Decía Malthus que toda la historia de la humanidad es una lucha a navaja entre el miedo y el instinto. Si ganaba el miedo a la miseria, a la pobreza y al hambre, todo bien. Si, en cambio, al hombre le “arrastra su instinto, la población crece más que los medios de subsistencia” y el resultado la catástrofe, la guerra y las hambrunas. Lo que ocurre es que Malthus se equivocaba.
Desde Naciones Unidas se lleva décadas avisando a gobiernos e instituciones de todo el mundo de que la sobrepoblación será un problema muy importante a finales del siglo XXI. Se puede oír en noticias y se puede buscar una ingente cantidad de información al respecto en Internet. El problema es que hay cada vez más expertos que señalan que quizá este llamamiento sea algo exagerado, cuando no directamente innecesario. Sin embargo, y teniendo en cuenta lo anterior sobre Malthus, se puede suponer que las cifras de la ONU son un problema; porque si echamos la vista atrás, son creíbles. En los últimos 200 años, la población ha crecido como nunca hubiéramos podido imaginar y, sin embargo, si falta comida en alguna parte del mundo no es porque no se pueda producir. Aunque los límites físicos y medioambientales de la Tierra son finitos, hemos resultado ser una especie muy resistente y muy innovadora.
Aunque la confianza vana en el progreso es peligrosa, las grandes políticas internacionales van encaminadas a prepararnos para la superpoblación. Pero, ¿y si estuviéramos mirando mal los datos?
«La población mundial nunca llegará a los nueve mil millones de personas. Alcanzará un máximo de 8 mil millones en 2040, y luego disminuirá», explicaba en The Guardian Jørgen Randers, un demógrafo noruego conocido por sus trabajos sobre superpoblación.
No es una opinión aislada, cada vez hay más expertos que señalan que las alarmas de sobrepoblación igual estaban equivocadas. El modelo de Naciones Unidas tiene, básicamente, tres grandes parámetros: las tasas de fertilidad, las tasas de migración y las tasas de mortalidad. Hay muchas cosas que no están contempladas dentro de esos modelos como la educación femenina o las tasas de urbanización. El motivo es sencillo: en principio, toda estas cosas deberían verse en reflejadas en las tres tasas básicas y sí, es cierto.
El problema es que sin modelos precisos sobre cómo funciona la demografía, no podemos entender la estructura de las tendencias (ni cuándo van a cambiar). Por ejemplo, la tasa de natalidad en Filipinas es muy parecida a la que había en los años 60 en EE.UU. Podríamos concluir que la transición demográfica sigue su recorrido normal; es decir, más desarrollo es igual a menos natalidad. Así es. El detalle está en el ritmo.
El problema es que mientras EE.UU. tardó 160 años de pasar de 3.7 hijos por familia a 2.7, Filipinas lo ha hecho en 15 años. Con los análisis de la ONU no podemos entender bien por qué el mundo se acerca tan rápido hacia cifras compatibles con el invierno demográfico. Hay factores subjetivos que son más complicados de medir, y momentos clave en los que las tendencias comienzan a cambiar debido a circunstancias extraordinarias que pueden establecer una pauta social que tenga efectos posteriores en los factores generales que se tienen en cuenta. El caso más claro es África donde las cifras llevan años fallando sistemáticamente.
La primera respuesta que podemos atisbar es que el continente africano se está urbanizando casi dos veces más rápido de lo que lo hace el mundo y las ciudades nos hacen tener menos hijos. La mayoría de demógrafos ‘disidentes’ están de acuerdo de que la urbanización de la población mundial es un factor fundamental de este cese de la fertilidad.
No es nada ‘biológico’, tiene más que ver con los incentivos sociales y el cambio cultural. Las ciudades son entornos donde tener muchos hijos no supone un retorno económico importante. En el mundo rural un niño es un activo, en la ciudad es una carga. Y parte del encallamiento demográfico de los países occidentales se debe a que sus entornos rurales se parecen más a pequeños barrios urbanos aisladas que al mundo rural del resto del mundo. Es algo que las personas más mayores podrían corroborar fácilmente en un país como España, donde hace medio siglo se tenían de media 3 ó 4 hijos. En un entorno poco favorecedor y en un ámbito laboral precario, el advenimiento de los hijos era una suerte de inversión de cara al futuro. A mayor número de hijos, mejores réditos laborales y económicos en un futuro. Esto, por supuesto, llevado sobre todo al entorno rural.
Volviendo a la urbanización del mundo, se puede decir que la población mundial se está haciendo urbana a marchas forzadas. En 2007, la mitad de la humanidad ya vivía en ciudades por primera vez. Ahora somos un 55% y llegará al 66% antes de 2050. Solo este dato ya nos avisa que nos acercamos a una disminución global de las tasas de fecundidad. Pero es que si preguntamos a la gente, no encontramos lo mismo.
‘Empty Planet’ (El planeta vacío: El shock del declive de la población mundial), un libro del periodista canadiense John Ibbitson y el politólogo Darrell Bricker, analiza con detalle no solo las cifras generales de la población global sino, sobre todo, qué es lo que hace que la gente tenga hijos. Porque además de la cuestión puramente económica, las ciudades también tienen un efecto corrosivo sobre la capacidad del entorno familiar y religioso para presionar a las mujeres y los hombres. En las ciudades, las mujeres gozan de una mayor autonomía, realizan estudios superiores, retrasan la edad del primer hijo.
En ‘Empty Planet’, Ibbitson y Bricker realizan encuestas en más de 26 sociedades distintas y los resultados parecen convincentes: a la pregunta “¿Cuántos hijos quieres tener?”, la respuesta tiende a converger en torno a los dos retoños. Esto tiene una explicación sociológica y cultural. Como explica Amparo González, investigadora especializada en migración internacional, si algo nos han enseñado todos estos años de estudiar las dinámicas de la migración en Europa es que «las mujeres inmigrantes tienden a adoptar los patrones reproductivos del país receptor, en gran medida porque sufren las mismas barreras que ellas y con mayor intensidad».
Lo que ocurre es que la globalización, con su urbanización, sus dinámicas sociales de trabajo y sus exigencias familiares, está cambiando el terreno de juego. No trata de llevar migrantes a las capitales globalizadas, trata de llevar la cultura de esas sociedades globalizadas a donde viven los inmigrantes. Las ciudades de todo el mundo son, esencialmente, la misma ciudad: una ciudad donde se tienen pocos hijos.
Los datos como los del libro de Ibbitson y Bricker son más eficaces erosionando el relato oficial del ‘problema de la superpoblación’ mundial que construyendo un modelo alternativo. Primero, porque no tenemos mucha experiencia en gestionar (cultural, social e ideológicamente) sociedades con pocos niños. Y, segundo, porque desconocemos de qué tecnología dispondremos en el futuro. De esas dos cosas, de los cambios socioculturales y tecnológicos, depende si el planeta seguirá creciendo, se estancará o se quedará “vacío”.
En está línea, la tesis de Ibbitson y Bricker casan con estudios recientes – al menos en lo que a la reducción de la población se refiere, aunque el factor de la educación femenina también se antoja fundamental aquí – como uno muy reciente publicado en The Lancet, donde se señala que en los próximos 45 años comenzaremos a disminuir en número, lo que traerá “una revolución en la historia de la civilización humana”.
Seguiremos creciendo hasta casi 10 mil millones, sugiere el artículo, pero para 2064 se iniciará un descenso por primera vez para caer a 8.8 mil millones para 2100, pronostican. Según Stein Emil Vollset, autor principal del estudio:
«La última vez que la población mundial disminuyó fue a mediados del siglo XIV, debido a la peste negra. Si nuestro pronóstico es correcto, será la primera vez que la disminución de la población se deba a la disminución de la fertilidad, en oposición a eventos como una pandemia o una hambruna.»
Para el estudio, hasta 23 países podrían ver reducir su población en más del 50 por ciento, incluidos Japón, Tailandia, Italia, España, Portugal, Corea del Sur y otros países marcados por una baja tasa de natalidad y envejecimiento de la población. Incluso China, un país asociado con un crecimiento demográfico ilimitado, caería de 1.400 millones de personas en 2017 a 732 millones en 2100.
También se prevé que algunas partes del planeta aumenten en el número de población. Por ejemplo, el norte de África, Medio Oriente y, lo más importante, África subsahariana, que se triplicaría en el transcurso del siglo de 1.03 mil millones en 2017 a 3.07 mil millones en 2100.
¿Y a qué circunstancias se debe este descenso de la población? El estudio, realizado por investigadores del IHME en la Facultad de Medicina de la Universidad de Washington, llegó a esta conclusión después de analizar la mortalidad, la fertilidad y la migración que afectarán a la población mundial en los próximos ochenta años. Por supuesto, la guerra, los desastres naturales y el cambio climático podrían afectar el número de muertes en diferentes partes del planeta.
¿Las razones? Varias, aunque principalmente una tendencia general hacia tasas de natalidad más bajas, impulsadas por el aumento del nivel educativo de las mujeres y el acceso a la anticoncepción. Según Vollset:
«Hay dos factores clave: mejoras en el acceso a la anticoncepción moderna y la educación de niñas y mujeres. Estos factores impulsan la tasa de fertilidad: el número promedio de hijos que una mujer da a luz durante su vida, que es el mayor determinante de la población. Se pronostica que la tasa de fecundidad total mundial disminuirá constantemente, de 2.37 en 2017 a 1.66 en 2100, muy por debajo de la tasa mínima (2.1 nacimientos vivos por mujer) considerada necesaria para mantener el número de población.»
A pesar de que estas ideas son plausibles, se insiste en que sigue habiendo factores más subjetivos y que son difícilmente medibles, por no hablar de los momentos de estrés social que cambian la tendencia. El trabajo de este último estudio señala que la aparición de enfermedades o los desastres naturales pueden hacer variar las tasas de mortalidad, algo que el mundo está viviendo ahora mismo. Igualmente, ya existen llamamientos desde diversas organizaciones que señalan que la educación de la mujer puede sufrir un varapalo y un retraso de generaciones por culta de la actual situación global, sobre todo en Sudamérica y África. Igualmente, los posibles problemas de acceso a la educación normalizada de niños pertenecientes a grupos de riesgo en los países desarrollados podría hacer mella en esas mediciones. Las dos grandes tendencias, superpoblación y despoblación, parecen encontrarse en una encrucijada en la que la balanza podría decantarse hacia uno u otro lado. Y, como siempre, todo depende de la acción humana y su capacidad de adaptación y cambio.
Fuentes:
- Bricker, Darrell e Ibbitson, John: El planeta vacío: El shock del declive de la población mundial, Ediciones B, 2019.
- Bricker, Darrell e Ibbitson, John: What goes up: are predictions of a population crisis wrong? [En línea] https://www.theguardian.com/world/2019/jan/27/what-goes-up-population-crisis-wrong-fertility-rates-decline
- Jiménez, Javier: El mundo vacío: cada vez hay más expertos convencidos de que el crecimiento de la población mundial está a punto de hundirse. [En línea] https://www.xataka.com/investigacion/crecimiento-poblacion-mundial
- Mcrae, Mike: Earth’s Population Will Begin Shrinking Within 50 Years, Scientists Predict. [En línea] https://www.sciencealert.com/earth-s-population-is-destined-to-peak-in-forty-years-before-dropping-and-we-need-to-act