El célebre Flautista se lleva a los niños con los acordes de su flauta.
¿De dónde surgen los monstruos? Difícil y compleja cuestión. Si atendemos a su etimología, encontramos que deriva del latín monstrum, con un origen ligado a la mitología y a la ficción. La variedad de seres que encajan en esta categoría es prácticamente infinita, ya que puede aplicarse a cualquier ser que presente características que entendamos como negativas, ajenas al orden natural. Antiguos dioses, seres híbridos, animalescos, de ultratumba, con facultades sobrenaturales y también, por qué no decirlo, humanos dañinos. Todos tienen algo en común: surgen del miedo o de la repugnancia.
Dejaremos de lado los otros significados menos oscuros, pues únicamente nos centraremos en esta vertiente de la palabra, aplicada a una historia curiosa, que ha pasado de generación en generación sin sufrir apenas alteraciones: el Flautista de Hamelín. Su caso, como el de tantos otros, obedece a un suceso histórico que dejó una profunda marca en quienes lo vivieron y en sus descendientes, que ha sido transmitida a través del relato oral primero, para en algunos casos pasar a ser plasmados en papel. Las imágenes duras o las secuelas que dejan tras de sí actos como éstos han permitido crear incontables historias que, en la mayoría de las ocasiones, se cuentan a los niños para asustarlos, envueltos en creaciones más o menos fantásticas, pero que esconden una esencia que merece la pena estudiar y observar. ¿Qué se busca con los cuentos de este tipo? A veces asustar, otras enseñar algo.
En nuestro mundo occidental, ya apenas nadie cree en los viejos monstruos – al menos entre los adultos –, pero los mismos han seguido vivos en el inconsciente colectivo, adaptándose y transformándose con los nuevos tiempos. Solo hay que buscar en el “nuevo terror”, las leyendas urbanas o los Creepypastas, para ser testigos del prodigio. Inocular terror y encontrar un camino directo a nuestro subconsciente, esa es la base y la clave. Ahí es donde nace el monstruo, y ese monstruos, convertido ahora en un flautista, es nuestro protagonista.
El clásico
En este caso, vamos a indagar en el origen mismo de la fábula que luego fue rescatada por los hermanos Grimm. ¿Recordáis como empezaba?
Había una vez… Una pequeña ciudad al norte de Alemania, llamada Hamelín. Su paisaje era placentero y su belleza era exaltada por las riberas de un río ancho y profundo que surcaba por allí. Y sus habitantes se enorgullecían de vivir en un lugar apacible y pintoresco. Pero… un día, la ciudad se vio atacada por una terrible plaga: ¡Hamelín estaba lleno de ratas!
Así daba comienzo la fábula, cuyo título original era Der Rattenfänger von Hameln, que se traduciría en algo así como El cazador de ratas de Hamelín, que vio la luz en 1816, dentro del volumen conocido como Deutsche Sagen. Los acontecimientos tienen lugar en 1284, en Hamelín. La plaga de ratas era un verdadero quebradero de cabeza, siendo sus habitantes incapaces de atajar el problema. La posible solución vino de manos de un auténtico desconocido, que aseguraba poder resolver el problema a cambio de una recompensa. Una vez aceptado el trato, el hombre hizo sonar una flauta misteriosa, logrando que todas las ratas salieran de sus escondrijos y cubiles y siguieran el sonido de la música. Hábil titiritero, el Flautista comenzó a caminar con el enorme séquito animal tras de sí, dirigiendo sus pasos hasta el río Weser, donde toda la comitiva acabó ahogada.
Obviamente, el flautista quería recibir su pago por el trabajo, pero se encontró con una tajante negativa de los pueblerinos. Lógicamente furioso, nuestro hombre se marchó, pero los habitantes de Hamelín no esperaban su vuelta. Pues la misma tuvo lugar el 26 de junio – fiesta de San Juan y San Pablo – y tenía un objetivo muy claro: la venganza.
Empezó a andar por una calle abajo y entonces se llevó a los labios la larga y bruñida caña de su instrumento, del que sacó tres notas. Tres notas tan dulces, tan melodiosas, como jamás músico alguno, ni el más hábil, había conseguido hacer sonar.
Eran arrebatadoras, encandilaban al que las oía.
Se despertó un murmullo en Hamelin. Un susurro que pronto pareció un alboroto y que era producido por alegres grupos que se precipitaban hacia el flautista, atropellándose en su apresuramiento.
Numerosos piececitos corrían batiendo el suelo, menudos zuecos repiqueteaban sobre las losas, muchas manitas palmoteaban y el bullicio iba en aumento. Y como pollos en un gran gallinero, cuando ven llegar al que les trae su ración de cebada, así salieron corriendo de casas y palacios, todos los niños, todos los muchachos y las jovencitas que los habitaban, con sus rosadas mejillas y sus rizos de oro, sus chispeantes ojitos y sus dientecitos semejantes a perlas. Iban tropezando y saltando, corriendo gozosamente tras del maravilloso músico, al que acompañaban con su vocerío y sus carcajadas.
Es en este punto donde la historia varía según la versión. En unas, los niños se adentran en una cueva para no volver jamás. La misma sería un pasadizo oculto en las montañas Koppenburg, una de las famosas Puertas del Infierno del imaginario cristiano. Aunque el final más terrible sería el del ahogamiento masivo en el río Weser, tal como ocurrió con las ratas. Por supuesto, hay un final amable, en el que todos vuelven a sus casas y el Flautista recibe su pago, yéndose para siempre. El caso es que nos encontramos ante un cuento que fue transmitido durante siglos, y del que parece haber un origen real, adaptado a las mentes infantiles. A pesar de que hay varias opciones a tener en cuenta, aquí expondré la que me parece más acertada: el Flautista de Hamelín tiene nombre propio, en realidad dos, y esos son Esteban de Vendôme y Nicolás de Colonia.
La Cruzada infantil, grabado del mítico Gustave Doré.
Una Cruzada protagonizada por los más pequeños
Voy a dejar una cosa clara: no todo lo que se cuenta sobre la Cruzada de los Niños es real. Aunque eso sí, a pesar de haber episodios ficticios, sí que hubo algunos reales, como el que sigue. El contexto es el mismo que llevó a los primeros cruzados a buscar la conquista de los Santos Lugares. Este capítulo en concreto comenzó tras la Cuarta Cruzada, en el mes de mayo de 1212, cuando el mencionado Esteban de Vendôme hizo su aparición en varios lugares de Francia pregonando a los niños y niñas del lugar que era necesario que fueran ellos los que tomaran las armas. Una visión celestial había abierto los ojos de Esteban, que consiguió su objetivo de atraer una muchedumbre numerosa hasta Marsella. La locura del joven predicador hizo creer a todos los presentes que el Mar Mediterráneo se abriría a su paso, como lo hizo el Mar Rojo cuando los israelitas escaparon de Egipto.
Craso error, pues dos desalmados capitanes de barcos, Guilermo “el Cerdo” y Hugo “el del Puñal” se aprovecharon de la situación y ofrecieron sus embarcaciones para transportar a las tropas. ¿Cuál fue el resultado? Llegaron al norte de África, donde fueron vendidos como esclavos, destinados en mayor parte a Egipto. De los miles de niños que siguieron a Esteban en un primer momento solo uno regresó a Francia, dieciocho años después, en 1230.
El segundo episodio fue el protagonizado por Nicolás, natural de Colonia. Jesús Callejo nos relata en Los dueños de los sueños que este predicador decía haber sufrido una visión muy parecida – o más bien idéntica – a la de Esteban de Vendôme. Muchos niños y jóvenes se hicieron eco de la llamada de este segundo Flautista, que consiguió nada más y nada menos que veinte mil seguidores. Miles de ellos murieron o bien de hambre o bien accidentados al tratar de cruzar los Alpes en suelo italiano. El obispo de Brindisi, testigo de aquella barbaridad de expedición, decidió actuar. Fue así como logró que el grupo se diera la vuelta y emprendiera el camino de vuelta a casa. Si no hubiera sido por él, quién sabe como habría terminado aquella segunda aventura.
Esta pequeña segunda historia del Flautista real tiene un epílogo, y es que si bien los cruzados nunca pisaron Tierra Santa y no fueron raptados, sí es cierto que muy pocos de los veinte mil iniciales llegaron a sus casas en Alemania. Sus relatos, contados a sus familiares y allegados, fueron el germen del cuento que los hermanos Grimm recogieron en el siglo XIX, y que hoy conocemos como el Flautista de Hamelín. Un monstruo, reinterpretado de forma amable a veces, pero de forma cruel en su mayoría. Embaucador, secuestrador de niños e incluso asesino o emisario del Infierno, el protagonista está basado en mentirosos de carne y hueso, defensores de una causa perdida de antemano, pero que no dudaron en usar a miles de pequeños para alcanzar sus locas ambiciones. ¿Quién da más miedo? ¿El monstruo del cuento o los de carne y hueso?
Fuentes:
– Callejo Cabo, Jesús. Los dueños de los sueños, Ediciones Martínez Roca, 1998.
– Grimm, Jacob y Wilhelm. Cuentos, Cátedra, 2005.
– Hindley, Geoffrey. Las Cruzadas, Zeta Bolsillo, 2010.