Heracles es el gran héroe de la mitología clásica. Con fuerza y tamaño sobrehumanos, se distingue también de otros héroes por su carácter panhelénico, y por tanto nacional. Hijo de la mortal Alcmena y del todopoderoso Zeus, provocó los celos de Hera, esposa del dios del trueno, provocando en Heracles un ataque de locura que le llevó a asesinar a su esposa Megara, a sus hijos y a varios de sus sobrinos con sus propias manos. Ya desde antes de su nacimiento consiguió Hera que Heracles perdiese su derecho a reinar, a pesar de ser el heredero de los reinos de Micenas y Tirinto. Como castigo por esta última acción, y como medio para purificarse de su crimen, los dioses impusieron al semidios doce penosos trabajos que debía realizar a lo largo de doce años, y encargaron a su odiado primo Euristeo (el que le había arrebatado el derecho al trono de Tirinto) que se los impusiera. En sus doce trabajos tenemos un reflejo del camino iniciático de redención por el mal cometido, pero también la representación de los trabajos y misterios agrícolas, cuyas artes son liberadas y dadas a conocer a los mortales.
Hércules lucha con el león de Nemea, por Francisco de Zurbarán (1634, Museo del Prado).
Los trabajos que tuvo que llevar a cabo el héroe griego se suelen dividir en dos grupos diferenciados. Los seis primeros se realizaron dentro del territorio de la península del Peloponeso, donde Euristeo poseía su reino (y aprovechó la ocasión para limpiar de monstruos sus tierras). Los otros seis encargos obligaron a Heracles a ir cada vez más lejos, llegando a tener que salir de la geografía conocida y alcanzar los límites de la Tierra, lugares inhóspitos y extraños, habitados por seres fantásticos y terribles.
De entre sus míticos trabajos, quizás el episodio de las manzanas – la recuperación de las manzanas de oro del Jardín de las Hespérides o Damas de la noche – sea el más famoso. Las Hespérides eran hijas del titán Atlas, que vivía en el punto más occidental del mundo y sostenía sobre sus hombros la esfera terrestre. Ellas vivían cerca de su padre, en un jardín fuertemente custodiado por un dragón con un centenar de cabezas llamado Ladón. Allí esperaban las manzanas que un día Hera había recibido como regalo de boda de las manos de Gaya. El héroe desconocía la ubicación exacta del jardín, por lo que tuvo que buscarlo durante algún tiempo. Habiendo recibido el consejo de dos ninfas, acudió al dios marino Nereo, que trató de huir de él adoptando todas sus formas posibles. Finalmente Heracles lo redujo y Nereo confesó dónde se encontraba el jardín.
Al llegar al jardín, Heracles le pidió ayuda al titán Atlas, que le prestó su ayuda y consintió en recoger las manzanas a cambio de que el héroe sujetara durante su ausencia la bóveda terrestre. Atlas regresó con las manzanas y, viendo que llegaba el momento de volver a cargar el mundo sobre sus hombros, ideó el plan de regresar a Micenas y entregar él mismo las manzanas a Euristeo. Heracles, de naturaleza astuta tras haber salido airoso de tantos retos anteriores, alabó el plan del titán, le pidió que le ayudase a colocar bien la bóveda sobre sus hombros con un cojín que aliviara la carga. Atlas cayó en la trampa y sujetó la bóveda, instante que aprovechó Heracles para coger las manzanas y marcharse de regreso a Micenas, donde le presentó las manzanas al rey. En una versión alternativa del relato, Heracles tomó las manzanas por sí mismo y mató al dragón Ladón que guardaba el jardín, como reflejo de la lucha del héroe y el dragón. Como pago por sus servicios, Hera convirtió los restos de Ladón en la figura celeste del Dragón, cuya constelación quedó para siempre marcada en los cielos. Heracles ofreció las manzanas a Atenea cuando Euristeo se negó a mantenerlas consigo. La diosa se aseguró después de que volviesen a sus primeras propietarias, las Hespérides.
Entrando ya en el plano simbólico de este mito y de su posible significado, el objetivo de este trabajo llevado a cabo por Heracles versa sobre la unión de las dos naturalezas: materia y espíritu. A veces el héroe se muestra atento a la voz de Nereo (el Alma), mientras que otras, decide bajo la influencia de su propio ego. Muchas otras historias míticas muestran este mismo esquema, como las de Rómulo y Remo, Caín y Abel, Cástor y Pólux… El árbol del que cuelgan las manzanas doradas representa al Árbol de la Ciencia del Bien y del Mal del Paraíso, mientras las manzanas son las portadoras de la Sofía, la Sabiduría. Heracles pregunta por la dirección donde se encuentra dicho Árbol, pero el Maestro responde que tal noción no puede ser dada. Cada cual debe encontrar y seguir su camino. Podemos conseguir una ayuda, pero nunca nadie debe realizar esa búsqueda por nosotros mismos, ya que somos insustituibles. Cada individuo se convierte en el protagonista de su propia peregrinación hacia el Saber.
Con la visita de Heracles al jardín, se recrea una de las escenas clave del dogma judeocristiano, la “fruta prohibida”, el eje del pecado del mundo. Hay una diferencia clave con lo relatado en la Biblia: Heracles vence al terrible dragón – el pecado – para para redimirse de sus pecados. El héroe se transforma tras la consecución de cada trabajo, alejándose más de su faceta puramente humana, para tornarse en el dios que está destinado a ser.
En cuanto a las manzanas, su aparición es recurrente dentro del mundo heleno y de otras culturas. La hipótesis más plausible es que se traten del equivalente simbólico del fruto prohibido en la hermenéutica bíblica, ya que la ingesta de estos frutos supone también la inmortalidad y la adquisición de un conocimiento en principio vetado a los mortales, que no son reconocidos como merecedores de esos dones. La recolección de las manzanas por parte de Atlas, Heracles o las mismísimas Hespérides son una imagen de los artes de la agricultura. El regalo de éstas en la boda de Hera representa el don que la tierra – Gaia o Gaya – entrega a los demás para su uso y disfrute.
Se ha hablado mucho de la posible ubicación del hipotético jardín. El monte Atlas, la Arcadia griega o las islas Canarias y Madeira son los lugares más nombrados. Algunos han ido más allá y han tratado de relacionar estos lugares con la Atlántida, por aquello de que las islas podrían ser unas extensiones de tierra que antaño formaran parte o nacieran del mítico continente desaparecido, del que hablaremos más adelante al tratar el tema del conocimiento de los antiguos maestros.
Fuentes:
- Blázquez, José María; Martínez–Pinna, Jorge y Montero, Santiago: Historia de las religiones antiguas: Oriente, Grecia y Roma. Ediciones Cátedra, 2014.
- Fernández Urresti, Mariano: Camino a la Atlántida. Aladena Editorial, 2008.
Acerca de Félix Ruiz
Trabajador Social de formación y apasionado de las temáticas relacionadas con el misterio desde siempre. Redactor de noticias, escritor novel, lector compulsivo y buscador incansable de preguntas que compartir con todo aquel que sea curioso y quiera saber más.