Del naturalista británico se podrían decir muchas cosas. Su genio y su carácter afable contrastan con sus muy discutidas hipótesis. Adquirió la fama por ser el codescubridor de la teoría de la selección natural, pero también por acercarse al mundo del espiritismo y otros estudios parapsicológicos. Pero no es por muchos conocida su defensa de un supuesto poema perdido durante años, que llegó a él de una forma llamativa y que dio pie a una rocambolesca historia. Ese poema se titulaba Leonainie, y su supuesto autor era Edgar Allan Poe.
La vida y obra de Russell Wallace daría para escribir un buen libro lleno de anécdotas y de momentos interesantes para todos los amantes de lo extraño. Su gran contribución a la Ciencia corrió paralela a la de Charles Darwin, e impulsó a este último a lanzar su célebre teoría. Su padre era de ascendencia escocesa, y toda su familia aseguraba descender del mítico William Wallace de las Guerras de Independencia de Escocia del siglo XIII.
Sus ideas partieron de la trasmutación de las especies, defendida entre otros por Lamark o Erasmus Darwin, previas al evolucionismo que sobrevino posteriormente. Sus investigaciones de campo en el Amazonas o en el archipiélago malayo le llevaron a convencerse de que la evolución era una realidad, muy por encima de la inmutabilidad de las especies que defendían algunos colegas investigadores anteriores. La selección natural apareció ante él como un flechazo, y es otro de esos momentos inexplicables en los que la inspiración hace una súbita aparición en escena. Fue en febrero de 1828, al parecer en la isla de Ternate o en la de Gilolo, mientras se encontraba enfermo con fiebre alta. Sin saber por qué, pensó en Thomas Malthus y los frenos positivos. Wallace aplicó los trabajos del demógrafo y puso en pie el principio básico de lo que sería la selección natural:
«Entonces se me ocurrió que estas causas o sus equivalentes están continuamente actuando también en el caso de los animales; y como los animales normalmente se reproducen mucho más rápido que el ser humano, la destrucción que estas causas provocarían cada año debería ser enorme para limitar el número de cada especie, ya que generalmente no aumenta de manera regular de un año para otro, pues de otro modo el mundo hace tiempo que estaría repleto de aquellos que se reproducen más rápido. Pensando vagamente en la enorme y constante destrucción que esto implicaría, me formulé la pregunta, ¿por qué algunos mueren y otros sobreviven? Y la respuesta era clara, el más adaptado sobrevive… Y considerando la gran cantidad de variación individual que mi experiencia me ha mostrado que existe, entonces se deduce que los cambios necesarios para la adaptación de las especies a las condiciones cambiantes podrás ser provocados…»
Defendió este planteamiento hasta el final, como hizo con muchas otras cuestiones en su vida, sin que parecieran importarle las consecuencias de sus posibles errores de planteamiento. Así se demuestra si atendemos a sus pensamientos en torno a la frenología – el estudio de la personalidad o las tendencias criminales a partir de la forma del cráneo y las facciones – o al espiritismo, así como a sus problemas por culpa de la cuestión de la Tierra Plana. Como reza al principio de este pequeño escrito, su vida daría para un buen monográfico. Pero toca enfocarnos en un suceso en concreto, que tiene que ver con un famoso escritor estadounidense y con un poema supuestamente perdido durante décadas. Y, una vez más, la personalidad un tanto extrema de Russell Wallace le jugó una mala pasada.
Leonainie
Si los lectores hacen una búsqueda rápida en torno a Leonainie, rápidamente aparece acompañada de dos palabras: Poe y hoax. Porque sí, estamos ante un hoax que acaeció a caballo entre finales del siglo XIX y principios del XX. Fue Michael Shermer, historiador de la Ciencia, uno de los autores que recogió las claves de esta historia en su ensayo Las fronteras de la ciencia: entre la ortodoxia y la herejía, en 2010. Y dio con ella mientras preparaba su tesis, que versaba precisamente sobre Wallace. Buscando en la biblioteca Honnold de Claremont Colleges dio con un pequeño trabajo titulado Edgar Allan Poe: Serie de diecisiete cartas en torno a la erudición científica de Poe en Eureka y su autoría de Leonainie.
El escueto libreto contaba con tan solo dieciocho páginas, y su autor era el mismísimo Alfred Russell Wallace. Entre sus páginas, Shermer dio con una serie de cartas que Wallace escribió a un desconocido, Ernest Marriot, entre el 29 de octubre de 1903 y el 23 de marzo de 1904, en las que habla del hallazgo de un poema perdido ejecutado por Edgar Allan Poe. La historia se remontaba a 1893, cuando Wallace recibió de su hermano una carta que contenía un poema, que decía así:
Leonainie
Leonainie la llamaron los ángeles y, atrapando la luz
de las risueñas estrellas, la enmarcaron en su blanca sonrisa,
y confeccionaron sus cabellos con la oscura medianoche, y sus ojos con
luz de luna, y hasta mí la trajeron una noche solemne.
Una noche solemne de verano en que mi apagado corazón
floreció para acogerla como una rosa abierta.
Todos los presentimientos que me inquietaban olvidé con la dicha,
mentirosa dicha que, tras acariciarme, me envolvió y me echó en brazos de la condenación.
Habló sólo el suave ceceo en la boca del ángel,
pero yo, atento, oí el susurro: «Aquí abajo sólo cantan canciones
que puedan afligir, cuentan cuentos para engañarte,
por eso Leonainie tiene que dejarte mientras su amor es joven».
Entonces Dios sonrió,y llegó la mañana, inmaculada y suprema;
la gloria del Cielo parecía adornar la tierra con su afecto,
todos los corazones menos el mío parecían bendecidos con la voz de la
oración y se elevaron
cuando mi Leonainie se separó de mí flotando, como un sueño.
En un primer momento, Wallace no prestó mucha atención al asunto, más allá de saber por letra de su hermano que el poema era de Edgar Allan Poe y de que seguramente accedió a él tras copiarlo en un periódico. Sin embargo, esa circunstancia cambió diez años después, cuando escribió a Marriot – al parecer abogado – sobre el poema, que según su entender era exquisito, a la altura de los últimos poemas de Poe, Las calles de Baltimore y Adiós a la Tierra, de los que aseguraba que fueron escritos después de la muerte del autor el 7 de octubre de 1849. Una muestra más del heterodoxo pensamiento de Russell Wallace, que afirma que ambos textos fueron elaborados «por mediación de otro cerebro» siendo, siempre según su opinión, «mejores y más profundos y grandiosos que ningún otro poema escrito en su vida terrenal». ¿A alguien le recuerda a El misterio de Edwin Drood, la obra sin finalizar de Dickens y que algunos aseguran que finalizó desde el más allá dictándola a, por ejemplo, Thomas P. James?
El hoax al descubierto
Desde ese momento, Alfred Russell Wallace se obsesionó con la obra de Poe, hasta tan punto de conocer toda su obra al dedillo para defender la autoría de Leonainie. Su intercambio de cartas con Marriot arrojan luz sobre esta fascinación que rayaba el fanatismo. La carta de su hermano aseguraba que Poe escribió el poema como pago por el alojamiento y la cena en la posada de Wayside, pero había un problema, y es que al parecer el escritor norteamericano jamás estuvo en California, como bien advierte Wallace a Marriot el 1 de enero de 1904: «Creo que Poe jamás estuvo en California, pero me alegraría que llegase a constatarse que, poco antes de su muerte, viajó a alguna parte y que lo hizo sin un penique, circunstancia que podría haber dado pie a que pagara su alojamiento y su cena con un poema».
Lo que se deduce de todo esto es que Wallace no tenía ninguna prueba real de lo que aseguraba, y solo su imaginación era la que construía la historia. Aun así, encontró un defensor en Marriot, al parecer un seguidor del espiritismo, práctica que compartía con el naturalista. A pesar de no contar con la confirmación definitiva, Wallace deseaba hacer llegar su hallazgo al director de Fortnightly, una publicación que le valdría para llegar al origen de la historia. Ya no había vuelta atrás: en su mente, Leonainie fue lo último que escribió Edgar Allan Poe antes de morir.
Llegamos así al 15 de enero de 1904, cuando Wallace se presenta con el poema en una imprenta. Para su sorpresa, alguien afirmó que era una falsificación. De hecho, el poema pertenecía a alguien llamado James Whitcomb Riley, nacido en 1849 en Greenfield, Indiana. Esto cegó de ira a Wallace, que exigió pruebas de que Riley fuera el autor, y no un farsante que consiguiera el poema en circunstancias parecidas a él y lo usara para ganar fama y prestigio. Lo que desconocía el naturalista es que todo el complot en torno a Leonainie fue perpetrado verdaderamente por James Whitcomb Riley.
En sus cartas a Marriot entre ese día y febrero, Wallace expresa su recelo hacia Riley, que se vio confirmado cuando el día 8 recibe otra misiva de un tal señor Law, que confirma que todo fue un plan urdido por Riley, que imitó el estilo de Poe con tanto éxito que hizo pasar Leonainie como un trabajo del propio maestro de la novela gótica. Al parecer, James W. Riley no tenía el éxito que deseaba, a pesar de que consideraba que sus trabajos eran muy buenos. De esta forma, ideó un plan para hacer pasar un poema suyo por uno de Poe, inventado de paso toda la historia de la posada y la cena que el autor no pudo pagar sino con una composición, la última de su vida. Luego lo envió al Kokomo Dispatch bajo un nombre ficticio y asegurando que era de Poe. Era el año 1877 cuando el poema vio la luz por primera vez. Dos semanas después, el trabajo apareció en los principales periódicos de Chicago, Boston y Nueva York. La historia se extendió, y años después llegó al naturalista británico. Aun así, la mayoría no creyó la historia de la autoría de Poe. Por desgracia para Russell Wallace, él mismo defendió esa tesis a capa y espada, hasta que se dio de bruces con la realidad. Un empleado del Kokomo Dispatch descubrió la verdad y denunció a Riley al Kokomo Tribune, que publicó una denuncia que reveló a Riley como el conspirador.
A pesar de todo, Alfred fue incapaz de aceptar la verdad en un primer momento, tal como expresó a Marriot el 1 de marzo: «He revisado los cuatro volúmenes de la obra de Riley y no puedo encontrar el menor indicio de que sea capaz de escribir algo como Leonainie, por muchos defectos que éste tenga». Pero, a pesar de lo que el naturalista pensara, el poema aparecía en Armazindy, obra de Riley. El fraude se confirmó, pero Wallace sufrió una terrible decepción a causa de ello, ya que había apostado muy fuerte por el poema. A veces, estas cosas pasan. Por muy sorprendente que pueda parecer un hallazgo, es necesario contrastarlo definitivamente antes de lanzarlo, porque nuestra credibilidad – y, de paso, nuestra propia autoestima – podría verse muy afectada.
Fuentes:
– Shermer, Michael. Las fronteras de la ciencia: entre la ortodoxia y la herejía. Alba, 2010.
– https://www.misteriored.com/el-misterio-de-edwin-drood-el-ultimo-secreto-de-dickens/
– http://hoaxes.org/kokomo.html
– http://worldofpoe.blogspot.com/2009/10/leonainie-cautionary-tale.html
– https://www.poetryfoundation.org/poets/james-whitcomb-riley
– https://people.wku.edu/charles.smith/wallace/S614.htm