El Otro y la alteridad: desde la historia hasta las anomalías

Que el estudio de las anomalías está siempre en el ojo del huracán es una realidad tácita. A pesar de que cada cierto tiempo se reabren heridas y se replantean debates, el propio objeto de estudio en esta materia es algo sujeto a interpretaciones, con posturas tan contrapuestas que rara vez hay coincidencias sin paliativos entre los investigadores, los creyentes y los detractores. Además, desde determinados círculos se ha intentado – en un proceso que continúa y continuará – hacer constatable que las actuales metodologías y perspectivas no sirven para hacer avanzar en el conocimiento de cada variante incluida en lo forteano. ¿Es cierto que existe ese estancamiento? No es el objetivo de este artículo responder a esa pregunta. Pero sí que se bosquejará un concepto que se planteó a finales del pasado siglo y que abre caminos para ofrecer un punto de vista que, aunque quizá no sea novedoso para muchos, sí que puede ser interesante. Se trata de la alteridad.

La Real Academia Española define este término con una sola acepción, la condición de ser otro. Proviene del latín alter que significa “otro”, y por tanto se puede traducir también como otredad. Considerado desde la posición del “uno” (del yo) es el principio filosófico de “alternar” o cambiar la propia perspectiva por la del “otro”, considerando y teniendo en cuenta el punto de vista de quien opina. La alteridad se aplica al descubrimiento que el “yo” hace del “otro”, lo que hace surgir una amplia gama de imágenes del otro, del “nosotros”, así como visiones múltiples del “él”. Tales imágenes, más allá de las diferencias, coinciden todas en ser representaciones más o menos inventadas de personas antes insospechadas, radicalmente diferentes, que viven en mundos distintos dentro del mismo universo. Esta es una idea clave, como se verá a lo largo del artículo, porque articula el sentido de gran parte de las experiencias, expectativas, prejuicios y pensamientos que se tiene hacia ese “otro” en contraposición con lo que cada individuo considera como “normal”1..

Desde Edmund Husserl a Jean Paul Sartre, muchos han sido los pensadores que se han acercado a este término para tratar de ofrecer una explicación a este término en relación con varias parcelas de la vida humana, desde la educación a la historia. Pero aquí se recuperará la perspectiva más holística del profesor Lucian Boia, quien en 1995 publicó en francés un ensayo en el que hace de la alteridad un punto sobre el que puede pivotar el estudio de prácticamente todo el conocimiento acumulado de occidente desde la antigüedad hasta el presente, conteniendo elementos tan dispares como la religión, la ciencia o las propias anomalías. Catedrático de Historia en la Universidad de Bucarest, se especializó en el estudio de las mitologías. Unas mitologías que lleva hasta sus más actuales exponentes en Entre el ángel y la bestia, publicada en nuestro idioma por la editorial chilena Andrés Bello, que tenía una sede en Barcelona, lo que llevó a la traducción a partir del original en 1997. El subtítulo de su trabajo es toda una declaración de intenciones: El mito del hombre diferente desde la Antigüedad hasta nuestros días. El primer punto sobre el que centrar la atención es la definición de ese “hombre diferente” que trató de definir Boia.

El Hombre Diferente constituye una de las creaciones del espíritu más extendidas y más tenaces. Es una creación multiforme, capaz de cambiar de rostro sin cesar. Esos rostros y su sorprendente diversidad despiertan la atención: cada uno en particular, más que la propia especie. Amazonas o extraterrestres, cinocéfalos o mutantes, salvajes o superhombres, cada variedad es objeto de una búsqueda particular. El catálogo de los Otros es inmenso: hacía falta reunir las variedades de la especie y proponer una reflexión sobre el hombre diferente en singular…2..

Este hombre diferente es una proyección de la propia Humanidad. Encarna miedos, prejuicios, virtudes y defectos. Cada máscara que adopta ese ser diferente va en consonancia con la sociedad que se la impone. Unas pueden ser ordinarias, y otras radicales. Para Boia, las primeras se circunscriben al ámbito puramente humano, ya sea por sus rasgos biológicos o culturales. Las segundas versan sobre diferencias radicales, sobre lo incierto, lo monstruoso, lo paranormal, lo sobrenatural o lo extraterrestre. Esta segunda modalidad es la alteridad radical en la que el autor da gran importancia a la imaginación como motor creador.

Esta alteridad es voluble, no tiene fronteras espaciales ni temporales, y extremadamente sensible al cambio y la transformación. El Otro proviene de la imaginación, que le otorga cualidades y formas tan infinitas como la imaginación de quien o quienes creen o especulan con su posible existencia. La alteridad ordinaria se basa en la realidad, aunque exagerada. La alteridad radical bebe de lo imaginario para crear algo que, en base a lo material u observable, es improbable o quizá imposible que exista. ¿Por qué esa alteridad? Porque la Humanidad aún no ha podido comprender la creación en toda su extensión y significado, llenando las lagunas de su conocimiento con criaturas o realidades difusas, etéreas. Desde los dioses de la antigüedad hasta los extraños visitantes de naves extraterrestres, las fronteras en las que buscar a esos Otros no ha hecho más que expandirse a través de los milenios.

Variedades de la alteridad ordinaria

Con una indiscutible variedad de ejemplos para todos los gustos y colores, la alteridad biológica ha sido un caldo de cultivo perfecto para creaciones de todo tipo. Gigantes, enanos, hermafroditas, seres mitológicos a medio camino entre el humano y el animal, o entre el humano y el vegetal. Seres artificiales creados por el propio ser humano, personas extraordinariamente longevas o posibles evoluciones o involuciones del actual homo sapiens. Este imaginario biológico evolucionó junto a la cultura, la teología y, finalmente, a la ciencia. El evolucionismo ha dado cabida a esta variedad particular, dejando incluso espacio para esos seres legendarios sobre los que indaga la criptozoología. A pesar de lo que se pretende resumir aquí, muchas de estas categorías no son estancas, sino que sirven para acoger a muchas de estas creaciones y proyecciones.

Otro tipo de alteridad versa sobre las cualidades espirituales o intelectuales de las personas. Lo otro también está presente, bien sea por exceso o por defecto. Los complejos de superioridad o inferioridad se hacen patentes cuando se clasificaba o se clasifica a alguien en virtud de estas características. Durante muchos siglos se ha valorado a las personas negras o a las nativas americanas como seres inferiores en este sentido, bien sea por su aspecto salvaje, o por su supuestas semejanzas con lo simiesco. Como bien señaló Boia, era una cuestión de arrogancia de una civilización occidental construida en base a la oposición entre cultura y naturaleza.

La separación progresiva entre civilización y medio ambiente, y las perspectivas religiosa (el animal no tiene alma) y racionalista (también está desprovisto de razón), han contribuido al descrédito de esta fórmula alternativa. Es preciso llegar a una época reciente para observar algún cambio de actitud…3.

Un tercer tipo de alteridad ordinaria clasifica a las personas según sus costumbres o comportamientos. El modo de alimentación, el sexo, la desnudez, la antropofagia, el incesto u otros tabúes son el centro del debate entre lo “normal” y lo otro. A este respecto hay ejemplos muy elocuentes, que van desde la época clásica hasta tiempos modernos, con nombres ilustres como el geógrafo griego Estrabón o John de Mandeville tienen entre sus trabajos verdaderos compendios de lo grotesco o antinatural para sus propios y personales modos de ver las cosas. Todas las características mencionadas antes eran signo inequívoco de inferioridad o bestialidad. Quienes vivían así – en la mayoría de los casos gracias a las exageraciones, rumores y comentarios oídos o compilados por estos y otros muchos autores – quedaban relegados a los márgenes de la sociedad, a lo salvaje.

Entre los casos paradigmáticos en los que se aunaban algunas de estas cualidades, estaba el de las míticas Amazonas, quienes vivían en el Ponto (Asia Menor) según los antiguos, antes de la guerra de Troya. Una comunidad femenina, que se deshacía de los varones y que solo usaban a estos para engendrar nuevas guerreras. Posteriormente, con el paso de los siglos, las Amazonas pasaron a residir en África, para ser derrotadas por Hércules al mismo tiempo que las Gorgonas. Finalmente, y según los límites de lo conocido iban más y más allá, los rumores sobre un pueblo femenino, guerrero, matriarcal y brutal haca el varón fueron trasladándose hacia las tierras americanas, casi las últimas que conservan secretos que pretendidamente podrían emerger a la realidad a partir de las leyendas y los mitos.

Las sociedades ficticias también encuentran arraigo entre las formas comunes de alteridad, aunque se muevan en polos totalmente opuestos unas de otras. Anarquía y utopía son las dos formas básicas que se recogen en esta clasificación, aunque existen multitud de variedades. Resumiéndolo mucho, sería un enfrentamiento entre la Edad de Oro de Hesíodo4. y una utopía5. en la que la libertad quedaría abolida en pos de la comunidad.

La insularidad, como forma de alteridad, fue un concepto esencial hasta la Edad Moderna, casi hasta el siglo XIX. Lo diferente, lo salvaje, lo anormal, lo otro, en definitiva, se encontraba en los confines del mundo conocido. Y ese confín cada vez se alejaba más y más, gracias a las exploraciones, conquistas y métodos cartográficos que se iban sucediendo con el paso del tiempo. En ese contexto, las islas se convirtieron en pequeños mundos, concentrados y en muchos casos aislados, esperando ser visitados. También llenos de peligros. Los periplos marítimos eran asociados a viajes iniciáticos o como suertes de ensayos del viaje al más allá. En muchas tradiciones, el océano era un caso original a partir del cual surge la creación, ¿pero podía haber más de una creación? Es más, ¿podía haber tantas creaciones como islas existían o se rumoreaba que existían?

Laboratorio de modelos sociales poco vistos o conocidos, lugares trascendentes, paradisíacos o infernales, con poca o nula relación con su entorno, casi fuera del tiempo. Las islas descritas en algunas crónicas maravillosas, muy comunes en el medievo, dieron cobijo a ese Otro tan temido y codiciado a partes iguales. Homero, John de Mandeville, Marco Polo, Colón, San Brandán o Julio Verne en pleno siglo XIX participaron de esas materializaciones imaginarias en forma de lugares maravillosos.

En estas islas hay muchas gentes diferentes. En unas viven personas de gran estatura, como gigantes, y son feos de ver; sólo tienen un ojo en medio de la frente y no comen más que carne y pescado crudo-. En otra, hacia el mediodía, viven gentes de forma y naturaleza maligna, sin cabeza y con los ojos en la espalda y, en medio del pecho, una boca torcida como una herradura. Y en otra hay gentes sin cabeza con los ojos y la boca debajo de la espalda. En otra isla hay quienes tienen la cara plana, sin nariz ni ojos y que en lugar de ojos tienen dos pequeños orificios redondos y una boca plana, como una hendidura, sin labios. Hay una isla con gentes mal encaradas con el labio inferior tan grande que cuando quieren dormir al Sol se cubren toda la cara con él. En otra isla hay más gentes tan pequeñas como los enanos, aunque son más grandes que los pigmeos…6.

Aún no se ha nombrado un tipo de alteridad muy en boga en el siglo XX y en lo que llevamos del XXI. Es la alteridad ideológica, que tanto daño ha hecho a la Humanidad en las dos guerras mundiales y en la multitud de conflictos raciales, étnicos, políticos y de otras clases que han asolado a una parte de la civilización. Si bien este tipo de diferenciación ha existido desde siempre, son los tiempos modernos los que más han tendido a polarizar las posturas enfrentadas entre el yo y el Otro, sobre todo desde la Revolución Francesa. La Alemania nazi, el enemigo de clase en el Comunismo, el republicano enfrentado al monárquico, el cristiano enfrentado al pagano o al infiel, o el musulmán enfrentado contra los que insultan o desprecian el Corán. Esa alteridad no está tan alejada, no está siempre ubicada en los territorios limítrofes de la civilización, sino que se insertan dentro de la comunidad.

El Otro puede surgir en cualquier parte a condición de que se solicite su presencia. Si se desea, si lo llamamos, ni el espacio ni las vías de acceso serán un problema. Todo se someterá, dócilmente, a las reglas del imaginario7..

¿Y si ese otro fuera diferente? ¿Y si ya no es humano, sino que se encuentra más allá de la naturaleza humana?

La elusividad del Otro

Extraterrestres, yetis, gigantes, enanos, elfos, hadas, hombres elefante, vampiros, hombres lobo, y un larguísimo etcétera. Suponen en la mayoría de casos ejemplos de una alteridad radical, que va más allá de las cualidades humanas, aunque estén íntimamente emparentadas con lo humano. Pues, al igual que con todos los casos vistos anteriormente, participan de lo imaginario, una cualidad que – al menos de momento – es únicamente humana. Cuando se habla del Otro hay que aportar pruebas, o al menos sembrar una duda. En eso nos hemos convertido en todo unos expertos pues, como especie, hemos creado multitud de entes con nuestro propio pensamiento y capacidad creativa. Pero una cosa es especular o hablar de un Otro, y otra cosa es encontrarlo en el plano material, contactar con él y poder probarlo de forma irrefutable.

Por ello, y echando mano de la propuesta de Bertrand Méheust del término de elusividad para hablar sobre el carácter esquivo de los platillos volantes8., Boia extendió su utilización con la acepción extendida por el sociólogo francés Jean Bruno Renard: “la elusividad es la propiedad de ostentación y huida” que corresponde “a todos los fenómenos misteriosos, desde las criaturas terrestres desconocidas hasta los extraterrestres, pasando por los fantasmas y las manifestaciones parapsicológicas”.

De un plumazo, casi sin que nadie se haya dado cuenta, la elusividad ha abrazado a todos los seres de carácter preternatural y sobrenatural9. imaginados por la humanidad. Desde que se desarrollaron el intelecto, la curiosidad y la incertidumbre ante lo desconocido, se ha intentado demostrar que el Hombre Diferente – bajo cualquiera de sus manifestaciones – es algo real. Sin embargo, no se ha podido demostrar tal cosa, como tampoco lo contrario. Todo se mueve en dos ámbitos: el de las creencias y el del rumor.

¿Por qué esa necesidad de conocer lo Otro? ¿Por qué se imagina, o se quiere tener contacto? Quizá porque la humanidad necesita tener un contrapunto a su “normalidad”. Ese carácter y esa naturaleza cotidiana, conocida, común, es impuesta a cada individuo desde el nacimiento. El marco temporal, geográfico y cultural hacen que se considere como normales una serie de características que se mueven entre unos márgenes más o menos pactados o aceptados, siendo todo lo demás algo que se mueve en el ámbito de la religión, la mitología, el folclore, las creencias, las supersticiones o directamente lo imposible. En ambos extremos de esa línea se haya lo primitivo y lo espiritual. La adaptabilidad del Otro lo llevó de ser un trueno, un dios, una bruja, un elfo o un hada a ser una criatura criptozoológica como el monstruo del lago Ness o un gris, pequeño y de gran cabeza, que abduce a algún incauto que es explorado y devuelto a su entorno sin que se sepa muy bien cómo o por qué fue raptado.

Desde el mundo grecorromano hasta hoy, pasando por la Edad Media y su barniz cristiano y sujeto a la moralidad y a las reglas estrictas de comportamiento, el Renacimiento y su vuelta a los ideales clásicos, la Era de los Descubrimientos y los nuevos mitos entorno al Nuevo Mundo y llegando por fin a la Ilustración y al presente, con la Razón y la Ciencia como principales exponentes, esa alteridad radical ha ido tomando diferentes formas, según se fueron expandiendo los límites del conocimiento.

Ningún rincón del mundo se libró de esa imaginación creadora de quienes desconocía quién o quiénes podían habitar esos límites rumoreados e inexplorados. El continente africano, Asia, América, el Océano Pacífico, Australia y, finalmente, los polos norte y sur. Todo de la mano del surgimiento de nuevas tradiciones o de la transformación de las mismas, merced al intercambio cultural o a la asimilación de costumbres y creencias foráneas.

¿Dónde está la última frontera? En las estrellas, como no podía ser de otra forma. Es el único límite que sigue siendo desconocido, y que probablemente seguirá siéndolo mucho tiempo más. La tradición en torno a la posibilidad de la existencia de otros mundos habitados viene de antiguo. Desde Luciano de Samosata hasta las modernas misiones espaciales, ha habido todo un recorrido tecnológico e intelectual que ha jugado con esa posibilidad.

En 1609, Galileo inventó la lente de aumento, y con ella pudo ver la Luna, con sus supuestas construcciones artificiales. Al menos así lo creía él. Antes de eso ya había enconados debates al respecto. Para Aristóteles sólo había un cielo, y por tanto una sola Tierra y una sola vida. Para otros, entre los que se encontraban Demócrito o Epicuro, el mundo iba más allá, siendo la Tierra su centro, pero comprendiendo también la Luna, el Sol y otros planetas y estrellas. Algo sacrílego para los posteriores cristianos, que no concebían que esto fuera posible. Porque, si Dios concluyó su Creación con la Humanidad, ¿cómo podía haber más mundos habitados? ¿Eso supondría más Creaciones?

Tras el Sidereus nuncius de Galileo, llegaría el Dissertatio cum nuncio sidereo y el Somnium de Johannes Kepler y la continuación de los tratados en torno a los selenitas (habitantes de la Luna) con Jonh Wilkins y su Discovery of a World in the Moone (1638) o Cyrano de Bergerac y sus obras Los estados y los imperios de la Luna (1657) y Los Estados y los imperios del Sol (1662).

Una vez tratado el asunto del satélite de la Tierra, y a pesar de intentos más bien intelectuales como el de Giordano Bruno y su De l’infinito universo et Mondi (1584), o el de Flammarion y su La fin du monde (1894) los límites de la imaginación no han hecho más que extenderse, mientras que la propia Tierra sigue albergando seres bestiales, grotescos, extraños o diferentes en cada rincón, incluso infiltrados en la propia sociedad. El siglo XIX trajo la modernidad, y también el nacimiento de otra forma de otra forma de alteridad radical basada en la ficción y la novela – a pesar de que hubiera intentos anteriores, considerados como precursores, algunos de ellos nombrados anteriormente – con las plumas de H.G. Wells, Julio Verne y los escritores de ciencia ficción que les siguieron posteriormente.

La Primera Guerra Mundial, el periodo de entreguerras y la II Guerra Mundial trajeron la alteridad radical a las vidas de los ciudadanos occidentales, y de buena parte del mundo. El Otro se convirtió en el enemigo ideológico, en el rival étnico, en la potencia extranjera a batir. Las ideologías basadas en conceptos como la pureza racial, la perfección o la superioridad moral hicieron mella en el imaginario colectivo. Fue el ambiente perfecto para crear la última gran mitología, al menos la mitología más discutida en los últimos setenta años: la de los extraterrestres y sus visitas y contactos con humanos.

Ahora no se trataba de buscar a seres deformes en islas perdidas, de cruzarse con hadas en el bosque, de ser víctima de una bruja o de un demonio que quería hacerse con el alma de algún desgraciado o de contactar con un espíritu a través de artilugios y médiums. Todo eso siguió y sigue presente, al igual que los mitos referentes a mundos subterráneos o los debates en torno a la aparición de entes etéreos y seres extraordinarios. De cuando en cuando se habla de ellos, de casos, supuestos testigos, supuestas pruebas. Pero todo queda opacado por el fenómeno ovni. Lo más extraordinario entre lo extraordinario. Los Otros definitivos.

La imaginación triunfó, a pesar de la Ciencia. Ésta también intenta, a su forma y con sus particularidades, acercarse a estas posibilidades, con pasos temerosos y sujetos a interminables experimentos, replanteamientos y refutaciones. Esa capacidad de mimetizarse con la cultura, de trascender a la misma y de cambiar según el sino de los tiempos, ha hecho que estas manifestaciones alcancen cotas jamás imaginadas. La creencia en ellos no ha hecho más que crecer y asentarse en el inconsciente colectivo, a pesar de la persistente elusividad, que les permite esquivar cualquier intento físico de tener una prueba definitiva de su existencia. Se ha intentado de muchas formas, con diversos planteamientos y con ejercicios intelectuales más o menos audaces, pero lo cierto es que la actual civilización se encuentra en el mismo punto que todas las anteriores en los milenios precedentes.

¿Cuál será el siguiente paso? ¿El Otro o los Otros se pondrán una nueva máscara en los siguientes siglos? ¿O alguien encontrará la forma de decodificar sus misterios? Esas preguntas quedan sin respuesta, pero esa alteridad, que como se puede comprobar, ha permeado casi todos los aspectos de la vida social, quizá sirva para favorecer nuevos enfoques o para suscitar nuevos debates que ayuden a avanzar en el conocimiento de por qué se manifiestan. Porque avanzar en ello supone conocer la propia naturaleza humana, con sus luces y sus sombras. Sus proyecciones, en la forma de todos los seres enumerados, quizá no sean más que eso. O quizá haya espacio para algo más.

Notas

1. Tanto Boia en su ensayo, como el propio artículo se refieren a “normal” como la condición, conducta o costumbres que cada individuo considera como tales, siendo esa normalidad de naturaleza tan dispar como la propia de cada persona en un momento temporal, marco cultural y lugar geográfico determinados.

2. Boia 1997, 9.

3. Boia 1997, 21.

4. La idea de una edad de oro aparece por vez primera en el poema los Trabajos y días, hacia la mitad del siglo VIII a. C.. Se trataría de la primera edad mítica, el tiempo de «una dorada estirpe de hombres mortales», que “crearon en los primeros tiempos los inmortales que habitaban el Olimpo. Vivieron en los tiempos de Crono, cuando reinaba en el cielo;…”.

5. Uno de los primeros ejemplos de modo social utópico es mencionado por Diodoro de Sicilia en su Biblioteca histórica (siglo I a. C.), al hablar de la ficticia isla descubierta por Iambulus en el Océano meridional.

6. Estas y otras maravillosas descripciones aparecen en su Libro de las maravillas del mundo o Viajes de Juan de Mandeville (siglo XIV). Es, junto a Marco Polo y su El libro de las maravillas (siglo XIII), el máximo exponente de estos relatos sobre gentes extrañas residentes en islas y otros lugares lejanos, al menos en el ámbito occidental.

7. Boia 1997, 35.

8. Méheus usó el término en su clásico de 1978, Science-fiction et soucoupes volantes – Une réalité mythico-physique.

9. Lo preternatural puede asemejarse a lo sobrenatural en cuanto a su terminología. Sin embargo, y dado que se habla de la civilización occidental, donde la religión ha tenido y tiene un peso manifiesto, ambos términos serán diferenciados, respondiendo el primero a aquello que está afuera o más allá de lo natural, y el segundo a las cualidades de Dios (o de los dioses, en extensión).

Acerca de Félix Ruiz

Trabajador Social de formación y apasionado de las temáticas relacionadas con el misterio desde siempre. Redactor de noticias, escritor novel, lector compulsivo y buscador incansable de preguntas que compartir con todo aquel que sea curioso y quiera saber más.

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