El canibalismo supone uno de los mayores tabús en gran número de culturas. No es ningún secreto. Quizá por ello estremecen tanto esta clase de sucesos que se dan de cuando en cuando, sin que se le encuentren un sentido más allá de la más absoluta locura. Si además de ello lo unimos a un parricidio, el sinsentido cobra una mayor dimensión. Estos dos factores se han unido fatalmente en el 1º C del 50 de la calle Francisco Navacerrada distrito de Salamanca, donde Alberto Sánchez, de veintiséis años, acabó con la vida de su madre, la descuartizó y guardó restos en “tuppers” para comérselos y darlos de comer igualmente a su perro, de raza bodeguero. Un crimen donde una vez más, se han de unir la enfermedad mental y la maldad más absoluta. ¿Hasta dónde llegan el enfermo y el criminal?
Porque este final parecía inevitable, aunque no de una forma tan terrible. Los detalles son escabrosos, pero dan fe de la sinrazón que se cometió. El jueves 21 de halló el cuerpo de Soledad, de sesenta y seis años, diseccionado en más de un millar de pedazos, cortados con una precisión y limpieza que desconcierta a los investigadores. En la basura de la casa había vísceras, al igual que en los cubos del edificio. La sangre seca podría apuntar que el asesinato se produjo hace dos o tres semanas.
Esa tarde del día 21, una amiga íntima de Soledad acudió a la comisaría del distrito de Salamanca diciendo que hacía más de un mes que no sabía nada de ella y que no le respondía al teléfono. Su miedo era lógico, pues era sabido que Alberto agredía a su madre, asunto por el que ya había sido detenido varias veces. No había denuncia por desaparición, pero ante la evidencia de los indicios, se decidió acudir a la casa, con el resultado que ha salido a la luz.
Nadie, ni siquiera los agentes, esperaban una reacción tan falta de humanidad. De forma fría, sin ningún síntoma de nerviosismo o remordimiento, Alberto Sánchez abrió la puerta a los agentes y confesó sin ningún problema que su madre estaba en la casa, muerta y mutilada. El shock de los agentes debió ser evidente ante el escenario que se encontraron. Se procedió a la detención del parricida confeso y al traslado del cadáver de Soledad al Instituto Anatómico Forense, sin que hayan trascendido aun las circunstancias de la muerte.
Indicios que hacían presagiar lo peor
El historial conflictivo de Alberto Sánchez abarca varios años. Su consumo habitual de drogas, que comenzó hace años, hicieron brotar una serie de problemas mentales – por la medicación prescrita y los síntomas que presenta, al parecer podría ser esquizofrenia – que el detenido tuvo que afrontar en una unidad psiquiátrica hasta en tres ocasiones distintas. El presunto parricida tiene hasta doce antecedentes, la mayoría por maltratar a su madre. Un último quebrantamiento de la orden de alejamiento provocó su última detención hasta el pasado jueves, que se produjo en agosto de 2018.
Aunque su madre le acababa acogiendo en casa, le tenía miedo. En una ocasión pidió a una de las personas de su confianza que le cambiara el bombín de la cerradura porque «Alberto va a salir y no quiero que entre a casa». Así lo aseguró Leo, la persona que le dio trabajo en el bar que regentaba, el Paseíllo de Acho, también a instancias de su progenitora. Y que, a la postre, le despidió por golpearla «porque no le daba dinero». Gran parte de las broncas familiares obedecían a ese motivo. «Estaba amargada». Como todos los toxicómanos, le quitaba dinero y cada vez le pedía más.
Sin oficio ni beneficio, frecuentaba el parque de Eva Perón donde se relacionaba con vagabundos, alcohólicos y consumidores de drogas. Ahí, como en una profecía autocumplida, dijo un par de veces que quería matar a su madre. Nadie le creyó.
Pero lo hizo. Todo le ha conducido a la enfermería de la cárcel de Soto del Real. Ahí está desde el sábado con dos presos «sombra» que le vigilan –lo normal es uno– en aplicación del protocolo antisuicidio. Los exámenes psiquiátricos a instancias de la juez determinarán en qué modulo ingresa. Si se requiere, podría ser recluido en un penal para enfermos mentales.
En el Anatómico Forense tratan de determinar qué causó la muerte de Soledad y cuándo se produjo. Este último extremo resultará más fácil de averiguar debido a los restos del cadáver hallados en la casa y en la basura de la finca. Por su estado de descomposición, todo apunta a que no habría pasado mucho tiempo. Eso sí, el suficiente como para que Alberto, en pleno delirio, desmembrara el cuerpo de la mujer que le dio la vida en la bañera, limpiara las manchas de sangre y se deshiciera de algún modo de las vísceras, las que antes se deterioran.
La amiga que denunció en comisaría dijo que hacía un mes aproximadamente que no la veía y estaba muy preocupada. Sus más allegados sitúan la fecha en unas tres semanas. Una vecina sostiene que la vio la semana pasada y que, incluso, habló con ella. De momento, hay incógnitas por resolver, pero el contexto y la ejecución de este crimen no pueden catalogarse de otra forma: terrible.
Lo peor de todo es que, como se ha dicho, las autoridades sabían de los malos tratos, y el propio presunto homicida había avisado de sus intenciones. Incluso en redes sociales dejaba crípticas rimas, en forma de profecía autocumplida: «Paseando al perro como un cencerro. No sé la mierda que digo pero si te quiero hundir te entierro»; «cocinando ternera para perder la cordura; pollo dulce y mente dura; no existe cura para mi locura; espero a lo que mejor ocurra»; «escucho a la selva mientras el pájaro silva; bebiendo birra y fumando sativa».
A falta de aclaración y de pruebas forenses, psicológicas y judiciales, no hay duda de que estamos ante un suceso infame. Conoceremos las repercusiones, oiremos explicaciones de todo tipo. Pero hay cosas que simplemente no tienen explicación. Por un motivo u otro, una madre murió, y ahora toca buscarle un sentido. El raciocinio y su falta son la bendición y la maldición de la humanidad, capaz de lo mejor y de lo peor. Por desgracia, abundan más los ejemplos de lo segundo que de lo primero.