La caída de la Atlántida, obra de François de Nomé (siglo XVII).
Sabemos que el mito atlante es tan fuerte que cada poco tiempo se hace presente en forma de noticias o supuestos descubrimientos. Éste en concreto tuvo que ver con un arqueólogo fantasma que aseguró haber descubierto el continente perdido y no volvió a aparecer nunca más. Su nombre: Paul Schliemann, supuesto nieto del descubridor de Troya.
Las leyendas tienen a veces una base bastante palpable, como demostró Heinrich Schliemann cuando dio con la localización de la Troya homérica en 1871 o, al menos, una serie de ciudades superpuestas en Hissarlik, Turquía, el lugar donde se supone que se hallaba emplazada originalmente. La ciudad se divide en diez estratos, desde “Troya I” hasta “Troya IX”, siendo la I la más antigua y la IX la más moderna, y que estuvo bajo dominio romano. El estrato en el que se encontraron rastros de guerra y destrucción pertenecen al llamado “Troya VI”, cuya destrucción se ubica en torno al 1.250 a. C. en plena Edad de Bronce.
A pesar de que en 1873 Schliemann dio con una colección de monedas de oro – que bautizó rápidamente como el Tesoro de Príamo – no se han encontrado inscripciones que arrojen pistas sobre cuál era el nombre real de emplazamiento. Existen diferencias entre las descripción de Homero y los restos arqueológicos hallados en los diferentes estratos de Troya, lo que divide aun a los investigadores entre dos posturas bien diferenciadas. O ese era un lugar equivocado, o bien Homero adornó el relato para hacer el sitio más espectacular de lo que en realidad era. Queda a criterio de cada uno a qué postura acogerse.
La aventura de Schliemann, a pesar de levantar suspicacias, nos demuestra que la pasión y el análisis de las antiguas historias pueden llevar a grandes descubrimientos. Llevado en volandas por la épica, hizo un descubrimiento enorme. El problema surge cuando aparecen personas que quieren aprovechar esa inercia para lanzar hipótesis a diestro y siniestro. Fue el caso del alemán Eberhard Zangger, geoarqueólogo suizo y publicista que no dudó en identificar la Atlántida con la propia Troya. Saltándose sin miramientos la descripción de Platón, pretendió demostrar que las Columnas de Hércules se hallaban en el estrecho de los Dardanelos ya que, según su hipótesis, había dos estrechos llamados “de Gibraltar” en la antigüedad. Uno el ya conocido, y el otro el que separa Asia y Europa… Encontró reconocimiento internacional en 1992 con su hipótesis, que presentó por primera vez en su primer libro The Flood from Heaven. Según Zangger, Platón utilizó sin saberlo una versión egipcia de la historia del final de Troya para su mito de la Atlántida. Argumentó su tesis basándose en paralelismos entre los datos de Platón sobre la guerra entre Grecia y la Atlántida y diversas fuentes antiguas relativas a la Guerra de Troya. En 1993, en un artículo en el Oxford Journal of Archaeology, Zangger presentó numerosas similitudes entre la descripción de Platón de la Atlántida y las descripciones del Bronce tardío de Troya. Curioso, como poco.
Pero no es el suizo el protagonista de este artículo, sino otro hombre que lanzó una bomba informativa a principios del siglo XX para después desvanecerse y no volver a hacer acto de presencia nunca más. Aprovechó el empuje de Schliemann, y tuvo la osadía de presentarse como su supuesto nieto Paul, quien en 1912 escribió en las páginas del “New York American” fechado el 20 de octubre de 1912, literalmente:
«He descubierto la Atlántida, he comprobado la existencia de este gran continente y el hecho indudable de que de ella surgieron todas las civilizaciones de los tiempos históricos.»
Titulado “Cómo encontré la Atlántida perdida, el origen de toda civilización”, el artículo iba firmado por el Dr. Paul Schliemann, supuesto nieto de Heinrich, que murió en Nápoles en 1890. Según este supuesto nieto, su abuelo Heinrich había escondido información que recogió durante sus trabajos en Troya y en su lecho de muerte entregó a sus amigos un sobre lacrado, junto a una nota que decía:
«Sólo puede ser abierto por un miembro de mi familia que solemnemente se comprometa a dedicar su vida a las investigaciones anotadas aquí.»
Según Paul, el afamado arqueólogo añadió un apunte final, según el cual se debía romper un “vaso con la cabeza de lechuza” para poder seguir con la investigación. Paul, que había abandonado sus estudios, rompió los sellos del sobre en 1906, y llegó hasta un vaso hallado entre el Tesoro de Príamo, el mismo desenterrado en Troya, en el que se supuestamente se alojaban piezas de cerámica, imágenes de metal, monedas y objetos de hueso. Algunos de ellos estaban grabados, según dice Paul, con “jeroglíficos fenicios” – la escritura fenicia no era jeroglífica, lo que nos lleva a sospechar de estas afirmaciones – que decían “del rey Cronos de la Atlántida”. El siguiente paso en esta inusual locura fue relacionar la cerámica del vaso con objetos de la ciudad de “Tiahuanaca”, como la nombró el autor del artículo. Supongo, al igual que muchos de los lectores/as, que quería referirse a Tiahuanaco, a pesar de haberse equivocado con la letra final. Además, cometió otro error al ubicar esta ciudad en Centroamérica, cuando en realidad se encuentra en Sudamérica, concretamente en Bolivia.
La cosa no acaba ahí. Sigue el relato de Paul con una supuesta aleación de platino, aluminio y cobre que al parecer se encontraba en el metal que había en el vaso. Además, hemos de añadir cierta anotación secreta en la que Heinrich Schliemann adelantaba otro descubrimiento que hizo en sus investigaciones. Según decía, el hallazgo se produjo de la siguiente forma: «…excavé en la puerta de los leones de Micenas, en Creta…»
Armado con las notas, Paul protagonizó un peregrinaje que le llevó desde Sais – hogar del inicio del mito platónico, donde estuvo excavando, según asegura – a Sudamérica, pasando por innumerables museos arqueológicos. De esos viajes extrajo asombrosas conclusiones como la reunión de medallas de metal similares en lugares tan lejanos entre sí como Marruecos o Troya. Ni corto ni perezoso, aseguró que esas medallas eran la moneda usada en la Atlántida hace 40.000 años…
Tradujo sin dificultad el alfabeto maya del Tro-Cortesianus Códex – que aseguró consultar en el Museo Británico y que está en el Museo de América de Madrid – y propuso que en él se hablaba de la destrucción de Mu, que sucedió 8.000 años antes de la elaboración de la pieza y en la que murieron sesenta y cuatro millones de personas. Relacionó estos eventos con otros narrados en cierta inscripción caldea que encontró en un templo budista de Lhasa, donde al parecer se cuenta que los habitantes del continente, tras implorar a los dioses que evitasen el terrible final, se refugiaron en los templos del “País de las Siete Ciudades”.
Todas estas increíbles indagaciones y otras más aparecerían en un posterior libro, según prometía el supuesto nieto de Schliemman – cierto que Heinrich tuvo un hermano llamado Paul, pero no consta que ninguno de los hijos de éste se llamara así –, que dejó de aparecer en la esfera pública con la misma rapidez con la que había llegado. A pesar de ello, muchos estudios posteriores y muchas más páginas web de entusiastas del fenómeno atlante o de su relación con las teorías de los visitantes ancestrales siguen citando el caso del polémico Paul Schliemann como base para debatir sobre cuantas hipótesis sobre la verdadera ubicación de la Atlántida existen.
Fuentes:
– Ruiz Herrera, Félix. La Metamorfosis de la Diosa. Amazon Books, 2017.
– http://atlantipedia.ie/samples/schliemann-paul/
– http://onlinelibrary.wiley.com/doi/10.1111/j.1468-0092.1993.tb00283.x/abstract