Clonación: ¿solo apta para Dios?

Bill Clinton fue de los primeros que alertó sobre las posibles repercusiones científicas y morales en lo que respecta a la clonación, convirtiéndose en un adalid contra las nuevas técnicas de replicación. En la foto: Clinton en el Parlamento del Reino Unido en 1995. Public Domain.

«Personalmente creo que la clonación humana plantea dilemas muy profundos relacionados con nuestros preciados conceptos de fe y humanidad.» (Bill Clinton ante la propuesta de Richard Seed de convertirse en el primer humano clonado, 1997).

Los años noventa del pasado siglo fueron trascendentales en cuanto a la materia que nos ocupa ahora. Cierto es que en estos últimos años no paran de salir a la luz noticias relacionadas con posibles clonaciones de especies extintas, como los mamuts. Sin ir más lejos, en este 2018 se ha producido el nacimiento de dos monos genéticamente idénticos en China. Se usó una técnica muy parecida a la que hizo posible el nacimiento de Dolly. Zhong Zhong y Hua Hua, que así se llaman, fueron los únicos bebés sanos tras más de cien embriones clonados y más de sesenta madres sustitutas. Su destino parece encaminarse a la investigación de enfermedades humanas, como el Parkinson o el Alzheimer. Ingrata vida para tan extraordinaria concepción.

Pero la polémica sigue muy viva. Y el motivo último es un miedo subyacente, que emerge cada vez que se produce una noticia de este tipo, y que quedó perfectamente plasmado cuando tuvo lugar el caso Dolly. Aunque, si vamos un poco más atrás en el tiempo, se pueden encontrar buenos ejemplos en el cine. Por ejemplo, Los niños del Brasil, basada en la novela homónima de Ira Levin, escrita en 1976 y que protagonizó Gregory Peck, dando vida al infame doctor Josef Mengele.

En ella, que parece alejarse del género de la ciencia ficción que la vio nacer en 1978, el doctor trata de replicar al Führer, Adolf Hitler, a través de la clonación. El trasfondo de la historia se sitúa en Sudamérica, cuando Barry Kohler – al que da vida un primerizo Steve Guttenberg antes de ser Carey Mahoney en Loca Academia de Policía – es asesinado tras obtener la grabación de una reunión secreta de nazis, con Mengele presente. El cazador de nazis Ezra Lieberman sigue la pista dejara por Kohler y trata de acabar con los planes de Mengele, que es retratado como un obseso del Tercer Reich al que sus propios compañeros quieren frenar.

La película ofrece muchas explicaciones sobre ingeniería genética y clonación, y muestra con mucho acierto el gran argumento en contra de los detractores de estas técnicas. A pesar de conseguir clones idénticos, y de intentar hacerlos vivir las mismas experiencias que llevaron a Hitler a ser quien fue, Mengele no logra su objetivo. ¿Por qué? Porque es imposible hacer un retrato fiel y exacto, además de continuado en el tiempo, de todas las emociones, circunstancias, conversaciones y un sin fin de detalles más de la vida de alguien. El determinismo genético no lo es todo, a pesar de lo que nos quieran hacer creer.

Los acontecimientos históricos son contingentes, por lo que constituyen una sucesión de acontecimientos que no se atienen a ningún plan previo, impidiendo que se pueda seguir con ellos un plan de acción previamente elaborado. El ejemplo de la película es paradigmático: no solo habría que clonar a Hitler, sino todas las circunstancias por las que atravesó Europa en las décadas de 1910 y 1920, el Múnich imperial, la Gran Guerra, el accidente que sufrió al ser gaseado, su recuperación en el hospital o la creación del partido nazi, solo por dar una serie de ejemplos. Concatenar todo esto es imposible.

En Los niños del Brasil, el doctor Mengele trataba de clonar a Adolf Hitler, experimento que resultó ser infructuoso por la imposibilidad de reproducir todos los detalles que llevaron al austríaco a convertirse en el Führer.

La identidad exacta aun es un mito

El ejemplo de Los niños del Brasil es perfecto para ilustrar este mito. Pero es necesario ir un poco más allá. Es muy curioso, pero la mayoría de las personas entienden la clonación como una copia exacta, no solo físicamente, sino de la personalidad del sujeto. Pero nadie debe engañarse, pues los genes no lo son todo. Y este punto resulta particularmente curioso, pues precisamente estos mismos detractores son los mismos que niegan que sea posible modificar el cambio climático, por ejemplo. Todo ello a pesar de que hoy se sabe que el entorno moldea la conducta y la personalidad. Ni siquiera los gemelos naturales e idénticos son iguales al 100%. Rasgos como la inclinación religiosa, las preferencias sociopolíticas u otras variaciones de la personalidad son solo atribuibles a la genética en un 50%, lo que quiere decir que la otra mitad depende completamente de otros factores, como el entorno. Ya lo dijo Nancy Segal en 1999 en su libro Vidas entrelazadas, citada por Michael Shermer en Las fronteras de la Ciencia:

«Que haya influencia genética no quiere decir que el comportamiento esté predeterminado, sino que la facilidad, inmediatez y magnitud del cambio conductual varían de un rasgo a otro y de una persona a otra».

Aun a pesar de la dificultad evidente de producir artificialmente a dos sujetos idénticos en todo, ese terror se despertó en muchos sectores de la población estadounidense – y del resto del mundo – cuando Ian Wilmut anunció el 24 de febrero de 1997 que Dolly había nacido sana. El propio presidente Clinton tomó cartas en el asunto, pues no tardó en enviar una carta al doctor Harold Shapiro, presidente de la Universidad de Princeton y del Comité Nacional de Bioética, en la que solicitaba un informe sobre las repercusiones legales y éticas del asunto, además de recomendaciones que posibilitaran la censura de investigaciones en clonación. Tres meses después llegó a manos del presidente un informe de ciento veinte páginas titulado Cloning Human Beings, La Clonación de seres humanos. A pesar de recoger las principales corrientes de investigación y argumentos tanto a favor como en contra, la recomendación final era que no se permitiera la experimentación con fetos humanos. No podía ser de otra forma, ya que así se recomendó desde el gobierno. No, Clinton no se mostró imparcial, como buen miembro del Partido Republicano y temeroso hombre de Dios. La transferencia nuclear de la célula somática, técnica usada con Dolly, fue asociada al término clonación, con toda una campaña de concienciación de la opinión pública sobre los posibles usos indebidos de la misma. Al poco tiempo el movimiento en contra de las vanguardistas investigaciones dio resultados, pues la mayoría de la población estadounidense – CNN y Time elaboraron una encuesta que arrojó cifras en torno al 93% – se mostró contraria a la clonación humana.

Todo lo expuesto no obedece a simplificar las implicaciones y dilemas de todo tipo que se derivan de la clonación, pero sí mostrar el verdadero motivo que se esconde tras tanta reticencia. El primero ya ha sido expuesto, pero existe un segundo aun más profundo, al que verdaderamente se agarran los fundamentalistas, algunos incluso dentro del estamento científico, pero de manera mayoritaria fuera de él, sobre todo dentro de las esferas religiosas y políticas. El otro motivo es aquel que se resume con una expresión bien conocida: “jugar a ser Dios”.

 

Reproducción de la oveja Dolly, que vivió y murió en el Instituto Roslin de Edimburgo, y que causó mucho furor mediático a finales de los años noventa. Foto: Public Domain.

«Solo Dios puede»

En los años cuarenta, cuando comenzaron a darse los primeros casos de inseminación artificial, sus críticos no dudaron en equipararla al adulterio. El motivo es que atentaba contra “la sensibilidad religiosa”. Y un argumento parecido esgrimió también Clinton tras el desafío de Richard Seed, quien en un arrebato contra las restricciones del gobierno a las investigaciones con fetos humanos trató de encontrar un resquicio legal para poder clonarse a sí mismo, algo que a la postre resultó infructuoso. La espiritualidad y la fe tienen mucho que ver con el asunto.

«Son muchos los detalles de la clonación que todavía desconocemos, pero hay algo que sí sabemos: todo descubrimiento relacionado con la creación del hombre no afecta sólo a la investigación científica, sino también a la moral y el espíritu.»

Estas declaraciones resumen perfectamente el miedo atávico que amplias capas de la población sienten ante el avance de las ciencias en estos aspectos. La excepción es la concepción natural de gemelos, ya que ninguno de ellos es “el origen ni el hacedor del otro”, tal como dijo el teólogo católico Albert Moraczewski mientras las instituciones que velan por la buena cristiandad estudiaban las respuestas que debían dar ante un desafío de tal calibre como el que se estaba produciendo a finales del siglo XX. El debate, según señala con acierto Shermer, se reduce al miedo a que la Ciencia se adentre en los dominios de la fe. Un temor, por cierto, que no era nuevo y que cada poco tiempo vuelve a la palestra. Por ejemplo, cuando comenzaron las investigaciones en torno al Bosón de Higgs, que causó un movimiento reaccionario por parte de algunos fundamentalistas que trataban de demostrar que ningún hallazgo podría probar que la materia residente en el Universo provenga de algo que no sea Dios.

También hay ejemplos muy ilustrativos de este miedo en la literatura o el cine. Basta aquí acudir a la inmortal obra Frankenstein, o el moderno Prometeo de Mary Shelley para leer una advertencia que da voz a ese temor que resucita cada poco tiempo: «Sumamente espantosos serían los efectos de un esfuerzo humano por remedar el espléndido mecanismo del Creador del mundo». De hecho, la película de 1931 que fue protagonizada por Boris Karloff dejó claro este temor dentro de la propia industria del cine, cuando el doctor Frankenstein es silenciado, moviendo sus labios sin emitir sonido alguno, tras dar vida a su criatura: «Está vivo. Está vivo. En el nombre de Dios…».

¿Cuál es el siguiente paso dentro de esta contienda? Parece que el principal candidato es Rusia, que tiene en mente tanto la clonación de mamuts lanudos como la del “caballo de Lena”, hallado en Yajutia y que vivió hace unos 30.000 ó 40.000 años. Semión Grigóriev, director del Museo del Mamut en Yakutsk, afirmó que un equipo de científicos rusos está trabajando con la Fundación Coreana de Investigación Biotecnológica Sooam en este proyecto:

«El cadáver del animal está en un estado de conservación único”, afirmó Grigóriev. “Los tejidos musculares están en excelentes condiciones, así que hemos obtenido algunas muestras muy prometedoras».

Sería un primer paso hacia el gran objetivo ruso, que es el mamut. De hecho, Yakutia es la fuente del 90% del marfil de mamut que se conserva actualmente. La intentona de Rusia parece ir muy en serio, tanto como para no esconder sus intenciones de cara a los medios internacionales ¿Hasta dónde llegará el desafío? ¿Estamos a punto de asistir al renacimiento de especies extintas? ¿Qué repercusiones éticas o de cualquier otro tipo tendrían experimentos así? ¿Cómo reaccionarán los detractores de estas prácticas? ¿A qué obedece tanto esfuerzo? Y, quizá lo más importante, ¿estamos preparados?

Fuentes:

Acerca de Félix Ruiz

Trabajador Social de formación y apasionado de las temáticas relacionadas con el misterio desde siempre. Redactor de noticias, escritor novel, lector compulsivo y buscador incansable de preguntas que compartir con todo aquel que sea curioso y quiera saber más.

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