ha dado un título muy sugerente, y que define perfectamente la naturaleza de este artículo: The Host.
Fuentes:
- JD Herrero-Morín, MªN Fernández González, F González Rodríguez, E García López, M Díaz Argüelles: Filariasis ocular por Loa loa. ¿Parasitosis tropical emergente en Europa? Anales de Pediatría, Barcelona, 2006;65:168-70.
- Mcauliffe, Kathleen: How your cat is making you crazy, The Atlantic, 2012. https://www.theatlantic.com/magazine/archive/2012/03/how-your-cat-is-making-you-crazy/308873/
- Daniel Martín-Vega, Amin Garbout, Farah Ahmed, Martina Wicklein, Cameron P. Goater, Douglas D. Colwell & Martin J. R. Hall: 3D virtual histology at the host/parasite interface: visualisation of the master manipulator, Dicrocoelium dendriticum, in the brain of its ant host, Scientific Reports, 2018.
- Preston, Elizabeth: Parasite living inside fish eyeball controls its behaviour, New Scientist, 2017.
- Rettner, Rachael: An artist discovered a parasitic worm in his eye, which he said ‘guided’ his work, Live Science, 2018. https://www.livescience.com/63336-parasitic-worm-eye-the-host-painting.html
- Frederic Libersat, Maayan Kaiser y Stav Emanuel: Mind control: how parasites manipulate cognitive functions in their insect hosts, Front. Psychol., 2018 https://doi.org/10.3389/fpsyg.2018.00572
- Luzia Veletzky, MD, Jennifer Hergeth, Daniel R Stelzl, MD, Johannes Mischlinger, PhD, Rella Zoleko Manego, MD, Ghyslain Mombo-Ngoma, PhD et al.: Burden of disease in Gabon caused by loiasis: a cross-sectional survey, The Lancet, 2020.