Mary Rogers: la mujer tras “la bella cigarrera”

Entre los muchos aportes literarios que legó el autodestructivo Edgar Allan Poe, El misterio de Marie Rogêt tiene algo especial, que lo hace diferente a todos los demás. Un relato basado en un caso real, que sigue sorprendiendo a todos los que se acercan a su obra. Un asesinato que sacudió las bases de la sociedad americana en general y neoyorquina en particular. Una víctima convertida en mártir y bien de consumo. Y todo con una protagonista que todos catalogaban como encantadora, pero que también guardaba sus secretos: Mary Rogers.

“Escogida por su hermosura entre las demás bellas

e instalada en la ventanilla para vender habanos

por un jefe que sabe bien que su semblante

es como un anuncio que vaciará sus anaqueles”.

Estos versos son parte de uno de los muchos poemas, cancioncillas y demás piropos que se dedicaron a “la bella cigarrera” mientras trabajó en el mostrador del Tobacco Emporium de John Anderson. Todos estaban de acuerdo en señalar la extraordinaria belleza de aquella joven, que coqueteaba con unos y esquivaba a los otros, no dejando a nadie indiferente. No era ningún secreto que gran parte del estatus que obtuvo el negocio de Anderson se debía al éxito que tenía la chica entre el género masculino. También importaron mucho la buena publicidad del local y su localización, en el 319 de Broadway, al norte del ayuntamiento, que estaba en Pearl Street. Igualmente andaba cerca el Museo Americano de Phineas Taylor Barnum, con toda la parafernalia que acompañó a su carrera, freaks incluidos.

El “tabaco Anderson” era muy famoso, debido a la idea que tuvo el empresario de hacer raciones individuales de tabaco de mascar y envolverlas en papel de plata. El negocio iba tan bien que Anderson pensaba que podría dar el salto a estratos sociales superiores, quizá mediante una trayectoria política. Su almacén llegó a ser un lugar de encuentro muy frecuentado, tanto por oficinistas como por funcionarios gubernamentales, así como por periodistas o poetas. Washington Irvin o James Fenimore Cooper se contaron entre sus asiduos, así como un Edgar Allan Poe que aun no había llegado a la treintena. Tampoco faltaban a la cita personajes de peor calaña, cosa que no agradaba al dueño, que pretendía que aquel lugar destacara por encima de toda la competencia. Por suerte para John Anderson, Mary Rogers apareció en su vida para ofrecerle la solución.

Nacida en Connecticut en 1820, Rogers llegó a Nueva York siendo adolescente, en 1837, tras la muerte de su padre, de nombre Daniel Rogers, en un accidente. Junto a su madre y al dinero que les proporcionó su hermano, terminaría montando una pensión en el 126 de Nassau Street, cerca de Broadway. Pero esto ocurrió tras su paso por el almacén de Anderson. Educada, complaciente y atractiva, su cabello negro y su sonrisa despertaban admiración y fascinación. Su corta edad – aun tenía dieciséis años cuando se instaló en la ciudad – despertaba el recelo de su madre, Phoebe Mather. La maternidad de esta mujer es una cuestión aun polémica, pues en 1820 contaba con 42 años y no hubo certificado de nacimiento de Mary, lo que ha llevado a especular con que la niña pudiera ser en realidad su nieta, fruto ilegítimo de la hija que Mather había tenido en su primer matrimonio con Ezra Mather.

Corría el año 1838 cuando Anderson tuvo constancia de la existencia de la chica, a la que rápidamente ofreció empleo como dependienta, algo que no era común, pues la sociedad temía que el carácter recio y los bajos modales de determinados individuos molestaran a las “buenas mujeres”. Phoebe consintió el ejercicio laboral de su hija con condiciones. La primera era que nunca estuviera sola en el negocio, y la otra es que nunca regresara sola a casa. Dicho y hecho. No está claro qué interés tenía el hombre por la chica – más allá del económico, claro –, pero lo cierto es que hija y madre se mudaron a la casa del aun soltero empresario antes de que comenzara su relación profesional en Tobacco Emporium. Se piensa que ambas mujeres fueron sirvientas, y que puede que hubiera intenciones amorosas por parte de John, pero lo cierto es que únicamente se le puede adjudicar el papel de empleador y de protector de Mary Rogers.

El Museo Americano de Phineas Taylor Barnum estaba muy cerca tanto del Tobacco Emporium como de la pensión que regentaban Phoebe y Mary Rogers en Nassau Street.

Primera desaparición

Los días pasaban entre reuniones y miradas más o menos furtivas en el local tabacalero. La fama de la que comenzaba a apodarse como “la bella cigarrera” no hacía más que aumentar. De hecho, se convirtió en la primera neoyorquina que alcanzó la fama solo por su presencia y su conversación. Pero ocurrió algo extraño, algo que alteró el día a día del lugar, y fue en ese mismo año de 1838, el 5 de octubre.

Sin ninguna explicación aparente, Mary Rogers se ausentó de su puesto de vendedora. Al día siguiente, el diario Sun de Nueva York recogió el hecho bajo el titular de “Un suceso misterioso”. En esas páginas, se aseguraba que Phoebe encontró en la mesilla de la habitación de su hija una carta de suicidio, con una “afectuosa y definitiva despedida”. El Journal of Commerce añadió que la señora Hayes, tía de Mary y propietaria de la casa donde se alojaban tanto ella como Phoebe, llevó la misiva a un juez de paz, que confirmó las sospechas de la familia en torno a las posibles intenciones suicidas de la joven. El motivo podría responder a un amor no correspondido o despechado, pero solo fueron habladurías y rumores sin mayor fundamento.

Todo quedó en un susto, ya que Mary Rogers volvió de manera tan súbita como desapareció, no habiendo pasado ni 24 horas desde que saltaron las alarmas sobre su paradero. El Times and Commercial Intelligence lo achacó todo a un bulo, aclarando que probablemente la joven se encontraba en Brooklyn visitando a una amiga. El firmante de ese artículo, de nombre Carter, sería uno de los múltiples pretendientes de Rogers, que jugó con la posibilidad de que la vendedora se hubiera fugado con alguna conquista y posteriormente se hubiera arrepentido. Ante la imposibilidad de demostrar nada, se siguió señalando a una acción malintencionada. Alguien con malas intenciones engañó a la madre con la nota de suicidio. ¿Pero quién? Nunca se supo, pero no fueron pocos los que sospecharon del propio John Anderson, que habría recurrido a un ardid tan bajo para promocionar aun más a la “bella cigarrera”, y de paso, su negocio.

Malentendido, broma de mal gusto o asunto sin resolver. Todo respondió a una falsa alarma que sin embargo parece profética sabiendo lo que ocurrió tres años después, cuando la segunda desaparición de Mary se tornó en definitiva. La situación que se produjo con su desaparición causaron estragos en Mary, que amagó con abandonar su puesto de trabajo, cosa que no ocurrió debido a la mediación de Anderson, que tuvo que rogar bastante para convencerla. El asunto no fue más allá, pero no pasaría mucho tiempo para que la chica dejara su puesto en Tobacco Emporium y montara la citada pensión en Nassau Street, donde pasaría sus últimos días.

28 de julio de 1841

La vida era bastante más tranquila en la pensión, debido en gran medida al descenso en el número de pretendientes que rondaban a Mary. Aunque no podía escapar a su propia belleza. Aquellos que pasaron por la casa dieron testimonio de ello. Entre ellos destacó Alfred Crommelin, un oficinista que sucumbió ante el encanto de la chica, y que al parecer recibió atenciones positivas y especiales por su parte, pero que nunca llegó a concretar una relación formal con ella. Tuvo un papel destacado en la búsqueda de Mary cuando se la buscó en 1841, al igual que Daniel Payne, quien sí que consiguió lo que muchos otros intentaron.

Este hombre era cortador de corcho, un negocio al alza en aquellos años. Aparte de eso, se le tenía por un pendenciero, maleducado y bebedor, antecedentes que a priori lo hacían incompatible sentimentalmente con Mary, una mujer decidida, fuerte y con exquisitos modales. Este hombre no era del agrado de Phoebe, que parecía apostar por Crommelin. La tensión entre los dos pretendientes se mantuvo durante meses, desde que el primero comenzó a alojarse en el 126 de Nassau Street en 1840, hasta junio de 1841, cuando la situación se tornó insoportable para él y se marchó de mala manera, herido en sus sentimientos.

La fama de “la bella cigarrera” se mantenía pese a su ausencia en el almacén de tabaco. Aunque ahora solo contaba con un solo acompañante, que fue señalado como sospechoso cuando sobrevino la tragedia, pocas semanas después, cuando los acontecimientos se precipitaron el 25 de julio.

Poco después de las 10 de la mañana, Mary Rogers avisó a Payne de su intención de visitar a su tía. La señora en cuestión, de apellido Downing, vivía en Jane Street, a escasos quince minutos en ómnibus. Ambos enamorados quedaron en verse a primera hora de la tarde en la esquina de Broadway y Ann, frente al Museo Americano de Barnum. O, al menos, esa fue su versión de los hechos. Todo quedó en duda para siempre, pues nunca se pudo probar que tuviera algo que ver con el crimen, aunque había móvil, y ese radicaba en los celos hacia Crommelin. Según testimonios posteriores, un par de días antes, madre e hija habían llegado a un acuerdo: Mary acabaría su relación con Daniel Payne, y se mencionó el nombre de Alfred Crommelin, que recibió ese mismo día una nota donde se le instaba a volver a la pensión para tratar unos asuntos, cita a la que nunca tuvo la oportunidad de acudir.

Llegó la hora convenida para la reunión, pero Mary no apareció, como tampoco lo hizo al día siguiente. Phoebe sospechaba que algo malo había ocurrido, y Daniel trataba de tranquilizarla mientras montaba un dispositivo de búsqueda, a la vez que sospechaba que la visita de la chica a la señora Downing se había alargado más de la cuenta. La propia mujer fue la que desmintió esa idea. Mary no había estado allí, o si lo había hecho debió encontrarse la casa vacía, pues pasaron ese domingo fuera. Se denunció la desaparición al diario Sun y se prosiguió con la búsqueda, a la que se sumó Crommelin de forma paralela. Este acudió a la policía, pero su jefe de policía, Jacob Heys, no estaba en la comisaría.

La incertidumbre continuó hasta el miércoles, día 28 de julio. Henry Mallin, junto a sus amigos H. G. Luther y James Boulard paseaban por Hoboken hacia el norte, siguiendo el curso del río Hudson. Pronto repararon en algo que flotaba en las aguas. Mallin y Boulard subieron a un esquife de madera y se acercaron al objeto, que resultó ser Mary Rogers, amoratada y empapada, de espaldas y con los brazos cruzados sobre el pecho. La arrastraron a la orilla con un trozo de cuerda, pero fueron otros testigos quienes sacaron el cadáver del agua. Alfred Crommelin y un amigo suyo llegaron poco después a la escena, quedándose junto al cuerpo hasta que acudieron las autoridades. Desfigurada y en avanzado estado de descomposición debido a la humedad, poco quedaba de la cigarrera que muchos conocieron.

Daguerrotipo tomado a Poe por W. S. Hartshorn, 1848

La polémica de la cigarrera

La primera autopsia, practicada pocas horas después del hallazgo del cuerpo, arrojaron un resultado atroz: Mary Rogers había sido violada y estrangulada dos veces, una por unas desconocidas manos y otra con un trozo de sus propias enaguas. En opinión del forense, Richard H. Cook, hubo al menos tres asaltantes. Uno de los testigos, H. G. Luther, fue quien acudió a Nassau Street a comunicar la fatal noticia.

Durante quince días no hubo noticias ni indicios. Mary fue enterrada en Hoboken, pero se dio la orden de exhumar el cuerpo para su identificación por parte de Phoebe y de Daniel Payne. Esta falta de atención despertó la ira de la prensa y de buena parte de la sociedad neoyorquina, que acusaba los policías de ineficacia, cosa cierta al no ser un cuerpo profesionalizado. Solo había un par de agentes por barrio, además de alguaciles y “cabezas de cuero”, trabajadores pluriempleados que hacían guardias por las calles. Los incendiarios artículos de James Gordon Bennet, director del diario Herald, propiciaron la indignación general. Crommelin pensaba que Mary había sido llevada a un prostíbulo, donde se maltrató a Mary hasta la muerte, asunto que sumó aun más enfado y desconcierto a los algo más de trescientos mil ciudadanos censados en Nueva York en aquel año.

Hubo testigos que señalaron que la joven iba acompañada el 25 de junio por un “joven con tez morena”. Payne, como se ha dicho, fue sospechoso, pero tenía una coartada sólida (y verificada por varios testigos, incluyendo a su hermano). Además de los prostíbulos, la teoría popular hacía culpables a alguna de las bandas criminales de la ciudad. Nueve semanas después del crimen, la prensa dejó de seguir con minuciosidad la investigación, que estuvo paralizada durante meses, hasta que en 1842 una conocida madame abortista, Frederica Loss, juró que la muerte se debió a un aborto fallido. Es más, llegó a asegurar que era la segunda vez que lo hacía, pues lo mismo ocurrió en la desaparición de 1838. Aun así, el caso quedó sin resolver hasta el día de hoy.

Símbolo de decadencia de la ciudad, mártir, protagonista de panfletos y de relatos. Mary Rogers fue famosa en vida, y lo fue más cuando murió, como refleja magistralmente Daniel Stanhower en Edgar Allan Poe y el misterio de la bella cigarrera.

Poe convirtió su historia en la de una señorita apellidada Rogêt en El misterio de Marie Rogêt en 1842. Secuela de Los crímenes de la calle Morgue (1841), sus acontecimientos transcurren en París, con el cuerpo flotando en el Sena. Es recordada como la primera novela de detectives moderna, con C. Auguste Dupin como protagonista. De entre todas las hipótesis que maneja el detective, finalmente se queda con una: a Marie la mató su enamorado – al que nunca nombra –, un marinero. Poe, como todos los demás, tampoco supo resolver el crimen, a pesar de sus intentos. Su propia historia también acabó en tragedia. Poco podía imaginar el autor que esa chica que vendía tabaco tras un mostrador tendría tanto peso en su legado.

Acerca de Félix Ruiz

Trabajador Social de formación y apasionado de las temáticas relacionadas con el misterio desde siempre. Redactor de noticias, escritor novel, lector compulsivo y buscador incansable de preguntas que compartir con todo aquel que sea curioso y quiera saber más.

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