Hace ahora cuatro décadas, Marisol se había desprendido de su nombre artístico, de la niña prodigio de la sociedad española de los sesenta. Era ya Pepa Flores y compartía su vida con el bailarín Antonio Gades, con quien tenía dos hijas, María y Tamara. Residía en Altea, donde llevaba una vida de pueblo. Un día de verano se sentó ante la grabadora de su amigo José Luis Morales, periodista de investigación de la revista Interviú, y le contó lo que solo había dejado caer hasta entonces con Francisco Umbral en un proyecto de biografía que finalmente nunca vio la luz.
Y ya en su momento desveló graves abusos. Lo hizo en una conversación que mantuvo con Francisco Umbral al respecto de estos hechos, de cara a la realización de una biografía que nunca salió a la luz. Marisol confesó haber sufrido maltrato físico y abuso sexual. En concreto, de un empresario que la contrató a ella y siete niños más para realizar una gira musical por todo el país. «Me llevaban a un chalet del Viso y allí había gente importante, gente del régimen, a verme desnuda, a mí y a otras niñas», asegura.
Marisol no quiso abundar en lo que ocurrió en aquel chalet en el Viso por no fiarse del escritor. «No me atrevo, no me fío de ti, Umbral», le dijo a éste.
Morales escribió: «Quiere, ya está bien, que se sepa que entre Marisol y Pepa Flores hay todo un mundo de sufrimientos, de angustias y de aprensión que ella no quiere para nadie». Estaba dispuesta a narrarle el infierno que había vivido siendo Marisol.
En una serie de tres entrevistas que se publicaron entre el 9 de agosto y el 1 de septiembre de 1979, Pepa Flores se desquitó. Narró cómo habían sido sus inicios cuando aún vivía en un corralón del barrio de Capuchinos en Málaga con 57 familias más, una letrina comunitaria y sin ir a la escuela:
«Pronto nos contrató un empresario los ocho niños que formábamos el grupo ‘Los Joselitos del cante’ para que hiciéramos una gira por todo el país. Yo tenía ocho años y dormía durante el viaje en la misma cama que la querida del empresario, una tal Encarna, que me daba unas palizas de muerte, pero con saña y mala sangre. Me tenía ojeriza, y no sé por qué todavía. En Lérida me dio tal paliza que me dejó el cuerpo como el de un nazareno. El empresario me invitó a comer en Gerona y me dijo que me levantara el vestido. Cuando me vio mandó a llamar a mi padre inmediatamente y me mandó para Málaga. Figúrate tú cómo tenía que estar yo que, cuando llegamos al corralón, mi abuela al verme se desmayó en la hamaca. Y otra cosa más quiero decirte. Cuando yo dormía con aquella tía, el empresario se acostaba con ella y hacían de todo. Así que cuando llegué a Madrid estaba ya más rascada que la estera de un baño. ¡Fíjate tú! Y querían hacer de mí el modelo de niña inocente, conformista y buena, para que fuera la referencia de todos los niños de nuestra generación […] Porque no saben nada de las putadas que nos han hecho a mí y a mi familia».
No fue lo único que le dijo. Flores le contó a su amigo Morales cómo se convirtió con los años en el negocio más rentable de Manuel Goyanes, el hombre que la había descubierto en una actuación para la televisión que ella hacía con el Coro de Educación y descanso. Había llegado a un acuerdo económico con sus padres y la instaló en su propia casa de María de Molina en Madrid. Le cambió el nombre, le tiñó el pelo de rubio y le operó la nariz.
«Yo estaba como secuestrada. Cuando ya siendo mayor quería conocer chicos me lo prohibían. Y si de los que conocía me gustaba alguno, me lo aislaban inmediatamente. Yo era intocable, ¿entiendes?, era su negocio», narró entonces la artista.
Goyanes hizo de Marisol un objeto de consumo. Desde su casa de María Molina se revisaban los proyectos cinematográficos, se firmaban las decenas de cartas que le llegaban a la malagueña, incluso se hacían las sesiones de fotos que servían de propaganda, postales o para las revistas. Unas oscuras sesiones de fotos que hacía un amigo de Goyanes, fotógrafo y mutilado de guerra, y que tiempo después Pepa Flores recordaría en Interviú:
«En uno de aquellos días que estaba yo en el estudio, el fotógrafo este se puso a desnudarme, a meterme mano por todo el cuerpo y a preguntarme si ya me había hecho mujer. Yo estaba asombradita. Le tenía miedo a todo en aquella casa. Ten en cuenta que no podía ni rechistar. Una vez que se me ocurrió decir que unas fotos no me gustaban y por poco me matan, me montaron una de la que no me olvidaré nunca. Bueno, como te decía, el fotógrafo aquel mutilado nos amenazaba para que no dijéramos nada. Más tarde, un día cualquiera, descubrimos en la cocina muchas fotos de niñas desnudas con vendas en los ojos. Se lo dijimos a Goyanes y se quedó como si nada. Aquella misma noche cuando fuimos a cenar el fotógrafo estaba sentado y muy risueño en nuestra misma mesa».
Aquel horror que describió entonces Pepa Flores no conmovió en exceso a una sociedad española que despertaba a la democracia. «No, la verdad es que solamente caló entre nuestros lectores», confirma Morales. La artista había llegado incluso a confesarle sus dos intentos de suicidio. «Es como la solución que te dejan».
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